
En estos cuantos versículos, se siente vibrar el espíritu de los profetas, que con frecuencia invitan a conjugar fe y vida, oración y compromiso existencial, adoración y justicia social (cf. Is 1,10-20;33,14-16; Os 6,6; Mi 6,6-8; Jr 6,20). Estas palabras del salmista, hacen juego y encajan perfectamente con el mensaje del Evangelio de hoy (Mt 7,6.12-14) en donde el Señor nos dice: «¡qué estrecha es la puerta y qué angosto el camino que conduce a la vida, y qué pocos son los que lo encuentran!» Al decir que la puerta es «estrecha», Jesús quiere recordarnos que el camino de la vida es fatigoso y doloroso, porque implica ese «darse» constantemente a los demás. Más adelante, los discípulos comprenderán que es el camino de la cruz. Y al decir que «son pocos» los que entran por esta puerta estrecha, Jesús anuncia que su camino no es el del mundo, el del sentido común, el de la cultura dominante, el del despilfarro, el del descarte; sino siempre un camino en la oposición, un camino minoritario. Viendo las cualidades del hombre de Dios que el salmista nos presenta hoy y que son las que debe tener todo discípulo–misionero del Señor y adentrándonos en el Evangelio, tocamos uno de los misterios más angustiosos de la vida humana: ¿Son pocos los que se salvan? (Lc 13,23) ¿Quién se salva y quién no se salva?
Creo que no se trata de hablar de lo que ocurrirá al final de los tiempos; es decir, de los que se salvan o se condenan. Tanto el salmo como el Evangelio de hoy nos invitan a ver lo que está ocurriendo en el tiempo presente: que el camino cómodo de la mediocridad, del pecado y de los vicios, es muy transitado. En cambio son pocos los que caminan directamente hacia Dios por el sendero angosto, el sendero de las bienaventuranzas (Mt 5,1ss). Hay que esforzarnos por encontrar el verdadero camino. No nos toca a nosotros dedicarnos a averiguar cuántos se salvan o no se salvan, quién se salva y quien no. A nosotros solamente nos incumbe encontrar la verdadera entrada que conduce a la vida. Así podemos ir al altar, y agradar a Dios en la Eucaristía, junto al sacrificio definitivo de Cristo, el nuestro: ese gesto que seguramente nos habrá costado, de tolerancia y generosidad. Él nos premiará, como hizo con Abraham (Gn 13,2.5-18). Cristo dijo que recibiremos «el ciento por uno», si hemos tenido que sacrificar algo de lo nuestro para seguirle como discípulos. Aparentemente, habremos perdido, porque otro se ha salido con la suya. Pero ante Dios somos más ricos. Que María Santísima nos ayude a caminar así, con la lógica de Dios y no con la lógica del mundo. ¡Bendecido martes!
Padre Alfredo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario