Había una vez un burrito que nunca estaba contento. En pleno invierno le obligaban a permanecer en el establo y a comer paja seca e insípida. Sólo pensaba en que llegara la primavera para poder comer la hierba fresca que crecía en el prado. Por fin llegó la esperada primavera y el burrito pudo disfrutar de la hierba, ya que su dueño comenzó a segarla y recolectarla para alimentar a sus animales. Pero había un problema, el burrito era el encargado de cargar toda la hierba en su lomo, por lo que pronto se hartó de trabajar y sólo quería que llegase el verano. Llegó el verano y lejos de mejorar su suerte, el burrito estaba aún más cansado ya que le tocó cargar con las mieses y los frutos de la cosecha hasta casa, sudando terriblemente y abrasando su piel con el sol. De tal manera que contaba los días para la llegada del otoño, que esperaba que fuera más relajado. La llegada del otoño trajo mucho más trabajo para el Burrito, ya que en esta época del año, toca recolectar la uva y otros muchos frutos del huerto, que tuvo que cargar sin descanso hasta su hogar. Por eso cuando por fin llegó el invierno, el burrito descubrió que era la mejor estación del año, puesto que no debía trabajar y podía comer y dormir tanto como quisiera, sin que nadie le molestara. Y, recordando lo tonto que había sido, se dio cuenta de que para ser feliz, tan solo es necesario conformarse con lo que uno tiene.
Leyendo el salmo responsorial de la liturgia de la Palabra del día de hoy que es una parte del salmo 104 [105], me llamó la atención el segundo párrafo que dice: «Del nombre del Señor enorgullézcanse y siéntase feliz el que lo busca. Recurran al Señor y a su poder, y a su presencia acudan» y por eso empecé mi reflexión con esta fábula del burrito que buscaba la felicidad. Hay personas que esperan toda la semana por el viernes, todos los años por el verano, y toda la vida por la felicidad, cuando ya la poseen. Ser feliz es el deseo más ferviente que el ser humano a perseguido siempre, todo mundo aspira a la felicidad, pero no es fácil lograrlo, el problema es que se cree que sólo obteniendo más de lo que este mundo nos ofrece, se alcanzará la felicidad. Pero no es así. A causa del pecado, la búsqueda de la felicidad fue alterada. Pasó de ser un estado fijo del alma, a un estado ocasional dejando por lo tanto un vacío de insatisfacción y tristeza. Sentirse feliz es algo que no debería faltar ni un instante pues fuimos creados para ser permanentemente felices. La Felicidad es un estado perenne en el alma del creyente que busca a Dios para ponerlo en el centro de su vida, por eso el salmista dice: «siéntase feliz el que lo busca». El hombre y la mujer de fe saben que la felicidad es un regalo divino de amor, gozo y paz que se ancla en el corazón y que no depende de las circunstancias adversas o favorables de la vida, sino de la fidelidad de quien le suministra la felicidad. Es una cualidad puramente espiritual que se obtiene, como no puede ser de otra manera, por vía espiritual.
Solo cuando se tiene un encuentro personal con el Señor se es verdaderamente Feliz, ya que Él es la Felicidad misma. La felicidad cristiana brota de esta certeza. Dios está cerca, está con nosotros, cada día lo buscamos. En el mensaje para la jornada mundial de la juventud, del 2015, el Papa Francisco decía: «La búsqueda de la felicidad es algo común en todas las personas, de todos los tiempos y edades, porque ha sido Dios quien ha puesto en el corazón de todo hombre y mujer un deseo irreprimible de la felicidad, de la plenitud. Nuestros corazones están inquietos y en continua búsqueda de un bienestar que pueda saciar su sed de infinito». «La felicidad —dice el Papa en otra ocasión— no se trata de tener algo o de convertirse en alguien, no, la verdadera felicidad es estar con el Señor y vivir por amor" (Angelus, 1 de noviembre de 2017), porque «nacimos para no morir nunca más, nacimos para disfrutar: ¡La felicidad de Dios!» (Angelus, 1 de noviembre de 2018). Por eso me gustó la fábula del burrito, porque la felicidad está allí, donde dejamos que esté Dios —a quien constantemente buscamos— junto a nosotros, en medio del cansancio, en la rutina de cada día, en el llevar la cruz que nos ha tocado, en el gozo y el dolor, en el triunfo y el fracaso, en el arduo trabajo de cada día... Si buscamos a Dios somos felices y la vida se hace sencilla y da muchos frutos (cf. Mt 7,15-20) como dice el Evangelio de hoy. Que la Virgen María nos ayude a todos los cristianos, y a los hombres que buscan a Dios, a alcanzar la salvación y la felicidad que solo será plena, cuando lleguemos a contemplar a Dios cara a cara. ¡Bendecido miércoles!
Padre Alfredo.
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