Este jueves, que es el que le sigue al domingo de Pentecostés, la Iglesia, en algunos países, entre ellos México, celebra la fiesta de Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote. Esta fiesta tiene sus orígenes en la celebración del sacerdocio de Cristo que se introdujo en algunos calendarios tras la reforma litúrgica del Concilio Vaticano II allá por los años sesentas y setentas con la aprobación de la Congregación para el Culto Divino. San Juan Pablo II, en uno de sus documentos «Ecclesia de Eucharistia», señala que «el Hijo de Dios se ha hecho hombre, para reconducir todo lo creado, en un supremo acto de alabanza, a Aquél que lo hizo de la nada». «De este modo ¾dice San Juan Pablo¾, Él, el sumo y eterno Sacerdote, entrando en el santuario eterno mediante la sangre de su Cruz, devuelve al Creador y Padre toda la creación redimida a través del ministerio sacerdotal de la Iglesia y para gloria de la Santísima Trinidad». El gran Sacerdote, o más bien dicho, el sumo Sacerdote, es Jesucristo. Como afirma la carta a los hebreos (Hb 10,12-23). Él, con su propia sangre, penetró una vez para siempre en el santuario, consiguiéndonos una redención eterna (cf. Hb 9, 12). Y ese Cristo, que es a la vez sacerdote y víctima, «es el mismo ayer, hoy y siempre» (Hb 13, 8). Es el «Sumo Sacerdote» de la Nueva Alianza.
En el Nuevo Testamento, el término «sacerdote» no solo se aplica a los ministros o pastores de la grey del Señor, sino que se reserva especialmente para denominarlo a Él «Sumo y eterno sacerdote» y a todo el pueblo de Di raza elegida, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido para anunciar las maravillas de aquel que los llamó de las tinieblas a su luz admirable» (1 Pe 2,9). En el capítulo 4 de Hebreos, por citar un ejemplo, se explica el Sumo Sacerdocio de Jesucristo de esta manera: «Teniendo, pues, tal Sumo Sacerdote que penetró los cielos ¾Jesús, el Hijo de Dios¾ mantengamos firmes la fe que profesamos. Pues no tenemos un Sumo Sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, sino probado en todo igual que nosotros, excepto en el pecado. Acerquémonos, por tanto, confiadamente al trono de gracia, a fin de alcanzar misericordia y hallar gracia para una ayuda oportuna» (Hb 4,14-16). La carta a los Hebreos, además, interpreta el sacrificio de Cristo como el nuevo, único y definitivo sacerdocio, diferenciándose así de los sacrificios de los sacerdotes de la antigua alianza: «Así también Cristo no se apropió la gloria de ser sumo sacerdote, sino que Dios mismo le había dicho: Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy. O como dice también en otro lugar: Tú eres sacerdote para siempre igual que Melquisedec» (Hb 5,5-6). La misma carta a los Hebreos añade: «Cristo ha venido como sumo sacerdote de los bienes definitivos». (Hb 9,11).
La Eucaristía, de cuya institución nos habla el Evangelio (cf. Lc 22,14-20), es la expresión real de la entrega incondicional de Jesús, el «Sumo y eterno sacerdote» por todos, aún por los que le traicionaban. Pero este «Sumo y eterno sacerdote», sentado a la derecha del Padre, es también el Buen Pastor que cuida de sus ovejas hasta dar la vida por ellas (cf. Jn 10,11). El sacerdote, sería el más pobre de los hombres si Jesús no lo enriqueciese con su pobreza; el más inútil de los siervos si Jesús no llamara «amigo”»; el más necio de los hombres si Jesús no lo instruyera pacientemente como a Pedro; el más indefenso de los cristianos si el Buen Pastor no lo fortaleciese en medio del rebaño. Nadie sería más pequeño que un sacerdote si fuese dejado a sus propias fuerzas» (Palabras del Papa Francisco en la Misa Crismal del 17 de abril de 2014). Le pido a María, Madre de los sacerdotes, que interceda por un servidor y por todos los sacerdotes, para que nos presentemos con Cristo como ofrenda agradable a los ojos de Dios y descienda sobre nosotros la gracia que todo lo transforma, eleva, perfecciona y glorifica. ¡Bendecido jueves!
Padre Alfredo.
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