miércoles, 23 de mayo de 2018

«Negocios son negocios»... Un pequeño pensamiento para hoy


Desde la época del exilio en Babilonia, algunos judíos se habían especializado en el comercio internacional. Santiago no condena ese oficio pero lleva la luz de la fe a los cristianos que, heredado de sus antepasados, lo ejercían. A través de una «revisión de vida» a la que invita a los comerciantes, cada cristiano de ayer y de hoy queda invitado a reflexionar sobre su vida profesional y de los negocios. Santiago hoy toca el tema de la «pasión de los negocios» (St 4,13b-17), el gusto por el comercio y la habilidad en ver y aprovechar las ocasiones de venta. Hoy, al igual que en ese entonces, se planean proyectos de inversión, se calculan las «entradas», la rentabilidad, lo que da más. Pero, en medio de todo esto Santiago nos recuerda que la vida es corta. El horizonte único de nuestra vida no puede reducirse sólo al éxito material. Esto es peligroso, advierte el escritor sagrado. Jesús decía: «donde está tu tesoro, allí está también tu corazón» (Mt 6,21). 

En base a esto muy pudiéramos preguntarnos nosotros: ¿Dónde coloco lo que es esencial, para mí? ¿En el «humo» o en los valores seguros del amor? (St 4,14). No hay que despreciar ni desperdiciar nuestra vida laboral, ni la manera de «ganarse el dinero»... Pero, ¿qué amor o qué egoísmo se impregna de ello? Son muchos los que a fuerza de dejarse sumergir por los «negocios» acaban por vivirlos sin referencia a Dios y éstos son cada vez más, olvidando a Dios o sacándolo de la vida con tal de tener dos o tres turnos de trabajo y ganar más y más para poder gastar más y mucho más, sin dejar tiempo para ir a Misa el domingo y poder compartirlo con la familia, gastar ese tiempo con los amigos para ganarlo o leer un buen libro tomando un buen café. Muchos en el mundo actual, incluso autonombrándose católicos, se creen capaces de disponer de su vida a su gusto, sin contar con Dios. «¡Insensato! Esta misma noche, se te reclamará el alma!» (Lc 12,20). Hay que preguntarse en relación al tiempo que pasamos en nuestros negocios, ¿cuánto tiempo dedico a mi alma? 

Los cristianos no somos ajenos a esas historias de negocios que matan porque absorben todo, incluso la felicidad de la persona haciendo que el hombre, llenándose de soberbia, se sienta superior a todos. La serpiente que esta en el origen de la humanidad y de cada hombre, está siempre incitando a todos, a ingeniárselas para apropiarse de todo lo bello, lo bueno y lo noble que se hace en el mundo. Como si nosotros fuéramos los únicos capaces de hacer el bien. Como si nosotros poseyéramos en exclusiva el Espíritu Santo. Ya aquellos discípulos de Jesús tuvieron que recibir un reproche de su maestro porque querían que todo el espíritu de su Señor fuera de ellos. Dios interviene en la historia con un negocio muy diferente a los que el hombre quiere hacer; Él negocia a través de todo lo que es bueno, amoroso y fraternal. Allí donde se lucha por los humillados, allí donde alguien hace el bien a los débiles y abandonados a cambio de nada, allí donde con espíritu puro se permuta por la fraternidad y la justicia, allí, en esa clase de negocios, está el Reino de Dios, se sepa o no. Hay, como dice Karl Rahner, «cristianos anónimos» que, sin saberlo ellos, están haciendo buenos negocios dando de comer al hambriento, dando de beber al sediento, vistiendo al desnudo y que un día, el último día, descubrirán al Señor que les va a abrir de par en par las puertas para que entren en el Reino de los cielos por los buenos negocios que han hecho. La beata María Inés Teresa, que por mucho tiempo antes de ingresar al Convento trabajó en un banco, hablaba de «ganar monedas para negociarlas con Jesús para comprar almas para el cielo». Con sencillez, en sus notas íntimas escribía: «Los intereses de Jesús son míos y lo que él anhela, es que todos tengamos una inmensa sed de almas, y que negociemos, incansables, esos mismos méritos»... «Todo lo que gano de monedas, en el orden espiritual, al momento, lo negocio con mi Madre santísima por todos los intereses de Jesús»... ¿No podremos nosotros también negociar así? ¡Bendecido miércoles, mi «day off» semanal para descansar haciendo adobes, cargar pilas y seguir! 

Padre Alfredo.

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