viernes, 14 de junio de 2019

«El tesoro de la salvación»... Un pequeño pensamiento para hoy

El salmo 115 [116 en la Biblia] es un salmo muy importante para todo cristiano, pues a pesar de haber sido escrito en el Antiguo Testamento, nos muestra todo un ambiente «sotereológico» (La soteriología es la rama de la teología que estudia la salvación. El término proviene del griego «sōtēria» que significa «salvación» y de logos, que se traduce como «estudio de) que el salmista, inspirado por Dios ni siquiera sospechaba, pero, el «Autor Principal» de toda la Sagrada Escritura ya había depositado en la composición ese germen que habría de tener su plena floración en la Salvación alcanzada para todo el género humano en la persona de su Hijo, el «Siervo», hijo de la «esclava del Señor», que vino a ofrecer al Padre su propia sangre como «cáliz de la Nueva Alianza» (cf. Hb 5,9;9,26). Resuena en este sentido sobre todo el último párrafo de este salmo en la Liturgia de la Palabra de la Misa de hoy: «Te ofreceré con gratitud un sacrificio e invocaré tu nombre. Cumpliré mis promesas al Señor ante todo su pueblo» (vv 17-18). El autor del salmo, según se puede percibir cuando se lee todo completo, se sentía como una presa atrapada en la trampa de la muerte, pero el Señor, invocado de manera insistente y apremiante, no ha ignorado el grito desesperado de su fiel. 

El mismo salmista, sintiéndose inspirado por Dios evoca tiernamente la liberación que Dios le otorga, agradeciendo a Yahvé el haber rescato su vida de las tenazas de la muerte, por haber enjugado las lágrimas de sus ojos, por haber manifestado firme el pie que estaba resbalando inexorablemente en el abismo fangoso del Sheol (Ese lugar de las almas rebeldes olvidadas antes de la llegada del Mesías). El escritor sagrado, con esa inspiración especial que le viene de lo alto, sabe que Dios no se puede quedar indiferente ante la muerte de sus fieles. De esta manera, en este salmo bellísimo, nos encontramos en presencia de un canto de gran confianza del orante en el poder del Dios de la vida, el Dios de la salvación. El que se sabe salvado por el Señor, es un hombre «en pie», derribado, pero no aniquilado por nada, menos por la muerte, aunque lleve ese tesoro de la salvación «en vasijas de barro» como dice hoy san Pablo a los corintios (2 Cor 4,6-15). La Iglesia de Corinto está turbada, es verdad... hasta el punto que puede hablar de agonía. Pero es para que triunfe la vida. Es para que el misterio de Jesús continúe. En todo hombre que sufre hay un misterio de vida, una prolongación de la vida de Jesús el Salvador. Bastaría el día de hoy detenerse en la lectura y meditación del salmo completo y reproducir luego la primera lectura de hoy para alimentar toda la jornada de este nuevo día: Este tesoro lo llevamos en vasijas de barro, para que se vea que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no proviene de nosotros... Él es nuestro Salvador. 

¡Qué manera tan hermosa de presentar la experiencia de Dios en Jesucristo! ¡Tesoro! ¿Qué tal si dejamos que la Palabra de Dios nos ayude en este día a saborear esta manera de entender la vida cristiana? Dejemos que caiga sobre nosotros la lluvia suave de algunos textos escogidos del evangelio de San Mateo, que por cierto, hoy nos habla en el Evangelio de la Misa (Mt 5,27-32), de la indisolubilidad del matrimonio, un tema que dejaré para después. Los invito a ir a estos otros textos para meditar con María la Madre del Salvador en este día: «Donde está tu tesoro, allí está tu corazón» (Mt 6,21). «El Reino de los cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo que, al encontrarlo un hombre, vuelve a esconderlo y, por la alegría que le da, va, vende todo lo que tiene y compra el campo aquel» (Mt 13,44). «Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes y dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en los cielos; luego ven y sígueme» (Mt 19,21). Así, cuando comprendemos que la salvación que nos ofrece Dios es el «tesoro» de nuestra vida, que nada hay comparable a ella, entonces estamos dispuestos a relativizar todo lo demás con tal de no perder lo esencial. Jesús lo dice con exageración semita: «Si tu ojo derecho te hace caer, sácatelo y tíralo. Más te vale perder un miembro, que ser echado entero en el Abismo». ¡Bendecido viernes! 

Padre Alfredo.

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