¡Qué situación tan nueva deben haber vivido los apóstoles y los demás seguidores de Jesús luego de su ascensión! Ahora han de ver a su Maestro como jugando a las escondidas, pues aunque entendían que Jesús les deja una tarea, un encargo y que Él ahora estará en todas partes, en especial en la Eucaristía, ellos corren el riesgo de perder el contacto con él. Los que habían visto a Jesús elevarse a los cielos, ahora lo tienen que encontrar en cualquier lugar, en cualquier situación y hasta en la figura de cualquiera. Hay una gran diferencia como de aquí al cielo entre «saber» que Cristo está vivo y presente en nuestro aquí y ahora y percibirlo, experimentarlo y vivirlo concretamente. Por más que sea alguien sobre la calidad del vino, sólo cuando lo saborea sabe realmente qué es el vino. Cada toparse con alguien, cada situación concreta, cada paso sencillo en la vida de uno de los discípulos–misioneros de Cristo, marca un encuentro con Jesús y los lleva a la certeza de que Él, vivo y resucitado, «es el Señor» y es el Maestro que tantas cosas les enseñó, El Maestro más sabio, más humilde, más rico y más pobre a la vez. Muchas realidades que son simplicidades de cada día, adquieren una intensidad y una cualidad nuevas cuando uno percibe que «el Maestro está aquí y nos busca» (Jn 11,28). Así, la verdad de la inteligencia llega a ser una verdad del corazón.
Pero eso, eso solamente lo podemos captar si dejamos que el Maestro nos lo enseñe. Es el mismo Jesús Maestro, por la gracia del Espíritu Santo, quien nos abre los ojos al don de su presencia para que nos demos cuenta de que camina a nuestro lado, incluso cuando parece más ausente, como en los momentos de persecución del que nos habla la primera lectura de hoy (Hch 20,17-27). Jesús ha sido el Maestro que nos ha enseñado desde la Cruz. Toda responsabilidad en la Iglesia, toda vida cristiana auténtica estará marcada siempre por la cruz. Para Pablo, su cruz principal vino de los que no aceptaban evolucionar, pasar del judaísmo a la fe en Cristo. Cada uno de nosotros tiene su cruz. Toda «prueba» tiene valor si sabemos asociarla a la redención. La salvación de la humanidad no se logra de otro modo, sino de la manera que Jesucristo nos ha enseñado. Él es quien nos aclara dónde y cómo encontrarlo como resucitado en medio de nuestras vidas tan ordinarias y sencillas (Mt 25,31-46), cuando como forastero se acerca y nos invita a partir el pan (Lc 24,13-43) y cuando la Cruz se hace presente. Pablo, es también el maestro que nos enseña a seguir a Cristo. Pablo es el maestro que enseña sobre la necesidad de la actividad misionera y exhorta y da normas de gobierno a los «presbíteros-obispos» que han de tomar su relevo. Por eso, el tema ministerial y pastoral es el central en su enseñanza junto a la búsqueda y la imitación de Cristo.
En el Evangelio de hoy encontramos la «oración sacerdotal» de Jesús en la Ultima Cena. Hasta ahora había enseñado a los discípulos. Ahora eleva los ojos al Padre y le dirige la entrañable oración conclusiva de su misión. El Maestro entrega su vida por ser fiel al proyecto que recibió del Padre, a saber: despertar en el ser humano su dignidad de Hijo de Dios, dignidad negada por todos los opresores —personas y estructuras— que hacen del ser humano un ser explotado, oprimido y alienado. Por eso Jesús, el Divino Maestro, insiste en que lo único que él ha hecho es transmitir «las palabras» (el proyecto) que Dios tiene sobre nosotros. Y en la medida en que sus discípulos acepten estas palabras —este proyecto— demostrarán creer en Él. No parece, por esta razón, muy importante el lugar ni el modo concreto en donde podamos encontrar al Maestro fuera de la presencia especial del Sagrario. La senda para ir al encuentro del Maestro o para dejarse alcanzar por Él puede darse en cualquier espacio, tiempo y situación. Pero siempre será una gran alegría saber que el Maestro, el que tanto nos ha enseñado y nos lleva de la mano cada día, no tiene tiempo para quedarse en teorías... lo que enseña aún y sobre todo en la Cruz, es vida, lo que enseña es amor, y lo mismo podemos decir de su Madre Santísima, Madre y Maestra por excelencia. De por qué he hablado tanto hoy de Jesús el Divino Maestro sale sobrenado, seguramente todos recordamos que hoy es día del maestro en México y no se si en otros lugares más y Él, Cristo, es el modelo a seguir para enseñar bien. ¡Felicidades a todos los maestros en este martes en que la sociedad los celebra invitándoles a mirar fijamente e imitar el estilo tan peculiar de Jesús, el Divino Maestro! Me aprovecho y les pido una oración de limosna para este maestrillo de pacotilla y por mis alumnos de Cristología.
Padre Alfredo.
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