La situación que la primera lectura de
hoy no presenta no es nada halagüeña, habla de guerras y contiendas, desenmascarando,
con palabras duras, a quienes en la comunidad crean división y no son
instrumentos de paz. Se ve que este problema que también se vive hoy es muy
antiguo, y me hace ver lo complicados que somos los humanos. Santiago lo
atribuye a dos causas: al orgullo, que llevamos por dentro y, a la falta de oración,
o sea, a la falta de una perspectiva desde Dios. ¡Cuánta gente se complica con
estas cosas! ¡Cuántos se han puesto de espaldas a Dios atrapados por el mundo y
sus criterios! Luego, no es de extrañar que haya todo lo que vemos. Porque en
un mundo dominado por la soberbia, un mundo que ha sacado a Dios de la escena,
no hay tiempo más que para mantener el ansia de tener más y más; el anhelo de ser más que los demás y la prisa
por perder el tiempo en cosas que no dejan mas que nada y vacío. Hoy la Palabra
de Dios nos recuerda que lo que de veras nos realiza en la vida es la unión con
Él, nuestra fe en Él, nuestra oración sincera a Él; esa que nos sitúa en los
justos términos ante Él y ante todos. La oración, que no puede estar
desconectada de nuestras actitudes vitales en general.
Si estamos en armonía y en sintonía con
los criterios de Dios, lo demás vendrá siempre por añadidura. Es Dios el que
nos da los mejores dones para nuestro crecimiento y para darnos a los demás. Es
la oración humilde y sencilla la que nos lanza a la misión de cada día: «Sométanse...acérquense
a Dios... sean sinceros, lamenten su miseria, humíllense ante el Señor, que él los
levantará» (St 4,1-10). Quien se acerca al Señor y se pone de su parte, con
estas condiciones, aunque no emprenda un camino fácil o le toque vivir una
situación nada agradable, sabe quién le sostendrá en la lucha. Será imprescindible
vigilar y guiar el corazón para perseverar en este camino. Por eso hay que
orar, mantenerse en contacto con el Señor, dejarse guiar por su Espíritu y cuestionarse:
¿Cuál es mi actitud profunda ante Dios? ¿Le amo? ¿Le prefiero a todo lo demás?
¿Quiero, de veras, caminar a su lado? ¿Confío en que todo me viene de Él? Si vivimos
con la certeza de que todo viene de Dios, dejamos de preocuparnos por cosas que
no valen la pena y nos convertimos en cooperadores del Señor Jesús en la construcción
de su Reino convencidos de que lo demás nos vendrá por añadidura (Mt 6,33).
Pero no podemos hacer a un lado el hecho
de que cargamos con nuestra condición humana, esa condición que implica una
lucha continua por hacer a un lado los criterios del mundo y abrazar los de
Dios. El Evangelio, para alentarnos en esta cuestión, nos lleva a contemplar la
figura de los Apóstoles, que, llamados por Jesús para ayudarle a este
establecimiento del Reino de los Cielos, eran pobres gentes como nosotros. Leyendo
la perícopa de hoy (Mc 9,30-37), parece que nos topamos con el Maestro que
insiste en calificar a sus seguidores de mente obtusa, taxativa, estrecha. ¡Ellos
ya se ven en el Reino del Maestro, ocupando los puestos de honor! Ciertamente
nos representan bien cerca de Jesús. Esta es una buena muestra de nuestra
condición humana que a veces tiene miedo, que se queda corta, que se angustia y
al mismo tiempo se emociona con lo que brilla, con lo que da prestigio con
salir en el selfie en primera plana. ¿Cómo van a entender entonces que se les
hable de cruz y de muerte? Pero Jesús, espera la tranquilidad en casa, y allí
les da la lección: «Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y
el servidor de todos» (Mc 9,35). Y pone entonces a un niño en medio de ellos para
decirles que el que acoge a uno de esos pequeños le acoge a él. Precisamente a
un niño, que en el ambiente social de entonces era tenido en muy poco. Es una
actitud que cuajará en sus corazones cuando le vean ceñirse la toalla y
arrodillarse ante ellos para lavarles los pies y, sobre todo, cuando en la Cruz
entregue su vida por la salvación del mundo. Los Apóstoles fueron transformados
por un acontecimiento... ¡Se dejaron enseñar por Cristo! Si nosotros queremos hacer
algo válido en la vida e ir más allá de lo que el mundo ofrece, tendremos que dejarnos
enseñar por el Maestro humilde, aparentemente fracasado, el Siervo de todos que
murió en esa Cruz al pie de la cual estaba María su Madre que hoy pareciera
decirnos: «Si eres cristiano es porque quieres imitar a Cristo mi Hijo, tu
Maestro y Señor, que murió para salvarte de la muerte... haz lo que Él te dice».
¡Bendecido martes!
Padre Alfredo.
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