¡Qué importante es la comunicación de experiencias y el compartir para sentirse hermanos, para saberse amigos, para experimentar la pertenencia a una familia! Así se fue haciendo «familia» la Iglesia de los primeros tiempos. Cada comunidad que iba naciendo se mantenía en comunicación con las demás y recibía a quienes llegaban procedentes de aquí y de allá hasta allende se había establecido la Iglesia. Un hogar cristiano, unos laicos cristianos se encargan de Apolo para ayudarle a avanzar en su fe y seguir con su formación en la fe, que, entre paréntesis, hemos de afirmar que nunca termina (Hch 18, 23-28). Apolo era un judío que se había formado en Alejandría de Egipto, y hablaba muy bien, porque era experto en el Antiguo Testamento. Aunque conocía sólo el bautismo de Juan, predicaba en las sinagogas sobre Jesús. Áquila y Prisca, matrimonio amigo de Pablo, fueron quienes tomando a Apolo por su cuenta, le explicaron con más detalle el camino del Señor. Y así Apolo llegó a ser un colaborador muy valioso en la evangelización, reconocido también por Pablo. Los laicos, afortunadamente cada vez más, tienen un papel importante en la tarea de la evangelización encomendada a toda la Iglesia familia de los hijos de Dios. Es una de las consignas más comprometedoras del Vaticano II.
No debemos olvidar que los católicos somos una familia, la familia de los hijos de Dios. En esta familia de fe, todos debemos involucrarnos en el anuncio del Evangelio. Esto nos debe llevar a preocuparnos con toda lealtad de la mutua evangelización, así como nos dedicamos a la evangelización de los no creyentes, pues la Iglesia no sólo debe ser evangelizadora, sino también evangelizada. Tal vez haya muchos sectores de nuestra Iglesia que viven casi como paganos; por lo menos yo veo una inmensa gama en mi «Selva de Cemento», corazones en los que ya no se conoce a Dios. El Señor nos envía a evangelizar a quienes no han oído hablar de Él porque, aun cuando se les bautizó, jamás se les habló del Señor y se dejó que la vida de fe se marchitara demasiado pronto. Ayer precisamente, me encontré con dos jóvenes que con inmensa alegría cumplían con su tarea de despachadores de café y al ver que era sacerdote me preguntaron que qué hacía y cuando les dije que era misionero se asombraron y uno de ellos exclamó: «¡Disculpe mi ignorancia padre!, ¿qué es eso de misionero? Le pregunté a los dos chicos que si estaban bautizados y me dijeron que sí, pero que no sabían más y que les daba gusto platicar con un padre porque nunca lo habían tenido «tan cerquita» y que cuando quisiera fuera a visitarlos. ¡Me topé así con el neopaganismo del que hablaba ayer! Ojalá Dios me de la oportunidad de siempre sembrar por lo menos la inquietud de revivir la fe.
Estando en comunión de vida con Cristo, como su familia, es como podemos, desde Él, dirigir nuestra oración de unos por otros para fortalecernos y anunciarle a tiempo y a destiempo. Dios nos quiere como testigos suyos en el mundo. Él nos concederá todo lo que necesitemos para cumplir fiel y eficazmente con esa misión que nos confía. « Pidan y se les dará», dice hoy Cristo en el Evangelio (Jn 16,23-28). Por eso la celebración de la Eucaristía más que un acto de piedad, especialmente el domingo —o sábado por la tarde en la Misa de precepto— es un momento especial para reunirnos como familia en la fe y llenarnos de Dios para poder llevarlo a la humanidad entera, desde la experiencia que de Él hayamos tenido en su Iglesia. Al recibir los dones de Dios, es como podemos escuchar y entender el clamor de los pobres, de los enfermos, de los deprimidos y de los más desprotegidos. Dios quiere continuar salvando, haciendo el bien y socorriendo a la humanidad que ha sido deteriorada por el pecado y azotada por la pobreza. Sus discípulos–misioneros, que hacemos la familia de Dios, somos un signo creíble del amor de Dios para nuestros hermanos. Por eso no sólo debemos pretender ser escuchados por Dios, sino que también nosotros debemos escuchar a los demás para darles una palmadita y fortalecerles en el camino de la vida. Aprendamos a estar a los pies de Jesús por medio de la escucha fiel de aquellos que, como sucesores de los apóstoles, nos transmiten la verdad sobre Jesucristo. Pero no nos guardemos lo aprendido y vivido. Llevémoslo a los demás con el ardor de la fe y del amor que proceden del Espíritu que Dios ha derramado en nuestra propia vida. Una forma sencilla puede ser compartiendo esta u otras reflexiones sobre la Palabra de Dios para revitalizar y extender la familia de los hijos de Dios. Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, a quien veneramos especialmente hoy que es sábado, la gracia de sabernos amar como verdaderos hermanos, buscando siempre el bien unos de otros, hasta que juntos podamos gozar de los bienes eternos, como familia, como hijos amados de nuestro Dios y Padre, que es siempre misericordioso, fiel y paciente. ¡Bendecido sábado!
Padre Alfredo.
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