sábado, 8 de junio de 2019

«EN VÍSPERAS DE PENTECOSTÉS»... Un pequeño pensamiento para hoy


Mañana celebraremos ya la solemnidad de Pentecostés que cierra y sella, con el fuego del Espíritu el tiempo pascual. Papá y yo seguimos aquí en el hospital, el de paciente —¡y vaya que tiene que ser paciente!— y yo de acompañante, pues no llego ni siquiera a aprendiz de enfermero. La ciencia sigue echando manos de sus modernidades y don Alfredo está mucho mejor. No me queda duda alguna que el Espíritu Santo ha guiado las manos, la mente y el corazón de todos los doctores que en estos días, desde hace poco más de una semana, ha n estado involucrados en la búsqueda de darle a mi padre, de 85 años de edad, calidad de vida al trabajar para restablecer su salud. Pero eso no hace que yo me desentienda de estas últimas horas de la Pascua y me viene la idea de hacer una especie de cuestionario para que, al responderlo cada quien, se le presente mañana domingo o desde las vísperas de este sábado, al Espíritu Santo como frutos obtenidos en el tiempo pascual que es un buen tiempo, cincuenta días transcurridos: ¿Cómo ha sido para mí la Pascua de este 2019? ¿He experimentado alguna victoria en medio de «tanta guerra» en este mundo que parece impermeable a Dios y a su Palabra? ¿En qué caminos se me ha hecho más visible la presencia del Resucitado? ¿He metido mis dedos en algunas heridas para comprobar que efectivamente era Él? ¿Con qué animo me dispongo a celebrar la irrupción del Espíritu y a seguir caminando en la vida ordinaria? Estas y muchas otras preguntas, nos podemos hacer ya casi llegando al final del camino pascual. 

Terminando el tiempo pascual, terminamos también de leer el libro de los Hechos de los Apóstoles. Porque la primera consecuencia de la fe en la resurrección de Jesús es el comienzo entusiasta de la misión eclesial para anunciar la Buena Nueva, el Evangelio del amor misericordioso de Dios por todos los seres humanos; amor hasta la muerte, la de Cristo en la cruz, y hasta la vida, la existencia nueva de los bautizados que esperamos confiados el don de la vida eterna por Jesucristo. Esto fue lo que hicieron los apóstoles según hemos leído en este libro bíblico que es apasionante: predicar el evangelio, fundar y congregar las comunidades cristianas, dar testimonio de Jesús por todas partes. Después de este acompañar cada día de la Pascua a la Iglesia primitiva, no podemos vivir nuestra fe de cristianos en el anonimato y en la pasividad. Debemos, al contrario, abrirnos a testimoniar nuestra fe, a difundir el evangelio, la alegre noticia del amor de Dios por todos nosotros como hacían aquellos primeros cristianos impulsados por lo que iban conociendo del Antiguo Testamento y lo que ellos mismos, predicaban y buscaban ponerlo por escrito. 

Al modo como María y los discípulos se encontraban desde las vísperas de Pentecostés reunidos en ese saloncito que el año pasado conocí y que es conocido como «el Cenáculo», expectantes, ansiosos, necesitados de nueva luz y calor para poder salir a comunicar al mundo la Buena Noticia del Señor, también nosotros podemos hacer del día de hoy, vísperas de Pentecostés, un momento feliz de encuentro con Dios y con los hombres, dejándonos animar por María la Madre del Señor y aquellos primeros cristianos anhelando la llegada del Espíritu. Sabemos muy bien que no hay día ni hay lugar donde no actúe el Santo Espíritu que lo llena todo, y que no hay persona alguna que no sea objeto de su amor y de su gracia. Pero la celebración comunitaria y solemne de los grandes acontecimientos que han dirigido la historia de salvación nos invita a una mayor interiorización de esas verdades en nuestras conciencias. Por eso la liturgia de hoy nos invita a meditar con el salmo 10 en que vemos cómo Dios se deleita en los justos, a quienes ve como a sus hijos amados y en quienes Él se complace. Dios —dice el salmista— no se olvida de nadie, incluidos los pecadores. Él no quiere castigar ni destruir al pecador, sino que se convierta y viva. En su gran amor hacia nosotros nos envió a su propio Hijo, para el perdón de nuestros pecados y para hacernos participar de su Vida y de su Espíritu, haciéndonos así hijos suyos. Aprovechemos este día de gracia del Señor, pues Él ha venido a buscar y a salvar todo lo que se había perdido y nos envía con el Padre misericordioso al Espíritu Santo, el Paráclito, para seamos una continua alabanza del Nombre de nuestro Dios. ¡Bendecido sábado, vísperas de Pentecostés! 

Padre Alfredo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario