miércoles, 2 de mayo de 2018

«La comunidad y la paz»... Un pequeño pensamiento para hoy


El mundo en el que vivimos, en cierto sentido, siempre ha sido el mismo, «nada hay nuevo bajo el sol» dice el libro del Eclesiastés (Ecl 1,9). Y a la par de tantas bondades que nos da la vida, del gozo y de la alegría, corren también ambiciones de poder, proyectos deshumanizadores, tradiciones que estancan, estructuras que no admiten revisiones, actitudes religiosas que no van con lo que Dios quiere... Pablo y Bernabé tenían que exponer el mensaje de Cristo y hacer, para ello, una lectura nueva de la Revelación veterotestamentaria (o sea del Antiguo Testamento) en el ambiente del mundo en el que vivían y en medio de una sociedad que se hallaba bajo el cielo de falsas divinidades desconocidas... Las gentes de algunos lugares los recibían con cautela y hasta los expulsaban de algunas ciudades. Pero llenos de entereza se reponían del susto, se marchaban de a predicar en otro lugar y repuestas las fuerzas físicas y espirituales avanzaban sin renunciar a la misión (Hch 14,18-27). 

La Palabra y con ello la Buena Noticia de Cristo, hay que predicarla a tiempo y a destiempo (2 Tim 4,2), aunque sea soportando muchas penalidades. Pero hay que predicar con amor, sin ofender, testificando su verdad con la vida y haciendo de ellos una «invitación» a seguir a Cristo evitando toda clase de fundamentalismo y de imposición; testificando su verdad con la vida, mostrando que en la Palabra de Cristo va la paz del alma, de la virtud, del amor, de la justicia, de la solidaridad. Aunque a Pablo y a los suyos los expulsaban, ellos regresaban con el tiempo al lugar del peligro, de la cruz, porque les urgía la voz del Espíritu, la voz de la Verdad. En el cumplimiento de la misión que Dios nos ha confiado nosotros, como discípulos–misioneros tampoco podemos darnos descanso. El Señor nos ha enviado a todo el mundo para proclamar la Buena Nueva de salvación y tenemos un espacio vital, un aquí y ahora en donde día a día podemos proclamar la Palabra y la Buena Nueva de salvación. Hemos de abrir los ojos ante tantos hermanos nuestros que caminan hoy, como en ese entonces, en tinieblas, y que necesitan que llegue a ellos la Luz, que es Cristo, para que ilumine sus vidas y comiencen a caminar en el bien y en la verdad dándole un nuevo rumbo a la historia de sus vidas. Dios quiere que todos los hombres se salven (2 Tim 4,2); Él nos quiere a todos en su Reino celestial. Jesús se ha convertido para nosotros en el camino para llegar a la posesión de ese Reino que Dios ha preparado para todos los que lo aman y que llena de paz el corazón. 

El tema de la paz aparece varias veces en el Evangelio (cf. Jn 14, 27-31). Jesús deja a los suyos la paz como un regalo de despedida. Por eso, la paz que Jesús ofrece debemos entenderla no como se entiende cuando se habla de paz en el mundo, sino en un sentido pleno y singularmente importante. Como don y como promesa que abarca todo aquello que Jesús reserva a la fe y que fortalece a los discípulos para que, aún en medio de las persecuciones, el corazón se sepa acompañado y cimentado en Cristo. Esta paz no es la que el mundo ofrece; éste tiene su propia manera de hacer la paz y de garantizarla, recurriendo hasta a la fuerza de las armas, una paz radicalmente distinta de la paz de Jesús. La paz de Jesús es don de Cristo resucitado a su Iglesia. «La paz os dejo, mi paz les doy» (Jn 14,27). La paz de Cristo infundida con el Espíritu, es el mayor bien que el hombre puede desear y que Dios puede conceder. Pero esa paz, distinta a la del mundo como digo, no suprime la tribulación, la persecución, los sinsabores de no ser como el mundo ni ir al ritmo de la aparente paz del mundo. El sufrimiento acompaña al discípulo–misionero, como a todo ser humano, pero su sufrimiento puede tener sentido, ya lo vemos en Pablo y Bernabé. Sabemos que es un momento doloroso que conduce al Reino, es decir, a la felicidad total junto a Dios, a la paz plena. Por eso san Pablo a pesar de ir contracorriente y acarrearse problemas, se atrevía a decir esas cosas a los recién convertidos. La mejor ayuda que tenemos hoy, como en aquellos tiempos de los primeros cristianos para vivir la paz es la comunidad. Es así como ayudándonos unos a otros podremos ser, en medio de este mundo que siempre está en guerra y buscando una aparente paz, podremos ser, como decía Madre Inés: «almas pacíficas y pacificadoras». Pidamos a María, en especial en este mes de mayo, que ella, la «Señora de la Paz» nos ayude. ¡Bendecido miércoles! 

Padre Alfredo.

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