Hoy la Iglesia hace memoria de san Bernabé, que fue quien llamó a san Pablo para el ministerio de la evangelización y fue durante un tiempo uno de sus grandes colaboradores, como se nos cuenta en el libro de los Hechos de los Apóstoles. Ete gran hombre «bueno, lleno del Espíritu Santo y de fe» (Hch 11, 21-26), con su vida y con su ejemplo anunció a Cristo entre los gentiles, exhortándoles a que permanecieran fieles al Señor. Bernabé era un judío originario de la isla de Chipre. Afincado en Jerusalén, donde ejercía el ministerio de levita. Fue uno de aquellos servidores del templo que se unieron a la comunidad de los discípulos de Jesús. Su verdadero nombre era José, pero los apóstoles le dieron el sobrenombre de Bernabé, que significa: «hijo de la exhortación», y según otras tradiciones «hijo de la consolación», aunque en realidad, ese nombre debería traducirse por «hijo de la profecía». De él se nos cuenta que poseía un campo, que lo vendió y entregó a los apóstoles el dinero conseguido con aquella venta. Bernabé se convierte, por tanto, en un ejemplo del espíritu de comunicación de bienes que animaba en Jerusalén a la comunidad de los hermanos (cf. Hch 4, 36) y también en un gran ejemplo de lo que es la bondad.
Seguramente san Bernabé oró con el salmo responsorial que hoy nos propone la liturgia del día, el salmo 97 [98]. Un salmo que invita a despertar la bondad del corazón para admirarse por la bondad de Dios que ha hecho maravillas. En este salmo, el autor invita al orante, al pueblo y a las naciones a expresar sus alabanzas y gratitud con gozo por la bondad del Señor, portador de justicia, misericordia y verdad. La memoria de san Bernabé y la lectura orante de este salmo, nos llevan a meditar en la bondad de Dios, que no tiene fronteras y no discrimina a nadie. Dios es bueno con nosotros y siembra esa semilla de bondad en nuestros corazones. San Bernabé, con el ejemplo de su vida, nos enseña que la bondad de Dios es el corazón de nuestra fe cristiana. Todo lo que Dios hace es para nuestro bien. Podemos ver pruebas de la bondad de Dios por todas partes en las provisiones que suministra para sustentar la vida, desde las cosechas que proporcionan el alimento que llega a nuestras mesas, hasta el aire mismo que respiramos. Podemos poseer bondad en nosotros, e incluso el deseo de hacer el bien, pero la bondad verdadera, como lo vemos en san Bernabé, viene de Aquél que es perfectamente bueno y que desea cosas buenas para todas las personas. Nuestra meta debe ser mostrarle al mundo la bondad de Dios todos los días con un corazón agradecido. Dios quiere que nosotros seamos buenos. Él quiere que de cada uno de nosotros se diga eso que el autor del libro de los Hechos nos dice de san Bernabé: «bueno, lleno del Espíritu Santo y de fe». Por eso el Evangelio de hoy, con tres comparaciones (Mt 5,13-16) nos resume cómo vivir esa virtud de la bondad.
Para ser «buenos», debemos ser como la sal. La sal condimenta y da gusto a la comida, sirve para evitar la corrupción de los y también es símbolo de la sabiduría. Debemos ser como la luz, que alumbra el camino, que responde a las preguntas y las dudas, que disipa la oscuridad de tantos que padecen ceguera o se mueven en la oscuridad. Debemos ser como una ciudad puesta en lo alto de la colina, que guía a los que andan buscando camino por el descampado, que ofrece un punto de referencia para la noche y es cobijo para los viajeros. Así, la liturgia de la palabra del día de hoy, hace un conjunto que nos invita a ser buenos a imitación de la bondad de quien nos ha llamado a la vida, que seamos personas que contagian felicidad y visión optimista de la vida. Los discípulos–misioneros somos la luz del mundo cuando hacemos brillar con nuestras obras la bondad de Dios; cuando concretamos en nuestra vida lo que es la bondad no en teoría, sino en la práctica; cuando construimos con esa virtud, espacios nuevos que permitan vivir en la justicia y en la igualdad; cuando hagamos realidad la propuesta de Jesús de vivir en la acción a partir de las buenas obras. Que la Virgen Santísima y san Bernabé, intercedan por nosotros para que seamos buenos. En un tiempo de desaliento y de pérdida de ideales, de disgustos, dificultades y sufrimientos, necesitamos concretizar la bondad en nuestras vidas. No escondamos la bondad, dejemos que se note en nuestras vidas ¡Bendecido martes!
Padre Alfredo.
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