¿Cómo, apenas escribiendo a estas horas cuando ya estamos en las Vísperas del «Día del Señor»? No es una nueva modalidad, es una adaptación a la situación especial que estoy viviendo estos días y que le dan un sabor un poco diferente a mi vida y a mi ministerio con la situación de enfermedad por la que atraviesa mi padre y con él la familia y amigos cercanos, doctores y enfermeras, y, toda la gente que, alrededor del mundo ora por don Alfredo. Hoy al meditar en esta fiesta eclesial tan grande de «San Pedro y San Pablo», saltó inmediatamente a mi vista el fragmento del salmo responsorial que dice: «Confía en el Señor y saltarás de gusto, jamás te sentirás decepcionado» (Sal 33 [34]).
Quien confiesa en medio de este mundo un poco selvático, a Jesús como centro y sostén de su vida, sabe que no puede ser un creyente que sólo se dedica a opinar, sino alguien que tiene que «confiar» en el Señor que lo ha llamado a formar parte de la Iglesia; sabe que no puede creer con tibieza, sino que está llamado a «arder« por un amor ardiente que arriesga el todo por el todo; sabe que en la vida no puede conformarse con «vivir a como vayan saliendo las cosas según los sentimientos van y vienen» y que no puede acomodarse en el bienestar que aparentemente los «ismos» ofrecen —materialismo, consumismo, hedonismo...—, sino que tiene que correr el riesgo de ir mar adentro, confiando en el Señor como lo hicieron los dos grandes apóstoles que hoy celebramos en la Iglesia, renovando cada día, como ellos, el don de sí mismo que construye, que edifica, que levanta la Iglesia. Todo el que confiesa que sigue a Jesús, ha de comportarse como Pedro y Pablo, que lo siguen hasta el final; no hasta un cierto punto, sino hasta el final, y lo siguen en su camino, en el espacio y tiempo que les ha tocado vivir. Su camino es el camino de la vida nueva, de la alegría y de la resurrección, el camino que pasa también por la cruz y la persecución.
Pedro conoció al Señor «personalmente en persona» y confió en él, a Pablo se le apareció y confió en él. Pedro convivió con él en el diario andar de tres años en los que aprendió desde condición de hombre dudoso a confiar en él. Pablo, se convenció de que para él la vida era Cristo y la muerte una ganancia para estar siempre con él... dos maneras de confiar, dos formas diversas de depositar todo el ser y el quehacer en el Señor, dos caminos que, en la confianza en el Señor, llevan al mismo fin. Una de las definiciones de la fe es: «confiar en Dios». Hoy, viendo la figura de estos dos grandes santos, pilares de la Iglesia, ponemos nuestra confianza en la veracidad y en la bondad de Dios. La confianza de los hijos de Dios tiene su raíz en la fe que nace del amor a la voluntad divina. El mejor ejemplo de la confianza que debe privar en cualquiera de nosotros es indiscutiblemente, como seguramente lo fue para san pedro y San Pablo, María Santísima, que ella interceda hoy que es sábado, en este día solemne que aún no termina, para que aumentemos nuestra confianza en el Señor.
Padre Alfredo.
P.D. Mi padre está un poco mejor, pero seguimos en el hospital. ¡Gracias por sus oraciones y todo su apoyo!
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