martes, 1 de mayo de 2018

«A imagen de san José Obrero»... Un pequeño pensamiento para hoy

Iniciamos este día el mes de mayo, el mes que la Iglesia Universal dedica a la Madre de Dios, la Bienaventurada Virgen María. Tiempo privilegiado —este año dentro de la Pascua— y oportunidad para renovar el amor de todos los bautizados hacia «la Mujer» (Gál 4,4) que Dios desde la eternidad se escogió para darlo a luz y cuidarlo en la persona de Jesucristo. Pero no es casualidad que el mes mariano se inicie con la memoria que hoy celebra la Iglesia recordando a «San José Obrero», el esposo terrenal de María y padre nutricio de Jesús. La idea de un mes dedicado a la Virgen María se remonta a los tiempos barrocos (siglo XVII) y, a pesar de que no siempre se llevó a cabo en mayo, el mes de María incluía, desde aquel entonces, treinta ejercicios espirituales diarios en honor de la excelsa Madre de Dios. Fue casi desde el inicio de aquella iniciativa que el mes de mayo y de María se combinaron, haciendo que esta celebración cuente, hasta el día de hoy, con devociones especiales organizadas cada día durante todo el mes, como es el ofrecimiento de flores, por ejemplo. Esta costumbre se extendió sobre todo durante el siglo XIX (diecinueve) y se practica hasta hoy. Las formas en que María es honrada en mayo son tan variadas como las personas que la honran. 

Pero, vamos a la memoria que la Iglesia celebra hoy, porque no creo que María la Madre más ocupada, se ponga celosa de su marido, y menos si hoy lo recordamos como el hombre trabajador cuyo papel de padre providente, es preponderante en la Iglesia de la que él es patrono universal. Los evangelios dejan bien clara la concepción virginal de Jesús, que se hizo carne en el seno de María por obra y gracia del Espíritu Santo, y no por obra de un varón. Pero Jesús sería hombre y ciudadano de un pueblo por obra de José. José le dio el nombre, el linaje y la condición social. Por eso será llamado «hijo de David», porque de José recibió el linaje real, aunque de este hombre justo, casto y fiel conocemos poco, o mejor dicho, casi nada. Toda su vida —la que nos consta por el Evangelio (Mt 1-2; Lc 1-2; 3, 23; Jn 1, 45; 6, 24)— es una vida de obediencia y de escucha a la voz de Dios. Hasta en sueños estaba al pendiente de Dios. Escuchando a Dios se desplazó con su esposa a Belén. Por obediencia a Dios, y para evitar la persecución de Herodes, llevó a María y a Jesús a Egipto. Escuchando a Dios, muerto el perseguidor, regresó con Jesús y María. Por obediencia a Dios, para evitar los antojos del tirano Arquelao, regresó con su familia a Nazaret. Siempre obediente, siempre pendiente de la voz de Dios, siempre en silencio, como cuando Jesús se quedó en el templo. Y en silencio se fue, sin que nos quedara constancia en los evangelios del día y de la fecha que dejó este mundo. Pero este silencio de José resuena el día de hoy por toda la tierra en las manos callosas y en los pies cansados de tantos trabajadores como él, hombres y mujeres que, a fuerza del martillo, en el torno, empacando, maquilando, ensamblando o reparando, hacen que bajo el insigne patrocinio de san José Obrero, se siga dando un lugar especial en todo el mundo al trabajo del obrero, del carpintero, del plomero, de todo hombre y mujer que provee en el hogar.

Soportando la fatiga del trabajo en unión con Cristo crucificado por nosotros, los trabajadores de hoy, a imagen de san José Obrero, colaboran en cierto modo con el Hijo de Dios en la redención de la humanidad. Se muestran como verdaderos discípulos–misioneros de Cristo llevando a su vez la cruz de cada día en la actividad que han sido llamados a realizar. Cristo nos enseña con su ejemplo a llevar la cruz y al mismo tiempo, constituido Señor por su resurrección, obra ya por la virtud de su Espíritu en el corazón del hombre purificando y robusteciendo también, con ese deseo, aquellos generosos propósitos con los que la familia humana intenta hacer más llevadera su propia vida sometiendo la tierra a este fin. En el trabajo, cuyo sentido redentor penetra dentro de nosotros gracia a la resurrección de Cristo, encontramos siempre un tenue resplandor de la vida nueva, del nuevo bien, casi como un anuncio de «los cielos nuevos y la tierra nueva» (Ap. 21,1), los cuales precisamente mediante la fatiga del trabajo, son participados por el hombre y por el mundo. A través del cansancio y jamás sin él... ¡Bendecido día, en especial para quienes trabajan arduamente y hoy tienen un merecido descanso! 

Padre Alfredo.

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