sábado, 5 de mayo de 2018

«Ansias misioneras»... Un pequeño pensamiento para hoy


En todo el libro de los Hechos de los Apóstoles es fácil percibir el protagonismo del Espíritu Santo, que impulsa a los Apóstoles y a los primeros cristianos a llevar el anuncio de la Buena Nueva a judíos y gentiles implantando la Iglesia fundada por Jesucristo. El Espíritu Santo, por diversos medios, es quien les dice que a tal región no vayan, y a tal otra sí, como por ejemplo a Macedonia. Con esta colaboración entre el Espíritu invisible y la comunidad visible —en modo particular sus responsables— se fue extendiendo por el mundo la fe en Cristo. Hoy, la primera lectura (Hechos 16,1-10) nos narra cómo la fe se fue extendiendo hasta Europa. Las Iglesias se robustecían en la fe y crecían en número de día en día gracias a la tarea misionera en esa escucha al Espíritu. Una cosa es importante, la Palabra de Dios se extendía gracias a la entrega y generosidad de «gente ordinaria», es decir, de hombres y mujeres que, como nosotros, vivían situaciones comunes y experimentaban la alegría, la esperanza, el triunfo, el fracaso, el hambre, la sed, el cansancio, el dolor, el insomnio... Es precisamente en una noche de insomnio en la que San Pablo tuvo una visión en la que un macedonio le rogaba: «Ven a Macedonia y ayúdanos». EL Apóstol de las Gentes no se lo pensó dos veces y se puso en camino con Timoteo, seguros de que Dios los llamaba a predicar el Evangelio en aquella región. 

Así, Dios empuja a Pablo a ir más lejos, a abordar un nuevo continente, la Grecia propiamente dicha, Europa. ¡Es un hombre quien le llama en el sueño y le dice: «Ven a ayudarnos»! San Pablo sabe que el paganismo, en el fondo, es la peor miseria y que, en lo más hondo de sí mismo, el hombre aspira a verse liberado de ello. «¡Ayúdame!», es la llamada del hombre que a nosotros también, como discípulos–misioneros nos pide que le comuniquemos la Buena Nueva hoy en medio del neo–paganismo que nos rodea. Este es el origen de la misión. Una llamada de Dios. ¡Dios nos llama en quienes en el fondo están buscan una ayuda que saben puede venir solo de Alguien como Dios! Por desgracia, cuántas veces estamos distraídos o encerrados en nuestros grupos, en nuestro confort y no escuchamos la llamada de nuestros hermanos necesitados y la llamada de Dios que aquella contiene. ¿Qué suerte habría corrido la evangelización de los gentiles en la época apostólica si la Iglesia de Jerusalén se hubiera cerrado haciendo a un lado la tarea misionera? Sin querer excluir intervenciones sobrenaturales, podemos suponer, leyendo todos estos relatos, que la voz del Espíritu hablaba a San Pablo a través del ansia misionera de ir a los terrenos vírgenes y no entrar en campos donde ya era conocido Cristo. 

No puedo dejar de pensar, al reflexionar en esta lectura, en las ansias misioneras de la beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento, que desde estas tierras mexicanas, quiere lanzarse al mundo entero a llevar la alegría del Evangelio. Entre sus escritos hay cosas como estas: «Por este mundo tan lleno de paganismo, de miserias, de pecados, de horrible materialismo. ¡Qué ha pasado con tu amor, Dios mío! ¿En dónde lo has ocultado? ¿Qué haces Señor que no lo haces vibrar en millones de corazones? Ve que son todos tuyos, que tú los amas con ese tu amor inefable que te impulsó a crearlos y a redimirlos» (Ejercicios Espirituales de 1962). «Señor Jesús, tú eres Quien has puesto dentro de mi ser estas ansias que me devoran; este deseo irresistible de que te amen, este anhelo vehemente de llevar tu nombre sagrado, el estandarte de tu amor a todas las Naciones de la tierra» (Lira el Corazón, pág. 157). «¡Ah, tú sabes Padre amadísimo! cuáles son las ansias de mi corazón: ¡La salvación de las almas!» (Estudios y meditaciones). La lectura del evangelio de hoy me muestra también a la comunidad cristiana en el mundo, que en concreto, cuando el Evangelio fu escrito, vivía inmersa en la sociedad pagana y en parte también la judía de finales del siglo I y comienzos del siglo II. Una comunidad que experimentaba a veces el rechazo y hasta la persecución abierta (Jn 15,18-21). En el fondo, si comprendemos bien este relato, vemos que el Señor nos dice que el que quiera ser su auténtico discípulo–misionero será «perseguido», «criticado» y hasta «objeto de bullying», todo eso será señal de que va contra corriente del mal. Si el mundo nos reconoce demasiado como algo suyo, es quizá porque apenas somos un poquito diferente de él y n os falta ir más allá. Hoy es sábado, es día de contemplar a María de una manera especial, que ella, la Reina de las misiones, nos ayude a cultivar en nuestro ser un corazón misionero, un corazón valiente, capaz de anunciar a Cristo en medio de este mundo que, en el fondo, sabemos que grita pidiendo ayuda: ¡Quiero conocer a Dios! Que tengas un buen y bendecido sábado. 

Padre Alfredo.

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