En el contexto de un «Año de Gracia», el autor del salmo 67 [68] que hoy tenemos nuevamente como salmo responsorial, nos invita a no ofrecerle al Señor solamente «tributos externos»; sino a ofrecernos nosotros mismos dándole gloria, como pide a los reyes de aquellos tiempos. El Señor quiere que nosotros seamos suyos, y que lo glorifiquemos con una vida intachable. Algún día vendrá, lleno de gloria. Entonces habrá terminado el año de gracia, y el Señor aparecerá como juez de todas las naciones. Pero quienes le hayamos vivido y perseverado fieles hasta el final no tendremos ningún temor, pues permaneceremos de pie en su presencia. Por eso, ya desde ahora, el salmista nos invita a dejar que la Gloria del Señor resplandezca sobre el rostro de su Iglesia, porque nuestras buenas obras son las que manifiestan que, en verdad, Dios permanece en nosotros y nosotros en Él.
Estamos cerrando ya casi el tiempo de Pascua —faltan unos cuantos días para la fiesta de Pentecostés—. Los discípulos, en sus experiencias pascuales, se fueron dando cuenta de que el Señor lo que pide nosotros para perseverar es el cuidado de la vida interior con todo los valores que ésta tiene, Ellos fueron los primeros en vivir estos esos regalos de la vida del alma, entre ellos el de la alegría por ejemplo, que era tanta, que casi no se lo podían creer, una alegría que no consiste en acunarse en un estado emocional placentero por las cosas del mundo, sino en el encuentro con el Resucitado. También el valor del anuncio de la palabra, pues las experiencias pascuales culminan en el envío. La alegría del encuentro y el envío para anunciar la palabra, son dos momentos inseparables de toda experiencia pascual y de toda dinámica pascual. Si durante este tiempo nos hemos abierto a la acogida de estos regalos, si hemos crecido en ellos y si nos hemos reafirmado una vez más en la dedicación a la misión recibida, no se ha frustrado la Pascua en nosotros sino que ha sido un tiempo valioso que nos ha dejado con una fe más firma y más profunda.
Con las lecturas de hoy (Hch 20,28-38 y Jn 17,11-19) nos queda claro que la última semana del tiempo pascual es una semana «testamentaria». En el evangelio de hoy Jesús le pide al Padre por sus discípulos, «por los que me has dado»: para que no se pierdan, para que sean uno, para que tengan alegría, para que sean preservados del mal y santificados en la verdad. Fortalecidos por estos regalos del Padre, podrán entonces ser enviados. Por eso, el fragmento testamentario de hoy termina con un envío: «Como tú me enviaste al mundo, así los envío yo también al mundo». Jesús nos envía a sus discípulos–misioneros, como el Padre lo envió a él. Somos sus embajadores para transformar el mundo revoltoso en un mundo de hijos obedientes de Dios. Así nos consagraremos en la verdad, es decir, nos habremos puesto incondicionalmente en el camino de cumplir siempre y únicamente la voluntad de Dios, como Jesús. Con María Santísima y los Apóstoles, vayamos preparando nuestros corazones para recibir el don del Espíritu Santo, que nos hará fuertes para el cumplimiento y la realización de la tarea que tenemos encomendada. ¡Bendecido miércoles!
Padre Alfredo.
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