Hoy celebramos la entrada triunfante de Jesús en Jerusalén e iniciamos con ello la vivencia de una Semana Santa más en nuestras vidas. Este es nuestro primer día de este recorrido acompañando a Jesús en su pasión, muerte y resurrección luego de haber venido avanzando en la Cuaresma llenaos de esperanza. Dice la beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento: «Nuestro corazón es todo de Dios y para Él sólo. Y en Él amamos a nuestros semejantes, ante todo con amor de caridad, de amistad...» Jesús, cuyo corazón es todo de su Padre Dios, entra también a nuestro corazón y quiere entrar triunfante para reinar en él. En este día dichoso, aparecen ante nuestros ojos las dos caras centrales del misterio pascual de esta «Semana Mayor»: la vida o el triunfo, mediante la procesión de ramos y la muerte o el fracaso, con la lectura de la Pasión. Debido a esas dos caras que tiene este día, se conoce como «Domingo de Ramos» (la cara victoriosa) o «Domingo de Pasión» (la cara dolorosa). Por esta razón, la celebración comprende dos celebraciones: la procesión de ramos y la celebración eucarística, que comienza con la bendición de los ramos.
En la liturgia de la Palabra, el profeta Isaías nos presenta el tercero de los llamados «Cánticos del Siervo de Yahvé» (Is 50,4-7. Los seguiremos escuchando estos días. El cuarto, más impresionante todavía, lo tendremos el Viernes Santo). El Siervo de Yavhé es el que se ofrece a sí mismo, inocente por los pecadores, para salvar a todos: «Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, la mejilla a los que mesaban mi barba. No oculté el rostro e insultos y salivazos» (Is 50,6). Nosotros cada año leemos estos poemas como cumplidos en Cristo Jesús, que voluntariamente ha cargado con las culpas de todos. San Pablo, en la segunda lectura nos presenta otro poema, esta vez en una de sus cartas (Flp 2,6-11) para hacernos entender la dinámica de este misterio: «Cristo se despojó de su rango (de su categoría de Dios) y tomó la condición de siervo, pasando por uno de tantos. Se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de Cruz». Y finalmente san Marcos, en el evangelio, no ya en un tono poético sino más que realista, nos muestra la cruda realidad de la Pasión y Muerte de Cristo Jesús, que llega hasta el extremo de dar la vida por nosotros. Las tres lecturas nos muestran de una o de otra manera, hasta dónde llega el amor misericordioso de Dios por sus hijos, que no duda en «rebajar» a nuestra condición a su Hijo Unigénito para que dé la vida en rescate por todos.
¡Qué impresionante resulta contemplar a nuestro señor Jesucristo desde esta perspectiva bíblica el día de hoy! El Señor, el «Siervo de Yahvé», se ha hecho obediente a la realidad humana, tan compleja, promoviendo todo lo que es verdaderamente humano y rechazando todo lo que es contrario al hombre en su esencia... ¡Qué poco entendemos del poder inefable de este amor! Obediente al Padre, dando testimonio «hasta la muerte» de lo que el Padre quiere que sea la realidad humana, Cristo manifiesta su poder sometiéndose a todo lo que comporta vivir como hombre: condicionamientos físicos y materiales (hambre, sed, calor, fatiga); condicionamientos económicos y culturales (los de la propia sociedad de su tiempo, cultura limitada, medios pobres, oportunidades concretas más o menos reducidas); y, sobre todo, condicionamientos sociales, que le implican en los intereses (legítimos o ilegítimos, puros o bastardos) de las gentes de su tiempo, que le aman y son amados por él, le aceptan, o le rechazan, o le utilizan... y finalmente, luego de celebrar su entrada triunfal en la ciudad santa, le matan, porque su estilo de ejercer el poder no se acomodaba a lo que ellos ansiaban y esto les molestaba como le molesta a tanta gente de hoy que prefiere «opacar» el reinado, el poder y la entrega de Jesús con utilizar estos días para el descontrolado «spring break» lejos, muy lejos de Dios. El papa emérito Benedicto XVI, en su libro «Jesús de Nazareth» nos recuerda que el poder de Cristo es de otro tipo y yo me quedo hoy con esto para empezar la Semana Santa: «El poder de Cristo es de otro tipo, se encuentra en la pobreza de Dios, la paz de Dios, que identifica al único poder que puede redimir (Jesús de Nazaret h, vol. 2). ¿Cómo viviría María Santísima, la Madre de Jesús, aquel día y estos momentos? Esto lo dejo a que cada uno lo medite y se una a Ella con profundo amor. ¡Vivamos el Domingo de Ramos!
Padre Alfredo.
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