martes, 6 de marzo de 2018

«Setenta veces siete»... Un pequeño pensamiento para hoy

¡Cómo resuena en mi corazón el texto que la liturgia propone hoy como primera lectura y que está tomado del libro de Daniel (Dm 3,25,34-43) y que nos presenta a Azarías - uno de los tres jóvenes condenados en Babilonia al horno de fuego por no querer adorar a los ídolos falsos y ser fieles a su fe- hablando en nombre del pueblo pecador y desolado: "Señor, Dios nuestro, no nos abandones nunca... no apartes de nosotros tu misericordia... estamos humillados a causa de nuestros pecados... acepta nuestro corazón adolorido y nuestro espíritu humillado... no nos dejes defraudados. Trátanos según tu clemencia y tu abundante misericordia". En esta Cuaresma nosotros también podemos dirigirnos confiadamente a Dios, como Azarías, reconociendo nuestro pecado personal y comunitario, y nuestro deseo de conversión. Los cristianos tenemos más motivos que los creyentes del Antiguo Testamento para sentir confianza en el amor, en la compasión, en la misericordia y en el perdón de Dios, que a nosotros se nos ha manifestado plenamente en el Hijo. En el camino hacia la Pascua, nos hace bien reconocernos pecadores y pronunciar ante Dios y ante los hermanos la palabra "perdón".

Sabemos que este tema del perdón forma parte esencial del itinerario cuaresmal, porque aparece varias veces en las lecturas de este tempo litúrgico. La Cuaresma es el tiempo del perdón por excelencia. es el tiempo en el que la reconciliación debe lanzarse hacia todas las direcciones, con Dios y con los hermanos. Además, el perdón es algo fundamental y radical para entender y vivir el Evangelio y es propuesto por Jesús, para cada uno y para la comunidad, como un elemento constitutivo de la calidad en las relaciones con Dios y entre todos sus hijos. Cuando se perdona se corren riesgos, se abren horizontes, se comienza de nuevo. Perdonando un pasado que ha sido doloroso, se construye un futuro esperanzador. El mal no tiene la última palabra, porque todo hombre y toda mujer pueden cambiar. Pero, somos curiosos, buscamos como Pedro medir y a llevar la cuenta de nuestra magnanimidad perdonadora: "Señor, ¿cuántas veces tengo que perdonar las ofensas que me haga mi hermano? ¿Hasta siete veces?" (Mt 18,21-35). A Pedro le parece que siete veces ya es suficiente. 

Seguro Pedro ha tenido algún disgusto con alguien. Alguien se le ha puesto en contra o le ha discutido acaloradamente cometiendo con él una injusticia. No se trata de la gravedad de la falta. Pero, de todos modos a causa de la dificultad que se siente para perdonar, Pedro debe haber sido afectado en lo más vivo. Nos encontramos en la esfera de las relaciones humanas, en donde hay conflictos e indiferencias, en la que las heridas son más vivas porque se las cree definitivas. 
La cifra siete, que pone Pedro, era simbólica. Para un judío de entonces, era una cifra sagrada, que simboliza la perfección. Pero Jesús, hace estallar esta perfección, y la lleva a su máximo: el perdón, el amor... debe ser absolutamente ilimitado... ¡Exigencia evangélica! ¡Exigencia cuaresmal! El perdón es el camino más profundo que nos lleva hasta el corazón del hombre y nos mete en su vida, porque el perdón devuelve la vida. Se aprende a perdonar cuando nos sabemos capaces de recibir perdón, y nos sabemos capaces también de las mayores miserias y de los mayores pecados, que se superan y se borran por la misericordia de Dios. Perdonando nos hacemos dueños de nuestro propio corazón para vivir en Cristo de una manera libre y auténtica ofreciendo el perdón y sabiéndolo pedir. ¡Pidámosle a María que venga en nuestra ayuda para perdonar como ella! Ella nos enseña a perdonar de todo corazón, incondicionalmente setenta veces siete. ¡Bendecido martes!

Padre Alfredo.

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