viernes, 19 de mayo de 2017

«EL REINO DE DIOS»... Una realidad que empieza a vivirse aquí en la tierra

Nuestro Señor Jesucristo vino a establecer su reino predicando constantemente sobre el Reino de Dios, el Reino de los Cielos, con palabras, parábolas, imágenes, milagros y con su mismo testimonio de vida. Al mismo tiempo que nuestro Señor Jesucristo predicó, quiso asdemás hacer de ese reino una organización visible, esta organización visible es la Iglesia (cf. Mt. 16, 18; 18, 17).

Aún cuando se trate de un misterio interior, el Reino de Dios no puede reducirse solamente a este solo aspecto. El término «Reino» está primordialmente relacionado con el misterio de la vivencia de nuestra fe, así como el término «Iglesia» subraya más bien una institución visible y organizada.

Este reino consiste en la nueva y eterna alianza entre Dios y los hombres, esta alianza fue realizada por Cristo, se trata de un misterio de perdón, de comunión íntima, siendo ésta un don gratuito de Dios a los hombres; es un misterio de acogida y de opción libre que se realiza en nuestro señor Jesucristo.

La realización de este reino es una cosa progresiva, desde el momento en que el Señor apareció el reino se hace presente ya en medio de nosotros en su persona, es decir, en la persona de Cristo (Cf. Lc, 17-21). Como nos decía en clase el padre José Antonio Muguerza cuando yo era seminarista, hace algunos ayeres y un antier... El Reino de Dios «es un ya... pero todavía no». O sea, un «ya», en el sentido de que en el momento en que Cristo lo instaura, deja de ser una promesa; y un «todavía no» porque es a la vez una realidad del mundo futuro, un hecho que no está totalmente realizado. El creador de este reino es Dios mismo. La predicación que Cristo hace acerca de este reino es una preparación para recibirlo en plenitud.

Desde la resurrección de Cristo, el Reino de Dios se ha empezado a establecer. El Reino de los Cielos lucha cada día para derrotar al príncipe de este mundo e ir estableciendo un adelanto del cielo en la tierra gracias a la Iglesia. Si somos fieles a Cristo y a la Iglesia, la victoria será nuestra: «Si sufrimos con Él, reinaremos también con Él» (2 Tim. 2,12). 

En el Evangelio, las parábolas del reino en el capítulo 13 del evangelio de san Mateo, expresan un crecimiento en el Reino, se aplican exclusivamente al Reino de Cristo en la Iglesia, preparando el Reino escatológico de Dios. Vale la pena leerlas y meditarlas: La Parábola del Sembrador (Mt 13, 3-9, 18-23). La Parábola del Trigo y la Cizaña (Mt 13,24-30, 36-43). La Parábola de la Semilla de Mostaza (Mt 13,31-3). La Parábola de la Levadura (Mt 13,33). La Parábola del Tesoro Escondido (Mt 13,44). La Parábola de la Perla de Gran Precio (Mt 13,45-46). La Parábola de la Red (Mt 13,47-50).

El Reino de Dios en el «ya pero todavía no», es la alegría, la intrepidez y el entusiasmo que el Reino ha suscitado en grandes hombres y mujeres de Iglesia (Santos, beatos y venerables) que hicieron a un lado lo que el mundo les prometía a manos llenas, cuando se encontraron con Cristo y entraron a formar parte de su reino. San Francisco, por ejemplo, regaló todo lo que pudo y no rehusó dejar la casa paterna, para entregarse a la dama pobreza, y ser el hombre más libre del mundo. Santa Teresa de Calcuta no dudó en entregar su vida entera a atender y a consolar a los más pobres entre los pobres, para llevarlos a todos al cielo. La beata María Inés Teresa decía que su única recompensa era ese «Oportet Illum Regnare» (1 Cor 15,25) que dejó como lema de su familia misionera: «Urge que Él Reine». Es necesario que el Reino llegue al corazón de cada hombre. Sólo entonces podremos decir que ya ha llegado en toda su plenitud.

El Papa Francisco ha dicho: «Nosotros sabemos que la historia tiene un centro: Jesucristo, encarnado, muerto y resucitado; que está vivo entre nosotros y que tiene una finalidad: el Reino de Dios, Reino de paz, de justicia, de libertad en el amor. Y tiene una fuerza que la mueve hacia aquel fin: es la fuerza del Espíritu Santo. Todos nosotros tenemos el Espíritu Santo que hemos recibido en el bautismo. Y él nos empuja a ir hacia adelante en el camino de la vida cristiana, en el camino de la historia, hacia el Reino de Dios. Este Espíritu es la potencia del amor que ha fecundado el seno de la Virgen María; y es el mismo que anima los proyectos y las obras de todos los constructores de paz. Donde hay un hombre y una mujer constructor de paz, es exactamente el Espíritu Santo quien ayuda y lo empuja a hacer la paz» (S.S. Francisco, 1 de enero de 2014).

Empecemos a establecer el Reino de Dios en nuestro corazón y en nuestra casa. Que cada día Dios sea lo más importante en nuestras vidas, en nuestro ser y quehacer. Buscquemos que el Reino de Dios viva en nuestro corazón de discípulos–misioneros, a través de la oración y la entrega a los demás para que todos conozcan y amen al Señor.

Pidámosle a María, la Reina del Cielo, que sea nuestra guía, nuestra senda de llegada al Reino. Que ella toque con tu suave mirada la dureza de tantos corazones fríos, que ella llene de esperanza los días de oscuridad de este mundo y permita que el mundo vea en nosotros sus hijos el reflejo del fruto de su vientre, que es Jesús que está vivo y resucitado entre nosotros y sigue estableciendo su Reino en el «ya... pero todavía no».

Alfredo Delgado, M.C.I.U.

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