Esta noche contraerá matrimonio aquí en Monterrey mi sobrina Irina Delgado Cantú con el joven Pablo Elizondo Treviño, este es uno de los motivos de mi estancia estos días en mi tierra natal, la «Sultana el Norte» que en estos días se ha portado bastante bien en cuanto al clima y a los momentos de convivencia familiar con tíos y primos que han ido llegando de diversas partes para compartir con los muchachos que me han invitado a presidir la concelebración del gozo de su enlace matrimonial. Irina y Pablo emprenderán, desde esta noche, un nuevo camino que, de alguna manera, nace de la unión del que cada uno de ellos ha recorrido hasta ahora en el amor de Dios gracias a sus padres Eduardo y Gloria; Oscar y Carmen, y al maravilloso ambiente de fe que sus familias, con sus hermanos, les han permitido vivir. ¿Qué le diría a este par de jovencitos este tío entrado en años y padrecito desde hace tanto tiempo? Ante todo, lo que el Evangelio de hoy nos dice a todos: que caminen en la Fe y no tengan miedo: «no pierdan la calma: crean en Dios y crean también en mí» (Juan 14,1-6). Todos, en cualesquiera de las diversas vocaciones en la Iglesia, estamos destinados a ir a donde va Cristo, a «las muchas estancias que hay en la casa del Padre» (Jn 14,2) y a la búsqueda y consolidación de nuestra vocación específica, que es el andar que nos va conduciendo, desde este mundo, a esa plena realización en el amor de Dios.
Estas semanas de la Pascua, estos días que están año con año enmarcados en la alegría, le hemos escuchado decir a Jesús que Él es el «pan de vida» (Jn 6,35), la «puerta del redil» (Jn 10,9), el «buen pastor de las ovejas» (Jn 10,14), la «luz del mundo» (Jn 8,12)... y hoy, como un colofón a todo esto, se nos presenta con el símil tan dinámico y expresivo del camino. Ante la interpelación de Tomás, «no sabemos a dónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?» (Jn 14,5), Jesús llega, como siempre, a la manifestación del «Yo soy» y dice: «Yo soy el camino, y la verdad, y la vida: nadie va al Padre, si no es por mí» (Jn 14,6). En la Pascua es cuando más claro vemos que Cristo es nuestro camino. Una metáfora hermosa y llena de fuerza, que en la celebración de la boda veremos en ese camino de los novios hacia el altar con el que se inicia la celebración y recordando la evocación de cantos de Pascua que tocan el tema («camina, pueblo de Dios...», «caminaré en presencia el Señor...» «somos un pueblo que camina...»). La contemplación de Cristo, como camino, es no solo para los que se casan, sino para todo discípulo–misionero, un compromiso de amistad muy particular con el que nos ha llamado, porque es un seguimiento en el amor, confianza y tranquilidad: «No pierdan la calma» (Jn 14,1), porque no vamos en la «vida» sin rumbo, sino avanzando en nuestra realización en la «verdad». Cristo nos señala el camino, él es el camino.
Yo creo que ciertamente el símil del camino ayudó a los primeros miembros de la Iglesia a mantenerse en la fe (Hch 13, 16. 26-33). El andar de los primeros miembros de nuestra Iglesia, que eran conocidos como «los seguidores del camino» (Hch 18,24-26; Hch 19,8-9), nos puede ayudar a preguntarnos, no solo a Pablo e Irina sino a todos: ¿Quiero seguir con fidelidad el camino central, que es Jesús, distinguiendo este camino de otros senderos y atajos que nos pueden parecer en este mundo más atractivos, más fáciles, mas agradables y atrayentes a corto plazo? La realidad de nuestra vocación en medio del mundo es hoy dura y desesperanzadora para muchos. No se alcanza a ver muchas veces la belleza del camino, pese a que hemos sido evangelizados por el cristianismo... ¡mataron a otro sacerdote que secuestraron! —incluso es alguien que compartía mi ministerio de confesor en la Basílica de Guadalupe en CDMX—. Nos invaden por todas partes proyectos económicos que parecen arrasar la vida y para colmo se extiende el individualismo en una sociedad consumista y se desarticula la confianza en las redes sociales en el mundo cibernético que nos une... y en medio de todo esto, surge el «sí» valiente y sincero de dos jovencitos que vienen a decirnos: «¡Vale la pena el camino del amor en Cristo!» La pregunta que hoy puede aflorar a nuestros labios de «¿cómo vamos a saber el camino?» (Jn 14,5) se responde así, en la gente joven que, como Irina y Pablo, emprenden un nuevo camino en el amor misericordioso del Señor y bajo la mirada amorosa y consoladora de María. Es aquí, en estos testimonios de la gente joven, en donde podemos entender que nuestra existencia, mientras vamos de paso por este mundo, no es una autopista que ya está terminada. Jesús es camino en la medida en que nosotros optamos por caminar por él y le permitimos que oriente nuestros pasos, nuestro ser y quehacer. ¡Muchas felicidades a la nueva familia Elizondo–Delgado y a todos los que, como ellos, vamos reconociendo que «se hace camino al andar»!
Padre Alfredo.
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