El salmo 97 [98] es uno de los más breves en el Salterio y es un canto que busca dar las gracias a Dios por la liberación y además una especie de continuación del tema de los dos salmos anteriores —que vale la pena leerlos junto con este—. Es conocido también como «Canto de alabanza a Dios después de la liberación», y «Justicia del Rey», basándose, este último título, más en el contexto que se viene narrando en los salmos recientes. Tiene apenas 9 versículos, que dividen la oración en dos partes que parecen tener distintos orígenes. El contenido ideológico es diverso y cada parte tiene su sección. Primero habla del nuevo portento de Dios —en aquel momento— y la segunda parte trata de preparar a las personas para la llegada del Señor. Dios está en el centro de la escena con toda su majestad, mientras realiza la salvación en la historia y se le espera para «juzgar» al mundo y a los pueblos (cf. v. 9).
Este salmo comienza con la proclamación de la intervención divina dentro de la historia de Israel (cf. vv. 1-3). La idea de un canto nuevo, conque inicia el salmo, nos ofrece la seguridad de que es un salmo inspirado por Dios, porque esa idea, de un «canto nuevo» se encuentre en muchos otros lugares de la Escritura: Salmo 33,3; 40,3; 96,1; 144,9; 149,1; Isaías 42,10, y en Apocalipsis 5,9 y 14,3. El concepto de un canto nuevo significa que debe de haber algo nuevo y dinámico en la adoración y en las canciones que entonamos a Dios. Nuestro canto de alabanza y gratitud, por la gracia redentora, nunca puede hacerse viejo, aunque las mismas palabras sean usadas… ¿Acaso sus misericordias no son nuevas cada mañana, y su fidelidad nueva cada noche? ¿No está trabajando siempre su amor preparando su mesa para nuevas comidas, preparando la cama para nuevos descansos? Así la meditación de este salmo, nos lleva a la acción de gracias al empezar una nueva semana laboral y académica luego de haber celebrado ayer a la Santísima Trinidad.
Por otra parte, las imágenes de la «diestra» y del «santo brazo» remiten al éxodo, a la liberación de la esclavitud de Egipto (cf. v. 1). Y la alianza con el pueblo elegido se recuerda mediante dos grandes perfecciones divinas: «amor» y «lealtad» (cf. v. 3). El amor y la lealtad a Dios, nos hacen ir mucho más allá de la actuación de alguien llevado únicamente por los criterios del mundo. No puede decirse que la vida cristiana sea una vida fácil, pues vamos «remando contra corriente», como nos lo hace ver Jesús en el Evangelio de hoy (Mt 5,38-42) pero no es una vida triste, sino una vida enamorada del Señor y por lo tanto una vida que busca mantener la lealtad al Señor que merece cada día, de nuestra parte, «un canto nuevo». Hay fuertes paralelos entre la primera parte del Salmo responsorial de hoy y el canto de la Santísima virgen María (Lc 1,46-55), lo que podría indicar que la madre del Señor tenía este Salmo en su corazón cuando compuso el bellísimo himno del Magnificat y de que ella correctamente vio que la promesa del Salmo se cumplía en las victorias espirituales logradas por Jesucristo que venía a salvarnos. Hoy, en esta difícil época que nos ha tocado vivir, con todas las «sorpresas» que encontramos cada día, Dios nos llama a ser continuadores de la gratitud a Dios por su amor y su lealtad. ¡Bendecido lunes!
Padre Alfredo.
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