martes, 29 de mayo de 2018

«AYER, HOY Y MAÑANA»... Un pequeño pensamiento para hoy


No cabe duda de que atravesamos el devenir de nuestra existencia viviendo entre la memoria y la profecía, entre el ayer y el mañana. Y sobre todo en la vivencia del presente, del hoy, luchando por hacer vida aquello de que «no dejes para mañana lo que puedas hacer hoy». Lo que los antiguos profetas anunciaron ayer, sucede hoy y se seguirá realizando mañana (cf. 1 Pe 1,10-16). Si miráramos más de dónde venimos y a dónde vamos, viviríamos nuestro presente más lúcidamente y sin angustias. No sólo porque nuestra existencia estaría transida de esperanza, sino también porque asumiríamos con decisión el compromiso de vivir vigilantes, no dormidos ni indolentes, sino con disponibilidad absoluta, guiados por Cristo, con la consigna de no amoldarnos a los criterios de este mundo sino a los de Dios porque, «camarón que se duerme, se lo lleva la corriente». Cada vez que vamos a Misa, ejercitamos este dinamismo de memoria del pasado, de profecía abierta al futuro y de celebración vivencial del presente: «Pues cada vez que comen este pan y beben este cáliz (hoy), anuncian la muerte del Señor (ayer), hasta que vuelva (Mañana)» (I Corintios 11,26). Por eso, nuestra participación en la Eucaristía escuchando y meditando la Palabra que nos ilumina, y participando de la fuerza de la comunión, nos hace entrar en una relación constante con el Señor porque «al que no habla, Dios no lo oye» y nos va ayudando a ordenar nuestra vida desde el ayer hasta el mañana para vivir el presente con serenidad y empeño. 

La Eucaristía es nuestro mejor «viático», nuestro alimento para el camino. Aunque como dicen por ahí: «al nopal lo van a ver sólo cuando tiene tunas» nosotros, como discípulos–misioneros, vamos al encuentro del Señor en tiempos de abundancia y de sequía, porque sabemos que «no hay cristiano sin via crucis». Y es que nuestro diario vivir está unido siempre a la cruz. La cruz es una palabra que ciertamente en el pasado resonó mucho en el corazón de los creyentes —basta pensar en la época de la cristiada— pero, hoy se quiere olvidar; sin embargo, no habrá vino de calidad (mañana) si el viñador no podó la cepa (ayer) y no cosecha el fruto (hoy). Si podó la planta, cuida ahora con amor y pasión la viña —aunque tenga que renunciar a muchas cosas— porque sabe que debe producir fruto. El hombre que renuncia a algo a alguien por un ideal, no es un fracasado ni una persona aburrida o sin visión, al contrario, es alguien que con los pies bien puestos en la tierra «no le busca mangas al chaleco, ni tres pies al gato». 

El Reino, que es riqueza, sólo puede colmar a los enamorados de la vida con una visión completa del pasado y del futuro, viviendo el presente con pasión, pues éstos distinguen lo que es esencial: su pobreza y su necesidad de alcanzar la gloria del cielo. Los verdaderos seguidores de Jesús son aquellos que asumen de una manera incondicional este camino del Reino, por eso el Evangelio de este día nos impulsa a luchar cada día por alcanzar la salvación (Mc 10,28-31). «Entonces, ¿quién puede salvarse?» —habían preguntado los apóstoles— (Mc 10,26) y hoy, en el Evangelio, está la clave. El cristianismo, aunque predica un determinado arte de vivir, nunca se reducirá a una moral. Si hemos de reconocer que ante Dios somos pobres, es para recobrar nuestra condición original. Salimos desnudos de las manos de Dios (ayer), luchamos por vivir cada día para Cristo (hoy) y anhelamos la salvación con la vida eterna (mañana). La salvación, lo mismo que la creación, siempre fue, es y será una gracia. Desde aquí entiendo un poco más las palabras de Jesús —que utiliza muchos dichos, como yo en la reflexión de hoy— y que cierran el evangelio de hoy: «Muchos primeros serán últimos y muchos últimos serán primeros». Que María, que se considera siempre y se presenta como «la última», sin acaparar espacios de relevancia en el Evangelio, nos ayude, porque ella camina en la «lógica» de Dios. Hoy voy a la Basílica de Guadalupe, y la Dulce Morenita, que oye cada día tantos dichos, me enseña con su sí a vivir como Dios quiere. Su aparición en el Tepeyac, fue un «suave aroma de rosas que llegó hasta el Altísimo» (ayer); una presencia que sigue actuando hoy: «¿No estoy yo aquí que soy tu Madre?» (hoy) y que ciertamente seguirá acompañándonos: «Para en él mostrar todo mi amor» (mañana y siempre). Además, al verla entiendo siempre que Dios es un buen «pagador», que da a los obreros de su viña, sin merecerlo, hasta «siete veces más», según el libro del Eclesiástico, y hasta «cien veces más» en este tiempo «y la vida eterna» en el futuro, según el texto del Evangelio de hoy. ¡Bendecido martes y a chambear, porque «la ociosidad es la madre de todos los vicios»! 

Padre Alfredo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario