El mundo del tiempo de los primeros miembros de la Iglesia en torno a los Apóstoles y a la Virgen María no era muy diverso del nuestro porque, como dice la Escritura «No hay nada nuevo bajo el sol» (Ecl 1,9). El ambiente en el que se desarrollaba la vida de aquellos hombres y mujeres llenos de fe era, en aquel entonces, tan cerrado y tan dividido como el nuestro. Una comunidad sin fronteras no se hizo sola y sin batallar; desde el comienzo surgieron tensiones y conflictos: Unos eran de lengua griega, los helenistas, hombres y mujeres que tenían una cultura diferente de los de Palestina, que también formaban parte de la comunidad y que habían conservado tradiciones venidas de los judíos. Siempre se requiere una gracia especial de Dios, para superar las particularismos, los racismos, las costumbres y unificar criterios. Los recién llegados de entre los griegos, se sentían cristianos de segunda clase respecto a los judíos de origen. Pero, en realidad en todo tiempo éste será uno de los problemas de la Iglesia: los antiguos, los que entraron hace tiempo tendrán tendencia a pedir privilegios, mientras que el movimiento profundo de la Iglesia es el de ser siempre abierta y acogedora a los recién llegados, en una actitud misionera.
De este incidente humano en la comunidad, surgió una nueva organización de la Iglesia. Jesús simplemente había instituido a «los Doce», dejándoles la responsabilidad y la prudencia de organizar la Iglesia por él fundada. Ellos han de ir viendo, con la luz del Espíritu Santo, la institución de nuevos «ministerios», porque hay de ellos necesidad. El conflicto que hubiera podido dividir la comunidad en dos Iglesias rivales, la de los griegos y la de los palestinos, terminó en una nueva organización de la comunión: la fraternidad entera continuará creciendo, y cada uno encontrará su espacio, en el respeto de las diversidades. En cuánto a los apóstoles —dice la Escritura— a través de ese incidente, redescubrieron su misión esencial: «Dedicarse a orar, a estar en contacto con Dios, escuchando su Palabra y evangelizar, es decir, estar en contacto con los que forman la comunidad, para revelarles esta Palabra de Dios (Hch 6, 1-7). «La comunidad —dice el Papa Francisco en su exhortación apostólica “Gaudete et exultate”— está llamada a crear ese “espacio teologal en el que se puede experimentar la presencia mística del Señor resucitado”. Compartir la Palabra y celebrar juntos la Eucaristía —afirma Francisco, como le gusta que le llamen— nos hace más hermanos y nos va convirtiendo en comunidad santa y misionera» (GE 142).
Por su parte, el evangelista san Juan nos hace ver, en el Evangelio de hoy (Jn 6,16-21), que quien quiera servir a la comunidad, en la que siempre habrá diferencias y situaciones difíciles, además de la sana convivencia en torno a la fe, es necesario apartarse un poco y un tanto cuanto de la misma comunidad para dedicarse a la oración y a la evaluación de lo realizado como pastor. En el Evangelio de hoy, Jesús no despide a las gentes (Mc 6, 46) y no da a sus apóstoles la orden de partir (Mc 6, 45). Juan deja un poco entrever que los discípulos se van espontáneamente y Cristo queda solo con el Padre Dios para orar precisamente por los suyos. Parece que «el Pastor» se ha ido, pero no, en medio de la tormenta vieron a Jesús que caminaba sobre el mar y se acercaba a la barca, porque el Señor nunca abandona a los suyos. Cuando se hace de noche en todos los sentidos en la comunidad, cuando arrecia el viento contrario y se encrespan los acontecimientos, hay que recordar la cercanía del Señor en nuestra historia a través de quienes ha dejado al frente de la comunidad, dígase parroquia, grupo, familia... Cada vez que celebramos la Eucaristía, el Resucitado se nos hace presente a la comunidad reunida, se nos da como Palabra salvadora, y —lo que es el colmo de la cercanía y de la donación— él mismo se nos da como alimento para saciarnos. Es verdad que su presencia es siempre misteriosa, como para los discípulos y primeros cristianos de aquel entonces. Pero por la fe tenemos que saber oír la frase que tantas veces se repite con sus variaciones en la Biblia: «soy yo, no teman» y de cada Misa, sacaríamos ánimos y convicción para el resto de la jornada, porque el Señor, acompañado de su Madre Santísima, camina o navega con nosotros, aunque no le veamos con los ojos humanos. ¡Bendecido sábado... un día muy mariano para visitar Loreto, en donde está la Basílica de la Santa Casa de la Anunciación a María, que fue transportada desde Israel hasta acá hace muchísimos años!
Padre Alfredo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario