jueves, 25 de mayo de 2017

«Elegir lo mejor»... el discernimiento en la vida diaria


San Ignacio de Loyola, en sus Ejercicios Espirituales, de los números 169 al 189, para terminar lo que él llama «La Segunda Semana», coloca un tratado sobre la elección. «La única razón ─dice el santo de Loyola─ que ha de movernos para tomar o dejar cualquier cosa, en calidad de medio, es nuestro deber de glorificar a Dios nuestro Señor participando personalmente en la historia de la salvación.

El capítulo 40 del libro del Éxodo, que habla de la construcción del Templo, en el versículo 16 en donde se inicia el relato, el escrito sagrado anota: «En aquellos días, Moisés hizo todo lo que el Señor le había ordenado». Basta ver esto para darse cuenta de que Moisés era un hombre que sabía elegir, para luego actuar con alegría. Moisés construyó el santuario, colocó pedestales y tableros, puso travesaños y levantó columnas; desplegó la tiendo y un toldo. «Todo como el Señor le había ordenado». Después Moisés colocó las tablas de la alianza en el arca, puso debajo los travesaños y la cubrió con el propiciatorio. Luego llevó el arca al santuario y colgó un velo para ocultarla… «todo, como el Señor le había ordenado». Enseguida, y solo después de que Moisés hace «todo lo que el Señor le había ordenado», es cuando se dan los diversos signos de la presencia de Dios en medio de su pueblo. La visita de Dios se da cuando el elegido (en este caso Moisés) ha sabido elegir hacer lo que Dios le ha ordenado (El relato completo se puede leer en Ex 40,16-38).

En el Evangelio de san Juan, en el pasaje en que se narra la muerte de Lázaro, aparece una mujer que se sabe también elegida por Dios, una mujer que corre al encuentro de Jesús mientras su hermana permanece en casa haciendo los preparativos para recibir al Maestro. Se trata de Marta, a quien en otro pasaje la contemplamos llena de trabajo haciendo los quehaceres de casa. En el relato evangélico Marta llama a María y le dice: «El Maestro está aquí y te llama». El evangelista dice que cuando María escuchó esto, se levantó y se fue hacia Él (Jn 11, 28).

Marta sabía que lo mejor, en aquel momento de dolor, por la muerte de su hermano, era ir a Jesús, el Amigo: «Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano. Pero aún ahora estoy segura de que Dios te concederá cuanto le pidas». Es ella quien tiene la dicha de escuchar aquellas palabras: «Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque haya muerto vivirá».

Jesús quiere que le quede claro a Marta que la mejor elección es amarle y seguirle, porque él es el Señor de la vida. Pero Marta no capta del todo la idea, porque le faltaba aún la claridad de la que habla san Ignacio, para saber elegir lo mejor. Ella misma, en aquella otra ocasión en la que Jesús llega de visita, no había sido capaz de dejar el quehacer para estar con él. Le faltó, en aquella vez, la presteza de María que supo elegir lo mejor y dejó todo para estar con Él a sus pies (Lucas 10,38). Ahora Marta ha aprendido un poco más ─como todos nosotros que día a día vamos aprendiendo a seguir a Jesús más de cerca─ y ha corrido a buscarlo.

La vida nos enseña que hay tiempo para todo, pero hay que aprender a elegir lo mejor. La Escritura nos enseña que hay que verificar cuál es la voluntad de Dios y saber elegir «lo que es bueno, aceptable y perfecto» (Rm 12,2). Por eso la beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento, hablando de este tema, decía que lo mejor es unir a Marta y a María y fundirlas en un «Sí» que se le dé al Señor. Marta, que eligió ir corriendo a Jesús y María, que eligió estar con él a sus pies.

Es que oración y acción se exigen mutuamente para poder hacer una buena elección, porque siempre estará al asecho el peligro de no saber elegir. El querer convertir todo en acción o el quedar quedarse siempre en la antesala de la acción excusándose en la contemplación. La vida debe ser en todo momento ─porque en todo momento estamos eligiendo─ contemplación y acción, acción y contemplación.

A cada momento de nuestra existencia y en cada etapa de nuestro paso por esta vida, Jesús nos va trazando el camino a elegir, que será siempre ser, como él, alimentarse de oración para ser pan partido que se da a los hermanos. Elegir sin él se convierte en una carga muy pesada y difícil de llevar. Le necesitamos, porque con él, siempre se sabe qué hacer y se escoge lo mejor. Como decía otra gran santa y doctora de la Iglesia, Teresa de Ávila: «Con tan buen amigo presente… todo resulta fácil». Es ayuda y esfuerzo, nunca falta, es amigo verdadero (Camino de Perfección 22,6). Por eso, como ella, como la beata María Inés, como san Ignacio de Loyola, los santos, los hombres y mujeres de Dios, no dejaban la Comunión ni la Adoración frecuente. La Eucaristía es la luz que nos lleva a la vida eterna, «es el faro que nos guía» decía la beata María Inés.

En la época que nos ha tocado vivir, es fácil dejarse engañar por pensamientos que no son los de Cristo, porque es más fácil y placentero pensar en lo que nos gusta. «¡Qué fácil es hacer de nuestra voluntad, la voluntad de Dios!» decía santa Teresa. Sin saber elegir no se puede entender ni la humildad, ni el sacrificio, ni el servici

Todos conocemos ese dicho popular que dice «¿A dónde va Vicente?...» Si fuéramos más a la Sagrada Escritura, sabríamos siempre elegir lo mejor. No nos cansemos de pedir a María Santísima ─especialista en buenas elecciones─ que nos ayude a elegir lo mejor. Ella supo hacerse la «sierva del Señor» eligiendo hacer su voluntad (Lc 1,38). Si sabemos elegir lo mejor, podemos vivir más intensamente nuestra vida de cada día con las elecciones que a cada momento tenemos que hacer.

Alfredo Delgado Rangel, M.C.I.U.

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