miércoles, 11 de abril de 2018

«Y siguen enseñando al pueblo»... Un pequeño pensamiento para hoy


Hace apenas unos cuantos días, mientras celebrábamos la Octava de Pascua, escuchábamos el relato, en el libro de los hechos, de la primera detención de los apóstoles y de cómo, desde la cárcel, habían pedido a Dios que les hiciera patente su presencia mediante algunos signos, para darles fuerza y valor (Hch 4,23-31). Cada encarcelamiento de los Apóstoles iba seguido inmediatamente de una liberación providencial. Para muestra basta ver también la de Pedro (Hch 12,7-10), la de Pablo (Hch 16, 25-26) y la que es objeto de la lectura de este día (Hch 5,19). Esta liberación milagrosa se produce, ante todo, para dar ánimos a los perseguidos y convencerles de que viven realmente los tiempos mesiánicos caracterizados por la apertura de las prisiones (Hch 5,20. Cf. Is 42, 7; Sal 106/107, 10; Is 49, 9). «Los hombres que metieron en la cárcel están ahí en el templo y siguen enseñando al pueblo» (Hch 5,25). Gracias a Dios el Espíritu Santo se las ingeniaba para liberar a los Apóstoles. Ellos sabían que no estaban los tiempos para dormirse, para esperar que fueran otros los que hicieran las cosas, otros los que vivieran «íntegramente ese modo de vida» enseñado por el Resucitado, otros los que manifestaran que sus obras están hechas según Dios. 

Hoy compartimos con ellos esa experiencia de acción de gracias. Dios, sacándolos de la cárcel, los envía al templo para dar testimonio de su fe y de su servicio a la novedad del Reino predicando la Buena Nueva de quien había dicho: «Nadie tiene mayor amor que Aquel que da la vida por sus amigos» (Jn 15,13)... y ahora ¿qué nos detiene a nosotros para predicar la misericordia de ese Amigo? Quien es fiel seguidor del Maestro y conocedor de su sabiduría humana y divina no puede ocultar esa amistad, aunque el ambiente para predicar sea adverso, como nos ha recordado el Papa ayer en la conferencia que nos dio a los Misioneros de la Misericordia en el Vaticano. Tanto en la sencillez de vida como en su oración hemos de mostrar misericordia aún en medio de la adversidad. Al igual que sucedía con los primeros cristianos, la conciencia de ser testigos de la vida, obra, muerte y resurrección del Señor nos debe llevare a no arredrarnos ante las dificultades, y haciendo a un lado las cadenas de la muerte, que ha roto Cristo resucitado, hemos de seguir proclamando la misericordia que proclama el Amigo que nunca falla. 

San Juan Crisóstomo nos dice algo que vale la apena meditar hablando de la amistad con este Cristo siempre misericordioso: «Muchas son las olas que nos ponen en peligro y una gran tempestad nos amenaza; sin embargo, no tememos ser sumergidos, porque permanecemos de pie sobre la roca. Aun cuando el mar se desate, no romperá esta roca; aunque se levanten las olas nada podrán contra la barca de Jesús. Decidme, ¿qué podemos temer? ¿La muerte? Para mí la vida es Cristo y la muerte una ganancia. ¿El destierro? Del Señor es la tierra y cuanto la llena. ¿La confiscación de los bienes? Nada trajimos al mundo, de modo que nada podemos llevarnos de él. Yo me río de todo lo que es temible en este mundo y de sus bienes. No temo la muerte ni envidio las riquezas. No tengo deseos de vivir si no es para vuestro bien espiritual. Por eso os hablo de lo que ahora sucede, exhortando vuestra caridad a la confianza» (Homilía antes del exilio 1-3). Todo es cuestión de amor, le ha dicho antes Jesús a Nicodemo (Jn 3,16-21). El amor de Dios manifestado en el envío de su Hijo único al mundo «primerea» (como dice el Papa), no para condenar sino para salvar, para dar vida eterna, para repartir su infinita misericordia. Dios es amor, como dijo lapidariamente el mismo san Juan (1 Jn 4,8). Amor de «Amigo» que salva y libera, amor que misericordiosamente devuelve la dignidad a los ofendidos y humillados de este mundo, amor luminoso que revela la vergüenza del pecado y la gloria y la belleza de la virtud. ¡Con razón la Iglesia llama a María Santísima «Madre del Amor Hermoso»! Qué ella nos acompañe y nos sostenga para vivir, como los primeros cristianos, un amor profundo al Amigo, sí al Amigo con mayúsculas. ¡Bendecido miércoles! 

Padre Alfredo.

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