sábado, 13 de mayo de 2017

A los 100 años de las apariciones de Nuestra Señora de Fátima...


Hoy, 13 de mayo de 2017, se cumplen 100 años de la primera aparición de Nuestra Señoraq de Fátima a los pastorcitos Francisco, Jacinta y Lucía. Hoy también, en una solemne ceremonia en la que se conmemora este magno acontecimiento, el Papa Francisco canonizó dos de estos niños: Francisco y Jacinta Marto.

San Francisco Marto nació el 11 de junio de 1908 y murió de Neumonía el 4 de abril de 1919, menos de dos años después de la aparición y cuando aún no había cumplido los 11 años. Durante las apariciones del Angel y de la Santísima Virgen, lo presenció todo pero, a diferencia de sus otras dos compañeras, no le fue permitido escuchar las palabras que fueron pronunciadas. En el transcurso de la primera aparición, Lucía preguntó a la Virgen si Francisco iría al Cielo, Nuestra Señora le dijo que sí, pero que tendría que recitar muchos Rosarios. Sabiendo que pronto sería llamado al cielo, Francisco pasaba largos ratos en la Iglesia, para hacerle compañía al Jesús escondido (refiriéndose al Sagrario).

Santa Jacinta Marto nació el 11 de marzo de 1910 y murió el 20 de febrero de 1920 también de Neumonía cuando estaba próxima a cumplir 10 años. Los dos dedicaron su corta vida al sacrificio y preocupación por los pecadores. Ella fue la menor de los videntes, pues durante las apariciones tenía solamente 7 años de vida. Ella vio y escuchó todo, pero no le habló al Angel ni a la Madre de Dios. Inteligente y muy sensible, Jacinta quedó profundamente impresionada cuando escuchó a la Santísima Virgen declarar que Jesús estaba muy ofendido por el pecado. Después de haber tenido la visión del infierno, Jacinta decidió ofrecerse completamente a la salvación de las almas.

Lucía dos Santos, más conocida años después como Sor Lucía, nació  el 22 de marzo de 1907 y murió muchos años después que sus primos, el 13 de febrero de 2005. Fue la mayor de los tres videntes y desde joven ingresó a la Orden de las Carmelitas Descalzas donde permaneció hasta su muerte tomando el nombre de Sor María Lucía del Inmaculado Corazón. Nuestra Señora le dijo que Ella pronto se llevaría al Cielo a Francisco y a Jacinta y le informó que ella debería permanecer sola en la tierra, para propagar la devoción al Inmaculado Corazón María. La Virgen la reconfortó y le dijo: «Mi Corazón Inmaculado será tu refugio y el camino que te guiará a Dios. Lucía murió en olor de santidad. Actualmente es Sierva de Dios, pues su proceso de canonización está en curso. 


Entre el 13 de mayo y el 13 de octubre de 1917, a Jacinta, Francisco y Lucía, les fue concedido el privilegio de ver a la Virgen María en el Cova de Iría. A partir de esta experiencia sobrenatural, los tres se vieron cada vez más llenos y motivados por el amor a Dios y a las almas, de manera que llegaron a tener una sola aspiración: rezar y sufrir de acuerdo con la petición de la Santísima Virgen María. Si fue extraordinaria la medida de la benevolencia divina para con ellos, extraordinario fue también la manera como estos tres cristianos quisieron corresponder a la gracia divina.

Durante las apariciones, soportaron con espíritu inalterable y con admirable fortaleza calumnias, malas interpretaciones, injurias, persecuciones y algunos días de prisión. Incluso fueron amenazados de muerte por las autoridades de gobierno si no declaraban falsas las apariciones. San Francisco se mantuvo firme por no traicionar a la Virgen, infundiendo este valor a su prima y a su hermana. Cada vez que los amenazaban ellos respondían: «Si nos matan no importa; vamos al cielo.» Por su parte, cuando a santa Jacinta se la llevaban supuestamente para matarla, con espíritu de mártir, les indicó a sus compañeros: «No se preocupen, no les diré nada; prefiero morir antes que eso.»

Francisco, Jacinta y su prima Lucía, aseguraron haber visto seis veces a la Virgen María, desde el 13 de mayo y hasta el 13 de octubre de 1917. La única aparición que no fue un día 13 fue la del 19 de agosto del mismo año, cuando los niños fueron retenidos por el alcalde de Vila Nova de Ourém para obligarlos a retractarse de sus versiones sobre la Virgen y a que le revelaran los secretos.

Francisco y Jacinta Marto son los santos más jóvenes en 2000 años del catolicismo. El papa Francisco pronunció la fórmula ritual de canonización durante la ceremonia oficiada delante de la Basílica de Nuestra Señora de Fátima este sábado: «Tras haber largamente reflejado, invocado varias veces el auxilio divino y escuchado el parecer de nuestros hermanos en el episcopado, declaramos y definimos como santos a los beatos Francisco y Jacinta Marto, los inscribimos en el Libro de los Santos y establecemos que en toda la Iglesia ellos sean devotamente honrados entre los santos.»

A continuación les comparto el texto completo de la homilía del Papa Francisco el día de hoy en Fátima:

«Un gran signo apareció en el cielo: una mujer vestida del sol», dice el vidente de Patmos en el Apocalipsis (12,1), señalando además que ella estaba a punto de dar a luz a un hijo. Después, en el Evangelio, hemos escuchado cómo Jesús le dice al discípulo: «Ahí tienes a tu madre» (Jn 19,27).

Tenemos una Madre, una «Señora muy bella», comentaban entre ellos los videntes de Fátima mientras regresaban a casa, en aquel bendito 13 de mayo de hace cien años. Y, por la noche, Jacinta no pudo contenerse y reveló el secreto a su madre: «Hoy he visto a la Virgen». Habían visto a la Madre del cielo. En la estela de luz que seguían con sus ojos, se posaron los ojos de muchos, pero… estos no la vieron. La Virgen Madre no vino aquí para que nosotros la viéramos: para esto tendremos toda la eternidad, a condición de que vayamos al cielo, por supuesto. Pero ella, previendo y advirtiéndonos sobre el peligro del infierno al que nos lleva una vida a menudo propuesta e impuesta, sin Dios, y que profana a Dios en sus criaturas, vino a recordarnos la Luz de Dios que mora en nosotros y nos cubre, porque, como hemos escuchado en la primera lectura, «fue arrebatado su hijo junto a Dios» (Ap 12,5). Y, según las palabras de Lucía, los tres privilegiados se encontraban dentro de la Luz de Dios que la Virgen irradiaba. Ella los rodeaba con el manto de Luz que Dios le había dado. Según el creer y el sentir de muchos peregrinos —por no decir de todos—, Fátima es sobre todo este manto de Luz que nos cubre, tanto aquí como en cualquier otra parte de la tierra, cuando nos refugiamos bajo la protección de la Virgen Madre para pedirle, como enseña la Salve Regina, «muéstranos a Jesús».

Queridos Peregrinos, tenemos una Madre. Aferrándonos a ella como hijos, vivamos de la esperanza que se apoya en Jesús, porque, como hemos escuchado en la segunda lectura, «los que reciben a raudales el don gratuito de la justificación reinarán en la vida gracias a uno solo, Jesucristo» (Rm 5,17). Cuando Jesús subió al cielo, llevó junto al Padre celeste a la humanidad, nuestra humanidad, que había asumido en el seno de la Virgen Madre, y que nunca dejará.

Como un ancla, fijemos nuestra esperanza en esa humanidad colocada en el cielo a la derecha del Padre (cf. Ef 2,6). Que esta esperanza sea el impulso de nuestra vida. Una esperanza que nos sostenga siempre, hasta el último suspiro.

Con esta esperanza, nos hemos reunido aquí para dar gracias por las innumerables bendiciones que el Cielo ha derramado en estos cien años, y que han transcurrido bajo el manto de Luz que la Virgen, desde este Portugal rico en esperanza, ha extendido hasta los cuatro ángulos de la tierra. Como un ejemplo para nosotros, tenemos ante los ojos a san Francisco Marto y a santa Jacinta, a quienes la Virgen María introdujo en el mar inmenso de la Luz de Dios, para que lo adoraran. De ahí recibían ellos la fuerza para superar las  contrariedades y los sufrimientos. La presencia divina se fue haciendo cada vez más constante en sus vidas, como se manifiesta claramente en la insistente oración por los pecadores y en el deseo permanente de estar junto a «Jesús oculto» en el Sagrario.

En sus Memorias (III, n.6), Sor Lucía da la palabra a Jacinta, que había recibido una visión: «¿No ves muchas carreteras, muchos caminos y campos llenos de gente que lloran de hambre por no tener nada para comer? ¿Y el Santo Padre en una iglesia, rezando delante del Inmaculado Corazón de María? ¿Y tanta gente rezando con él?» Gracias por haberme acompañado. No podía dejar de venir aquí para venerar a la Virgen Madre, y para confiarle a sus hijos e hijas. Bajo su manto, no se pierden; de sus brazos vendrá la esperanza y la paz que necesitan y que yo suplico para todos mis hermanos en el bautismo y en la humanidad, en particular para los enfermos y los discapacitados, los encarcelados y los desocupados, los pobres y los abandonados. Queridos hermanos: pidamos a Dios, con la esperanza de que nos escuchen los hombres, y dirijámonos a los hombres, con la certeza de que Dios nos ayuda.

En efecto, él nos ha creado como una esperanza para los demás, una esperanza real y realizable en el estado de vida de cada uno. Al «pedir» y «exigir» de cada uno de nosotros el cumplimiento de los compromisos del propio estado (Carta de sor Lucía, 28 de febrero de 1943), el cielo activa aquí una auténtica y precisa movilización general contra esa indiferencia que nos enfría el corazón y agrava nuestra miopía. No queremos ser una esperanza abortada. La vida sólo puede sobrevivir gracias a la generosidad de otra vida. «Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto» (Jn 12,24): lo ha dicho y lo ha hecho el Señor, que siempre nos precede. Cuando pasamos por alguna cruz, él ya ha pasado antes. De este modo, no subimos a la cruz para encontrar a Jesús, sino que ha sido él el que se ha humillado y ha bajado hasta la cruz para encontrarnos a nosotros y, en nosotros, vencer las tinieblas del mal y llevarnos a la luz.

Que, con la protección de María, seamos en el mundo centinelas que sepan contemplar el verdadero rostro de Jesús Salvador, que brilla en la Pascua, y descubramos de nuevo el rostro joven y hermoso de la Iglesia, que resplandece cuando es misionera, acogedora, libre, fiel, pobre de medios y rica de amor.


Finalmente, dejo l oración para pedir la Beatificación de la Sierva de Dios Sor Lucía

Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, os adoro profundamente y os agradezco las apariciones de la Santísima Virgen en Fátima para manifestar al mundo las riquezas de su Corazón Inmaculado. Por los méritos infinitos del Santísimo Corazón de Jesús y del Corazón Inmaculado de María, os pido que, si es para vuestra mayor gloria y bien de nuestras almas, os dignéis glorificar ante la Santa Iglesia a la Hermana Lucía, pastorcita de Fátima, concediéndonos, por su intercesión, la gracia que os pedimos. 

Amén.

Padre Nuestro. Ave María. Gloria.


Alfredo Delgado Rangel, M.C.I.U.

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