jueves, 13 de junio de 2019

«JESUCRISTO SUMO Y ETERNO SACERDOTE»... Un pequeño pensamiento para hoy


La fiesta litúrgica de hoy, nos invita a adentrarnos en el asombroso corazón sacerdotal de Cristo. Dentro de pocos días, la liturgia nos llevará de nuevo al Sagrado Corazón de Jesús, pero centrados en su carácter sagrado. Hoy admiramos su corazón de pastor y redentor, que se deshace por su rebaño, al que no abandonará nunca. Un corazón que manifiesta «ansia» por los suyos, que somos todos nosotros: «Con ansia he deseado comer esta Pascua con ustedes antes de padecer» (Lc 22,15). Por medio del sacerdocio de su Hijo Jesús, el Padre Dios nos ha sacado de la profundidad de nuestros pecados, ha puesto nuestros pies sobre roca firme y ha consolidado nuestros pasos para que demos testimonio de lo misericordioso que ha sido para con nosotros. Y el Señor quiere que le entonemos un cántico nuevo, el cántico de la fidelidad a su voluntad, como el salmista nos lo propone en el salmo 39 [40] que hoy tenemos. Junto con Cristo, el sumo y eterno sacerdote, hemos de estar dispuestos a hacer la voluntad de nuestro Padre Dios en todo. 

Sabemos que proclamar el Evangelio nos lleva a anunciarlo, pero también a dar testimonio de él, pues no podemos anunciar la Buena Nueva solamente con los labios. Junto con el testimonio sabemos que no podemos eludir nuestra cruz de cada día, con la fidelidad que muchas veces nos puede llevar hasta el martirio, pero sabiendo que no todo terminará con la muerte. Después de la cruz siempre estará la gloria, siempre estará Dios como Padre lleno de amor, de ternura y de misericordia para con nosotros. Él nos espera para recibir en su casa a quienes le vivamos fieles. La acción sacerdotal de Cristo, que la Iglesia continúa, consiste en seguir el mismo camino de amor y de fidelidad de su Señor. Vamos tras las huellas de Cristo aceptando todos los riesgos que nos llegan por ello, sabiendo que no hemos recibido un espíritu de cobardía sino de valentía para que no cerremos nuestros labios en el anuncio del Evangelio. La presencia de Jesucristo en la Eucaristía es una presencia real con toda su fuerza salvadora, porque él es sacerdote y víctima a la vez. Participar de la Eucaristía nos hace entrar en la nueva alianza inaugurada por este Sumo Sacerdote, en que, unidos a Él, somos hechos hijos de Dios y el Padre Dios nos contempla con el mismo amor con que contempla a su Hijo unigénito dándonos el sacerdocio bautismal para continuar la obra sacerdotal de Jesús en el mundo y su historia. El evangelio de hoy, llevándonos a la Última Cena (Lc 22,14-20), nos alienta a ser continuadores de la entrega de Cristo. 

A nosotros, discípulos–misioneros de Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote, nos corresponde continuar consagrándolo todo a Dios. El Sacrificio redentor del Señor Jesús debe no sólo ser anunciado, sino vivido por la Iglesia, como la mejor muestra del Evangelio proclamado con la vida misma. ¿En verdad somos alimento, pan de vida para los demás? ¿En verdad somos capaces de llegar hasta derramar nuestra sangre con tal de que el perdón de los pecados llegue a todos? ¿Estamos dispuestos a vivir conforme a la voluntad de Dios sobre nosotros y no conforme a nuestros propios intereses? ¿Encaminamos a los demás hacia la posesión de los bienes definitivos? Estas preguntas surgen porque nuestra vida, desde el bautismo, es una vida sacerdotal, una vida oferente, y es la vida de la Iglesia, viviendo el sacerdocio bautismal y ministerial con su cercanía al hombre al que ha sido enviado para salvarlo, lo que finalmente dará respuesta correcta o incorrecta a esta serie de preguntas. Jesucristo, el sumo y eterno sacerdote, quiere que santifiquemos a todo y a todos. Pidámosle a María Santísima, Madre de Cristo y Madre de todos en la Iglesia, que, a pesar de toparnos cada día con nuestra propia miseria, nos ayude a alcanzar de su Hijo, la gracia de saber vivir santamente, redimidos y perdonados; y la gracia de colaborar con un nuevo ardor para que la salvación llegue hasta el último rincón de la tierra. ¡Bendecido jueves, día de Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote! 

Padre Alfredo.

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