lunes, 23 de abril de 2018

«La puerta del redil»... Un pequeño pensamiento para hoy


El Espíritu Santo siempre ha empujado a la Iglesia a la «misión», porque la Iglesia «es misionera por naturaleza» (AG 1). Desde sus inicios, muchos «gentiles» de distintas razas y naciones al conocer la Buena Nueva, fueron pidiendo ser bautizados. La semilla de la «Fe» hacía que aceptaran la Palabra de Dios, y ante él, como enseña Pedro en la primera lectura de hoy (Hch 11,1-18) todos tenemos derecho a ser sus hijos porque todos somos llamados. Desde entonces y hasta hoy, todo pueblo, toda cultura, toda raza, todo medio ambiente podrá entrar a formar parte de la Iglesia sin renegar de sus propias riquezas, con sólo suprimir de sus mentalidades lo que, en ellas, es pecado. Pedro, el primero de los apóstoles, protagoniza hoy una opción misionera trascendental y aleccionadora en la vida de la Iglesia. Él, como vicario de Cristo, lee los signos de los tiempos y recibe a los gentiles manteniendo una cohesión dinámica y peregrinante en aquella incipiente comunidad cristiana. 

Este pasaje hay que entenderlo a la luz del bautizo de Cornelio y su familia, a quien san Lucas, en el libro de los Hechos le dedica los capítulos 10 y 11. Pedro, como primer Papa, al haberse dejado llevar por el Espíritu, bautiza a esta gente en un «nuevo Pentecostés», en casa de un pagano, acepta la interpelación crítica de algunos de la comunidad que le tachan de precipitado en su decisión. PÉl, como sucesor de Cristo, ha de dar las explicaciones oportunas que aparecen en el fragmento del relato que leemos hoy y la comunidad las asimila, reconociendo que «también a los gentiles les ha otorgado la conversión que lleva a la vida». El diálogo sincero resuelve un momento de tensión que podría haber sido más grave. Esta es la tarea del Papa, y aún en nuestros tiempos, por diversas situaciones, el Santo Padre, ha de dar explicaciones de algunas situaciones por las que va llevando, conducido por el Espíritu, el rebaño que le ha sido confiado por el «Gran Pastor de las ovejas», Jesucristo Señor nuestro. 

San Juan XXIII que convocó y dio la orientación básica al Concilio del aggiornamento de la Iglesia, fue una opción profética en la línea de la de Pedro. El beato Paulo VI, al realizar el Concilio, ni se diga, ha sido muy criticado. Recuerdo la reacción de muchos cuando el siervo de Dios Juan Pablo I dijo que Dios «es Padre y Madre». Por su parte, san Juan Pablo II recorrió el mundo entero buscando que la Iglesia se inculturara hasta los últimos rincones del planeta, criticado por muchos por el costo exorbitante de aquellos viajes. Benedicto XVI tuvo que aclarar varias veces, como teólogo eximio de la Iglesia, algunos pronunciamientos que tocaban aspectos científicos... y qué decir de Francisco, que, desde el primer momento en que se asomó al balcón de la Basílica de san Pedro y pidió la bendición de su pueblo, no ha dejado de interpelar especialmente a muchos que no asumen situaciones nuevas y pareceres diferentes en una Iglesia de salida. El Papa, siempre ha sido, desde Pedro, una figura del Buen Pastor, que es, al mismo tiempo «La Puerta» (Jn 10,1-10). Jesús, a lo largo del evangelio, para mostrarse plenamente a sus seguidores, utiliza múltiples comparaciones tomadas de la vida: él es el agua, el pan, el camino, el pastor, la luz, la piedra angular... «la puerta». A través de él la Iglesia, conducida por su vicario en la tierra, «entra y sale». A través de él tienen acceso las ovejas a la seguridad del redil. A través de él pueden salir a los pastos buenos. «Nadie va al Padre sino por mí» (Jn 14,6). Sólo el que pasa por él, el que cree en él, entra en la vida. La metáfora de Cristo como puerta nos debe situar ante el siempre actual dilema de aceptar o no a Cristo como el camino y el único Mediador que da sentido a nuestra vida. Cuando buscamos seguridad y felicidad, o tratamos de legitimar nuestras actuaciones: ¿es él en quien pensamos y creemos? Él ya dijo que la puerta que conduce a la vida es estrecha: ¿trato de buscar otras puertas más cómodas, otros caminos más llanos y agradables, o acepto plenamente a Jesús como la única puerta a la vida y así lo llevo a los demás como discípulo–misionero? ¿Me siento unido a él, entro por la puerta que es él, o soy como ladrón que saquea a las ovejas? ¿Soy dócil a los signos con los que el Espíritu me quiere conducir a fronteras siempre más de acuerdo con el plan misionero y universal de Dios?... ¡Qué preguntas! Que María, la misionera por excelencia me ayude a mí y a todos a escuchar la voz de su Hijo en el Papa, «mi dulce Cristo de la tierra» como decía la beata María Inés. ¡Bendecido lunes a ti y a todos! 

Padre Alfredo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario