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Esteban, el protagonista de la lectura de ayer, lo sigue siendo hoy, esta vez en su testimonio final del martirio dando la vida por llevar el «Pan de vida» a los demás. Delante del Sanedrín en pleno, pronuncia con entereza un largo discurso, del que sólo escuchamos aquí el final. Es admirable el ejemplo de Esteban, este joven diácono. Y admirable en general el cambio de la primera comunidad cristiana a partir de la entrega de su vida. Esteban da testimonio de Cristo Resucitado y Victorioso. Celebramos su fiesta en Navidad, pero la lectura de hoy nos lo sitúa muy coherentemente en el clima de la Pascua. También nosotros, en la Pascua que estamos celebrando de este 2018, estamos invitados a dar el «Pan de vida» y no solo a recibirlo, o sea, a estar dispuestos a experimentar en nosotros la persecución o las fatigas del camino evangélico, e imitar a Esteban como discípulos–misioneros no sólo en los momentos dulces, sino también en la entrega a la muerte y en el perdón de los que no entienden que ese es el verdadero Pan que da la vida. Estamos llamados a vivir el doble movimiento de la Pascua, que es muerte y vida. Las dificultades nos pueden venir cuando con nuestras palabras y nuestras obras somos testigos de la verdad, que siempre resulta incómoda a alguien. Como el discurso de Esteban. O cuando nosotros mismos nos cansemos o sentimos la tentación de abandonar el seguimiento de Cristo y la repartición del pan de su palabra y su misericordia. Entonces es cuando podemos recordar como estímulo el valiente ejemplo de Esteban.
Ciertamente que nos toca vivir una época nada fácil a la hora de dar testimonio como cristianos de nuestra adhesión a Jesús, pero creo que no lo tenemos más difícil que Esteban y esos primeros cristianos y que otros muchos que vinieron después. Y hay tanta gente que nos espera con el Pan de Vida... Y es que solo Jesús es el pan que sacia y que le da sentido a nuestra existencia. Tener la vida no significa sólo gozarla de un modo egoísta y por un tiempo determinado; la vida es como un fruto que los demás deben disfrutar, pues, junto con ellos, estaremos trabajando para que todos vivan con mayor dignidad y se encaminen, también con nosotros, a la posesión de los bienes definitivos que Dios nos ofreció por medio de su propio Hijo, que vino a alimentar nuestra fe, a levantar nuestra esperanza y a hacer arder nuestros corazones con el fuego de su amor y que Esteban y muchos han sabido valorar. Alimentémonos de Cristo para poder alimentar al mundo, convertidos en pan de vida. Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, convertirnos, por nuestra unión verdadera a Cristo, en un auténtico alimento de vida eterna para el hombre de nuestro tiempo, hasta que finalmente estemos, junto con Él, sentados a la diestra de Dios Padre todopoderoso. Amén. ¡Bendecido martes!
Padre Alfredo.
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