Seguimos nuestro camino hacia la Pascua del Señor, que es ya inminente, solamente nos queda una semana más de Cuaresma para entrar de lleno al Domingo de Ramos y con él a la Semana Santa y advierto, en primer lugar, que mi reflexión hoy será larga, más larga de lo que de por sí cada día es. De entrada quiero destacar que Jeremías aparece hoy como figura de Jesús. El profeta es un justo perseguido por su condición valiente que, movido por la obediencia a Dios, anuncia y denuncia a un pueblo que no quiere escuchar —como hoy— palabras incómodas (Jer 11,18-20). Jeremías se da cuenta de «los planes homicidas» que están tramando los que le quieren ver callado y se dirige con confianza a Dios pidiendo su ayuda para que no prosperen los planes de sus enemigos: «Señor de los ejércitos... a ti he encomendado mi causa». Cuando uno ve de cerca esta historia y la sigue con detenimiento, percibe el drama estremecedor que enfrenta el llamado a ser profeta en tiempos difíciles. Pero prevalece en él su confianza y seguridad puesta en Dios, como dice el salmista: «En ti, Dios mío, me refugio: de mis perseguidores, sálvame... Tú que llegas, Señor, a lo más hondo del corazón humano» (Sal 7). Pero ciertamente, aunque conmovidos por Jeremías, estos días de Cuaresma, la figura más impresionante sigue siendo la de Jesús, que camina con decisión, aunque con sufrimiento, hacia el sacrificio de la cruz. De nuevo hoy el Evangelio lo presenta como signo de contradicción (Jn 7,40-53).
Las palabras y hechos de Jesús fueron creando un mundo de desconcierto y confusión a su alrededor. Mientras el pueblo esperaba un gran profeta (Dt 18,15) o a Elías mismo en persona (Mal 4,5-6) aparece un Jesús cuestionador. ¿Cómo es posible que uno venido de Galilea, se atreva a hablar y actuar así? El pueblo entra aún en confusión, cuando la oficialidad judía, casi en su totalidad, encuentra en Jesús más motivos de condenación que de aprobación. De esta manera, mientras a unos maravillan sus palabras, a otros —los más poderosos— les incomoda su manera de hablar y a muchos más —la inmensa mayoría, creo yo— les deja indiferentes. Los dirigentes del pueblo discuten entre ellos qué hacer, porque no le quieren reconocer en un hombre así, que habla desde la cotidianidad de la vida y con ejemplos tan sencillos y fáciles de comprender, sin recurrir a las complicaciones en que ellos se metían. Así, Jesús se ve como el nuevo Jeremías. También él es perseguido, es condenado a muerte por los que se escandalizan de su mensaje y son apoyados por el silencio de los indiferentes, que no aparecen en la escena, como muchos de hoy que están al margen. El Señor será también «como cordero manso llevado al matadero». Como Jeremías pide al Señor se apiada de Él y en la cruz grita: «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu».
Esta es la confianza de todo discípulo–misionero que se identifica con Cristo y sabe que su ser y quehacer en la misión encomendada está cada día en sus manos. La relectura de este Evangelio me lleva a pensar en una cuestión muy importante: Los profetas que necesitamos para transformar nuestro mundo no van a venir de fuera, han de ser hombres y mujeres, discípulos–misioneros sencillos que, en medio de las grandes dificultades del diario devenir, van siendo una imagen clara del Jesús que se entrega y lo da todo. Los tenemos aquí, están en los rostros de gente santa que se ha hecho donación como Él. Nuestros profetas hoy son como la señora Josefina Campos (11 de octubre de 1910–30 de marzo de 1984), esa sencilla y callada mujer que recuerdo perfectamente desde niño hasta mis años de seminarista. Una mujer cuyas palabras, llenas del amor a Jesús Verbo Encarnado no se publicaban en los periódicos de su tiempo, sino se sembraban en el corazón de innumerables señoras que pertenecen a la «Agrupación de Esposas Cristianas» que ella, inspirada por Dios, fundó hace 75 años. Su testimonio diario y su esperanza en la mujer como centro del hogar, perdura como la entrega de Cristo y sigue revistiendo a muchas de esa esperanza confiada en Dios frente a las mil formas de desánimo y de embates que amenazan al cristiano y en concreto a la familia hoy. ¿Qué mayor profetismo podemos esperar que este de dar la vida como mujer, como ama de casa y como apóstol incansable por la Vida? ¡Qué Dios bendiga a cada una de las señoras que en estos 75 años han pasado por la «Agrupación» y que el evidente profetismo de Josefina Campos —mamá además de un sacerdote Jesuita y de una Misionera Clarisa— y de muchas otras almas como ella, siga hablando así, como hasta hoy, y siga transformando nuestro mundo, lleno de voluntades rebeldes, en un espacio donde la vida florezca en un ambiente perenne de Resurrección! ¡Que tengas un bendecido sábado bajo la mirada amorosa de María que, como mujer, como ama de casa y como apóstol, nos deja un buen camino a seguir!
Padre Alfredo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario