miércoles, 30 de mayo de 2018

«El precio de la redención»... Un pequeño pensamiento para hoy


Apenas este lunes pasado, en la clase de Cristología, acabamos de tocar el tema de la redención. Este hecho que implica la restauración del hombre, de la esclavitud del pecado a la libertad de los hijos de Dios, a través de las satisfacciones y méritos de Cristo, «que no vino a ser servido, sino a servir y dar su vida como rescate por una muchedumbre». (Mt 20,28; cf. Mc 10,45). Este es el tema que toca hoy Pedro en la primera lectura. Él les recuerda a los recién bautizados a quienes se dirige originalmente esta carta, la suerte que han tenido, porque ahora creen en Cristo Jesús y han sido rescatados de su antigua vida para volver a nacer de Dios (1 Pedro 1,18-25). Ser rescatados significa que alguien ha pagado el precio, la fianza por su liberación y ese alguien —lo sabemos— ha sido Cristo, que no ha pagado con una cantidad de dinero, sino con su propia sangre derramada en la cruz. Con eso ha cambiado la situación de estos neófitos: ahora su fe y su esperanza deben estar puestas en Dios, que ha resucitado a Cristo de la muerte y los ha rescatado. Han vuelto a nacer, no de un padre mortal, sino de Dios mismo, de su Palabra viva y duradera, el Evangelio. El autor de la carta quiere que todos los cristianos saquemos de esta convicción una consecuencia concreta: «Ámense unos a otros de corazón» (1 Pe 1,22). Si todos hemos nacido del mismo Dios, todos somos hermanos por el bautismo. 

Estar bautizado significa muchas cosas, es estar dispuesto a obedecer a Dios, es estar llamado a hacer su voluntad por amor, es adoptar su proyecto sobre el mundo y su plan de salvación, es la exigencia de ser un verdadero hijo para con Dios y un hermano para con todos... Esto, como vemos, no es tan sólo un privilegio, ¡es una gran responsabilidad! El bautismo es un compromiso. ¡Estar bautizado es vivir para Dios y los hermanos! Quien recibe el Bautismo no puede seguir siendo ya una persona cualquiera, como lo efímero del mundo, sino que tiene que hacerse uno con Jesús crucificado y resucitado que nos ha redimido; el bautizado es un hombre nuevo, un hombre de Dios, y por lo tanto, alguien que lucha por vivir como Jesús vivió, entregándose como él se entregó, sirviendo como él sirvió y finalmente amando como él amó: «Los que han sido incorporados a Cristo por el Bautismo, se han revestido de Cristo» (Gál 3,27). Ser bautizados es lo más grande que podemos tener, por eso la celebración del Bautismo es siempre alegre y festiva y eso es lo que todos deberíamos recordar siempre la fecha en que fuimos bautizados. Pero qué fácil se olvida lo que no brilla, que fácil se hace a un lado una fecha importantísima pero que no da regalos ni descuentos en el restaurante por ser un día especial. El hombre se enterca siempre en buscar las cosas de la tierra, lo que caduca pero que da prestigio, gloria y privilegios. Hoy, en el Evangelio dos de los más destacados en el grupo de los Apóstoles manifiestan claramente su ambición (Mc 10,32-45). 

Impregnados por los criterios del mundo, Santiago y Juan pretenden tergiversar el contenido del mensaje del Reino, queriéndose sentar uno a la derecha y el otro a la izquierda de Jesús, pretendiendo el poder de los primeros puestos. Ante la lucha por el poder, Jesús responde de dos maneras. A los dos los confronta con la capacidad de entrega de la propia vida y del sacrificio, lo cual se convierte en la clave para entender el discipulado. Han pedido un trono de poder ya cambio el Maestro les ofrece beber el cáliz y ser bautizados, haciendo que ellos puedan mantenerse fieles a la causa y a la entrega hasta la muerte. Los otros diez, que estaban llenos de indignación, no porque creyeran que la petición hubiera sido inconveniente, sino porque todos pensaban lo mismo y esos dos se les habían adelantado. Son también aleccionados por Cristo sobre la autoridad y el servicio colocándose a sí mismo como el modelo: «El Hijo del Hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos» (Mc 10,45). Así, Jesús nos enseña también a nosotros, que hemos sido rescatados por su sangre derramada en la cruz, que la única medida que califica el grado en que vivimos nuestro compromiso bautismal, es el servicio y la entrega al Padre misericordioso y a los hermanos. Jesús con sus respuestas pone una vez más la entrega de la propia vida como base de todo seguimiento. El día que Jesús murió para redimirnos, ninguno de los discípulos optó por los primeros puestos, por ser crucificados con él. En su lugar tuvieron dos bandidos. El miedo les venció y ninguno de ellos puso en práctica la lección de amor que el Maestro les había dado. Pero había alguien que si había captado el precio de esa redención, María, la humilde esclava del Señor. Ella, al pie de cruz, recibiría a Juan en su corazón de Madre viéndolo a ÉL y a nosotros con el mismo amor a su Hijo Jesús y cuidando de todos para que valoremos el precio de nuestro rescate. ¡Qué fuerte! La Virgen Madre nos habla con su silencio ya casi al terminar mayo, el mes dedicado a ella y su silencio lo dice todo sin necesidad de comentarios. ¡Si no recuerdas la fecha de tu bautismo, busca la boleta y celebra ese día grande! Es miércoles ya, la semana corre de prisa y nosotros con ella. ¡Que Dios bendiga tu día!... 

Padre Alfredo.

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