jueves, 17 de mayo de 2018

«El seguimiento de Cristo y el llamado a la santidad»... Un pequeño pensamiento para hoy




Jerusalén, Atenas y Roma eran tres ciudades importantísimas y llenas de simbolismo en el tiempo de los primeros cristianos. Jerusalén representaba la ciudad santa del judaísmo y era el lugar en el que sucedieron los acontecimientos centrales de la vida de Jesús. Esto es particularmente importante en la teología de San Lucas, el autor del libro de los Hechos de los Apóstoles. Atenas simbolizaba la sabiduría porque allí estaban representadas las escuelas más renombradas del pensamiento filosófico, cultural y social de aquellos tiempos. Finalmente, Roma, era el centro del imperio y en donde la política y la economía tenían su centro. San Pablo, según hemos sido viendo en el recorrido que con él hemos vivido en el libro de los Hechos, ha dado testimonio de Jesús tanto en Jerusalén como en Atenas, lo ha presentado en los círculos religiosos y culturales. Le queda presentarlo en el centro político: «Ten ánimo, Pablo; porque así como en Jerusalén has dado testimonio de mí, así también tendrás que darlo en Roma» (Hch 23,11). Lo mismo que ha dado testimonio a favor de Cristo en Jerusalén, tendrá que darlo en Roma. y la gran capital será testigo de la palabra elocuente del «Apóstol de las gentes» ya maduro, pero será, sobre todo, el escenario de su prisión y de su muerte. Pablo será ajusticiado en la ciudad donde reside el mismo poder del Imperio que, junto con los líderes judíos, ajustició a Jesús. A la hora de la muerte, se dará, pues, una íntima y muy significativa vinculación entre el Maestro y el discípulo.

Jesús estaba seguro de que su obra continuará (Jn 17,20-26). El llamado mensaje del Padre (cf. Jn 6,7) y mensaje de Jesús (Jn 14,23), lo es también de los que quieran seguirle y anunciarle, amarle y hacerle amar. No será para aquellos primeros seguidores una doctrina aprendida ni algo que propondrán como obligación, porque no se puede proponer el amor si no se vive; el amor se comunica como una experiencia y una convicción propia. El mensaje que den, como en el caso de San Pablo, produce la adhesión a Jesús, punto de referencia para todos los tiempos. El mensaje no es una teoría sobre el amor, sino la formulación de la vida y muerte de Jesús que se va encarnando en la propia vida: «Ya no soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí» (Gal 2,20). Quienes no aman no pueden tener verdadero contacto con el Padre y no pueden percibir lo que quiere Jesús y realizar su encargo. Se establece así la comunidad de Dios con los hombres; su presencia e irradiación desde la comunidad, muchas veces perseguida, como sucede a San Pablo en el relato de hoy en la primera lectura (Hch 22,30; 23,6-11) y sobre todo a través de las obras que revelan el amor (cf. Jn 9,4). Esta será la prueba convincente de la misión divina de Jesús que se prolonga en sus discípulos–misioneros hasta hoy. No se convence con palabras, sino con obras.

San Pablo debe ir a Roma, la capital imperial, la ciudad más importante del mundo conocido en esa época. ¡Imaginemos una ciudad de un millón de habitantes hace 20 siglos! Allí, a la sede de los poderes, de las fortunas, de las artes y las letras de lo que era el mundo civilizado del momento, ha de llevar Pablo el Evangelio de Jesucristo porque es Buena Noticia para todo el mundo. ¡Cómo me alienta este hecho de entre todo el conjunto de éstos que narra el libro sagrado escrito por San Lucas! Y me hago una pregunta: ¿Cómo no querer darle al mundo el testimonio de nuestra entrega al Señor y la total fraternidad de los cristianos en estos tiempos de la globalización, de las telecomunicaciones y de tantas otras maravillas, que hacen más significativa la unidad de todos los seres humanos en una sola gran familia? Sin nuestra adhesión plena al Señor y nuestro anhelo de ser santos, tal unidad no se dará a pesar de que los católicos multipliquemos las iniciativas de diálogo, de acercamiento y cooperación. Hoy, Dios mediante, empezaré el día en reunión con los padres de familia del colegio «10 de Mayo» en su «Escuela de Padres» y trataremos el tema del seguimiento de Cristo, el llamado a la santidad y su realización en el seno familiar. Nuestra vida cristiana y evangelizadora se dará siempre en el contexto del mundo en el que nos ha tocado vivir, y en el que servimos. No tenemos otra forma de mostrar al mundo y secundar la fe que profesamos. ¡Qué lejos de la voluntad de Cristo está la realidad de tantas familias divididas hoy a causa de tantas situaciones atrayentes de aquí y de allá que rompen la unidad con el Señor y entre los mismos miembros empezando por los padres, que, atrapados por el brillo de falsas doctrinas que prometen la felicidad, los hacen perder lo esencial! Hoy, al pensar en el valor de san Pablo para proclamar la fe en obediencia a la voluntad de Dios, les encargo que oremos por todas las familias, para que, bajo la mirada de María, la valiente mujer que sostuvo la unidad de su hogar en Belén, en Egipto y en Nazareth en medio de la pobreza, de las ideas y religiones diversas y del dolor de perder al esposo y ver morir al Hijo, se sostengan unidas en el amor, la comprensión y el perdón obedientes a la voluntad de Dios. ¡Hoy jueves eucarístico pidamos la efusión del Espíritu Santo especialmente para los padres y madres de familia y para quienes en muchos hogares cumplen esta función! 

Padre Alfredo.

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