lunes, 30 de abril de 2018

«Como todo el mundo»... UN pequeño pensamiento para hoy...


Los cristianos en el mundo, no pertenecemos de manera alguna a una élite especial en el mundo ni tenemos una especie de humanidad superior... ¡somos como todo el mundo!, nos da a entender la primera lectura de la liturgia de este lunes (Hch 14,5-17) Participando de la condición humana y viviendo con nuestros contemporáneos, hemos de caminar sin tener ningún sentimiento de superioridad aún sabiendo que Dios nos ha elegido de una manera muy especial para hacernos sus hijos por el bautismo. De manera que nuestra tarea apostólica, sea cual sea nuestra vocación, no es un encargo o acción de superhéroes, sino de pequeñas acciones que se dan en nuestra vida ordinaria. Ser testigos de Cristo Resucitado con la palabra y la forma especial de vida fraterna es, por así decir, el sello que nos distingue en el mundo —por lo menos así debería ser—.

Es lo que manifiestan Pablo y Bernabé hoy. Ellos dejan actuar al don especial recibido, perciben y entienden que la fe predicada ha penetrado en el corazón del paralitico que escucha a Dios a través de ellos y se dispone así a acoger la grandeza del milagro de la sanación. Pablo le ordena levantarse y el texto, con sencillez, señala que «él se levantó y comenzó a caminar». Es obvio, aunque Pablo no mencione el nombre de Cristo, que es por el poder de Dios por el cual se da el milagro, pero los que les rodean, que nada o poco entienden de esa acción de Dios en lo sencillo y ordinario... ¡quieren proclamarlos dioses! Igual que en aquel entonces, el mundo paganizado de hoy está muy falto de reconocer la acción de Dios y busca mejor decir que hay «diosecillos» que van realizando hechos extraordinarios por aquí y por allá. ¡Cuánta gente recurre a curanderos, santeros, lectoras hábiles de cartas, restos de café o ceniza de cigarros para descifrar el futuro, para querer descubrir un engaño, fraude o falta de fidelidad! ¡Cuántos buscan tener más dinero o «abundancia» como dicen, bendiciendo llaveritos con borregos o abriendo las carteras para que les caiga agua bendita!

En el Evangelio de hoy, Cristo pone el dedo en la llaga y nos dice: «El que acepta mis mandamientos y los guarda, ése me ama; al que me ama lo amará mi Padre, y yo también lo amaré y me revelaré a él» (Jn 14, 21-26). Y digo que pone el dedo en la llaga porque cuando se da un milagro, una solución a un problema, una clarificación a un conflicto... ha de percibirse, en primer lugar, el amor de Dios porque se está buscando y haciendo su voluntad. «¡Levántate!» dice Pablo realizando las mismas maravillas que Pedro y Jesús. Y realiza es el mismo tipo de milagro que Pedro había hecho en favor de un mendigo paralítico junto a la Puerta hermosa del Templo. Y además, con la misma palabra: «¡levántate!». Cada vez que nosotros participamos en la celebración eucarística, cuando llegamos al momento del «prefacio», antes de la consagración, el sacerdote nos dice: «¡Levantemos el corazón!» a lo que nosotros respondemos: «¡Lo tenemos levantado hacia el Señor!». Es él, el Señor, el que actúa en nuestras vidas, en la vida del sacerdote, de la religiosa, del seglar; en la vida del niño pequeño, del joven inquieto, del adulto de edad media y del anciano lleno de experiencia de vida... no nos podemos sentir superhéroes cuando nos piden una oración o cuando nos dicen al pedirnos nuestra intercesión para alcanzar una gracia especial: «tú que rezas... tú que estás más cerquita de Dios... a ti que siempre te escucha tu Señor»... No somos dioses, no somos milagreros, somos simple y sencillamente hijos de Dios, como María, como todos los santos, hombres y mujeres comunes... ¡pero inclinados a Dios! Bendecido Lunes... y que conste que hoy fui más breve, tal vez porque por acá tenemos puente.

Padre Alfredo.

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