jueves, 20 de junio de 2019

«EL CUERPO Y LA SANGRE DE CRISTO»... Un pequeño pensamiento para hoy

Cada día, de oriente a occidente, desde donde sale el sol hasta el ocaso, la Iglesia Católica celebra el banquete sacrificial del Cuerpo y de la Sangre de Cristo, cuya institución conmemoramos la tarde del Jueves Santo. Todos los días son por lo tanto celebración del «Corpus Christi». Sin embargo, después de concluidas las fiestas pascuales, somos invitados nuevamente a una celebración solemne y particular para celebrar este Santísimo Sacramento y agradecer el regalo que el mismo Dios nos hace. La celebración del «Jueves de Corpus» —como también se le dice—, sintetiza la vida toda del Señor y nos comunica los frutos de la redención en el misterio de la Eucaristía, que tiene muchas evocaciones: es memorial de la pasión, es banquete de unidad, es anticipo de la vida divina que compartiremos con Cristo en el cielo. Por eso es necesario no quedarse —como algunas veces nos lo ha recordado el Papa Francisco— en la periferia del misterio, sino descubrir una vez más lo que creemos y celebramos: el «Cuerpo» que se entrega, la «Sangre» que se derrama. La entrega es esencia profunda y última del Corpus, que debemos renovar constantemente. 

Al celebrar esta solemnidad —que es fiesta de precepto y que por eso obliga hoy la asistencia a Misa como si fuera domingo— recordamos que nosotros, los discípulos–misioneros de Señor, hemos de imitarle para ser también pan que se multiplica, pan que se hace accesible a cualquier fortuna, pan de vida, pan de unión, pan que sacia el hambre. A ejemplo de Cristo que ha derramado su sangre, el discípulo–misionero debe convertirse también en vino bueno, de la mejor cosecha, que va pasando de mano en mano y de copa en copa, para que todos beban salvación y no muerte, por eso se habla de la multiplicación de los panes en el Evangelio de hoy (Lc 9,11-17), en donde los doce y los discípulos, son invitados a repartir el pan a la multitud. A través del servicio de los apóstoles y de los discípulos, el pueblo se reúne en comunidad del reino de Dios. Con todo este relato se nos invita a ir, en este día solemne, a la experiencia de fe de la comunidad que en la eucaristía ha encontrado al Señor. 

La liturgia de la Palabra nos ofrece en este día, como salmo responsorial, un salmo real, el 109 [110] con una escena que se desarrolla en la «sala del Trono» del palacio real de Jerusalén, que se eleva a la «derecha» del Templo cuando uno mira hacia el Oriente. Este salmo expresa en términos precisos la soberana realeza de Cristo, Mesías, Sacerdote por excelencia. Sabemos que, en realidad, sólo hay un único sacerdocio, el de Cristo, participado de dos maneras reales pero esencialmente distintas: el sacerdocio de orden y el sacerdocio bautismal; estos dos sacerdocios reales, aunque esencialmente diferentes, están ambos prefigurados, lo mismo que el de Cristo, por el sacrificio de Melquisedec y el salmista hoy nos invita a ver con cuanta ansia y esperanza anhelaba el pueblo de Israel la llegada del Mesías. Nosotros ya lo tenemos, y se ha quedado en su Cuerpo y en su Sangre para alimentarnos fortaleciendo nuestro paso por este mundo. La celebración de la solemnidad de hoy, vuelve a ofrecernos —como el Jueves Santo— la oportunidad de reflexionar sobre la Eucaristía. Un rápido examen de conciencia en este día, nos ayudará a advertir qué debemos hacer para tratar con más delicadeza a Jesús que se ha querido quedar con nosotros Sacramentado en la Hostia Santa, Víctima que se entrega para alcanzarnos la salvación. Habrá que revisar hoy la limpieza de nuestra alma, que siempre debe estar en gracia para recibirle; la corrección en el modo de celebrar —actitudes, gestos, forma de vestir, como señal exterior de amor y reverencia—; la frecuencia con la que nos acercamos a recibirlo, las veces que vamos a visitarlo en el Sagrario... Deberían ser incontables los detalles con el Señor en la Eucaristía y este es un buen día para hacer cuentas al respecto. Luchemos por recibir y por tratar a Jesús Sacramentado con la pureza, humildad y devoción de su Santísima Madre, con el espíritu y fervor de los santos. ¡Bendecido jueves de Corpus! 

Padre Alfredo.

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