Hoy celebramos, en la liturgia de la Iglesia, la fiesta de la Santísima Trinidad. Una fiesta que no es para desentrañar cerebralmente este profundo misterio, porque eso no es lo importante del día ciertamente. Intelectualmente es algo que no conseguiremos nunca. Esta celebración más bien lo que quiere enseñarnos es que lo importante no es entender a Dios ni tener pruebas que nos demuestren matemáticamente que es un «Dios Trino», un solo Dios en tres personas. Lo importante es dejarse amar por Dios y amarle lo más que podamos. Sin estar desentrañando los diversos misterios de la inmensidad de Dios, que superan nuestro pequeño y enredado cerebro, sabiéndonos amados por Dios y amándole por lo menos un poco, nos sentiremos felices en su adorable compañía. Eso es lo importante. Así, la Santísima Trinidad, es un solo Dios que, en tres Personas nos enseña a amar. Nuestro corazón, desde el bautismo, es capaz de gozar de la relación personal con Dios, y esto sí que importa. Y hoy he empezado así mi reflexión porque vivimos en un mundo que quiere, a fuerza de golpe y porrazo, desentrañarlo todo, un mundo que quiere hacer a un lado todo lo que no quepa en nuestros pobres criterios formulados con los pocos estudios que aún los más dotados científicos pueden realizar, un mundo que en general, poco entiende con sus elaboradas ciencias que Dios es el Señor del cielo y la tierra y no hay otro como Él (Dt 4,32-34.39-40).
El misterio de la Santísima Trinidad es para muchos difícil imaginar y comprender. Pero... ¿cómo pretender ver, esta realidad desde nuestros diminutos ojos que no tienen la visión ni siquiera física como los de una mosca que ven mucho más? ¿Como es posible ver de una ojeada —estando nosotros fijos— una esfera y, al mismo tiempo, mirar su cara oculta? Las definiciones que nos pueda proporcionar la física, las matemáticas o la geometría, nunca nos satisfarán del todo. Dado que es un misterio que no podemos comprender del todo, como decía desde el inicio de mi reflexión, lo que importa es —viendo todo desde el amor— cómo actúa Dios en nuestra vida. Nuestra experiencia de fe nos dice que «Dios es Padre» y un padre amoroso, que cuida de sus hijos y les protege, porque Cuida de nosotros (Sal 32), está a nuestro lado, dialoga con nosotros, nos escucha y nos ayuda respetando nuestras diferencias y amándonos a todos por igual. «Dios es Hijo», entonces es hermano, nuestro hermano mayor que nos ama hasta el extremo de dar su vida por nosotros, que quiere darnos a conocer que sólo es feliz aquél que es capaz de darse al otro y de perdonar y por eso nos envía (Mt 28,16-20). «Dios es Espíritu», que nos fortalece y nos da su aliento guiándonos (Rm 8,14-17) hacia el bien y la verdad en el andar de cada día. Pero lo que más debe importarnos, como digo, es saber que Dios es Amor, un amor entre personas, un amor de un Dios que es comunidad y derrama ese amor en cada uno y en todos a la vez.
Con el Padre que hizo el cielo y la tierra, con el Hijo que dio su vida por nosotros y se nos ha quedado cercano y asequible en la Eucaristía y con el Espíritu Santo que en todo momento nos impulsa hacia Dios, Luz que alegra nuestra vida diaria, hoy es un buen día para acrecentar nuestro trato en intimidad, amor y confianza con las tres divinas Personas. Hemos sido bautizados en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo, por eso creemos, esperamos y amamos a un Dios trinitario, es decir, un Dios único pero no solitario. Así lo afirma literalmente el Catecismo de la Iglesia Católica, en su número 254. Por lo tanto también esta fiesta me parece una buenísima oportunidad para remozar las virtudes teologales de la fe, la esperanza y el amor no solo a Dios sino también a quienes nos rodean. Dios nos creó a su imagen y semejanza y por eso el ser humano es un ser de relaciones; nos relacionamos con otras personas desde el momento en el que nacemos. Sin relaciones el individuo humano nunca hubiera llegado a ser el que es como imagen y semejanza de «Dios Uno y Trino». Creer y celebrar el misterio divino de la fiesta de hoy es creer en un Dios Amor que será siempre un misterio, pero que, en corazones sencillos como el de María Santísima, como el de José y el enorme elenco de santos y beatos nos mostrará una chispa, un fulgor, un destello de su infinito amor trinitario. ¡Bendecido domingo a todos y una oración por quienes participan en el encuentro de la Zona Centro de Van–Clar (Vanguardias Clarisas) que concluye hoy en CDMX y con quienes hoy compartiré la Eucaristía!
Padre Alfredo.
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