Anoche aterricé en el aeropuerto «Leonardo da Vinci» en Fiumicino. Gracias a Dios luego de un vuelo muy bueno y ya estoy en Roma. Sé que muchos son los que me acompañan con sus oraciones; antes que nada, las agradezco de todo corazón y entro de lleno a la reflexión de hoy: Después de la curación del lisiado en la puerta de «La Hermosa», Pedro habla nuevamente al pueblo en la segunda de sus predicaciones que leemos en el libro de los Hechos de los Apóstoles (Hch 3,11-26) y les anuncia a Jesús, el Señor, en cuyo nombre ha obrado el milagro que a todos ha impactado. Este milagro, como mencionaba en mi reflexión de ayer, es un signo de que Jesús, aunque ha muerto, ha resucitado y es el dueño de la vida, esto es, el que conduce, como un nuevo Moisés, a la salvación y a la libertad al nuevo pueblo de Dios (Hch 3,15). Pedro comienza a hablar (Hch 3,13) y les señala la continuidad de la historia de nuestra salvación explicándoles que el Dios de los patriarcas (Ex 3,6.15) ha glorificado a Jesús, en quien culminó el profetismo más espiritual de Israel, el del Siervo de Dios (Is 52,13-53,12). A continuación, les explica la pasión de Cristo, de donde puede arrancar la conversión de los oyentes (Hch 3,13-15). Los versículos del 17-26 constituyen el fragmento más notable de este discurso y tratan de esta conversión; conversión que comporta dos etapas consecutivas: arrepentimiento, que quiere decir apartarse del mal, y conversión, que significa volver a Dios (Hch 3,19). Valiente evangelización la de Pedro, centrada, y adecuada a sus oyentes y las categorías que entienden.
Todos los discípulos, no solamente Pedro, vivieron la experiencia de la resurrección, una resurrección que trasciende toda institución humana y va necesariamente enmarcada en la realidad de la fe, desde donde es aceptada y vivida, como es el caso de nosotros tantísimos años después. Los discípulos, después del increíble acontecimiento de la resurrección, viven su fe con dudas y temores muy comprensibles, pero poco a poco van comprendiendo desde dentro que el Maestro no se quedó en la tumba, y que por lo tanto ya no es posible vivir en pasividades y tristezas, y mucho menos ser antitestimonio del resucitado con una cara —como dice el Papa Francisco— de funeral. Los discípulos se reúnen dando sus propios testimonios del encuentro con el resucitado. En medio de la reunión de fe, Cristo resucitado se les presenta y ellos se llenan de temor (Lc 24,35-48). Es en ese momento cuando la experiencia individual, comienza a ser comunitaria, sin aniquilar la experiencia personal. Quien no reconozca al resucitado en la comunidad no ha asumido la realidad plena de ser cristiano de manera individual.
Es en la comunidad donde Jesús les promete la fuerza que les llegará con el Espíritu Santo, fuerza que les hará comprender toda la Escritura y que les hará asumir con fe la nueva experiencia de vida regalada en la Resurrección de Jesucristo. El Resucitado es fuerza que interpela a la comunidad, y es experiencia de unidad. El grupo de seguidores del Resucitado ahora tiene que testimoniar con sus vidas la justicia declarada por Dios en la resurrección de su Hijo Jesucristo. Nosotros, en cada una de nuestras comunidades, familias, grupos, parroquias... tenemos la obligación de encarnar el proyecto de vida y de justicia que nos ofrece el Resucitado. Yo le agradezco a Dios el regalo de haber llegado —luego de un largo viaje— a esta querida comunidad de Garampi donde en un rato me encontraré con mi padrino el padre Juan Esquerda y mis queridísimas hermanas Misioneras Clarisas de esta casa que me trae recuerdos entrañables de mis tiempos de formación inicial y en donde estaré varios días. Desde aquí encomiendo a María Santísima a cada una de sus comunidades familiares, religiosas y de agrupaciones, para que sigamos creyendo, construyendo y asumiendo el Reino como esa nueva experiencia de vida para todos los que queremos vivir como discípulos–misioneros de Cristo. Sólo así es posible resucitar también de manera personal. ¡Qué buena oportunidad hoy jueves, de encontrarnos con Jesús en la Eucaristía!
Padre Alfredo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario