La ascensión de Jesús (Hch 1,1–11) es un misterio, al igual que la resurrección de la que es, por así decir, prolongación, así que, al celebrar esta fiesta, la Iglesia celebra este domingo un acontecimiento para la fe. Lo que importa de estos hechos —tanto de la resurrección como de la ascensión— no es su descripción a manera de un acontecimiento visible, sino la realidad significada en esa descripción. La obra visible de Jesús en este mundo ha terminado y debe comenzar ahora la misión de la comunidad de los discípulos–misioneros de Jesús. Se abre así un paréntesis para la responsabilidad de los creyentes. Entre la primera y la segunda venida del Señor, se extiende la misión de la Iglesia y por esoo podemos quedarnos con la boca abierta como viendo visiones. Terminada la misión de Jesús en el mundo, ha de comenzar la misión de sus discípulos. Estos han de predicar y hacer lo mismo que su Maestro. Él nos envía a la misión de continuar su obra en la tierra, poniendo nuestra mirada en el cielo. Es el «ya, pero todavía no» del Reino de Dios, y como dice San Agustín: «La necesidad de obrar seguirá en la tierra; pero el deseo de la ascensión ha de estar en el cielo. Aquí la esperanza, allí la realidad».
Cuando los dos hombres vestidos de blanco les dicen a los apóstoles: ¿qué hacen allí parados mirando al cielo?, lo que realmente quieren decirles es que se acabó el tiempo de Cristo en la tierra, guiándolos y conduciéndolos por los caminos de Galilea. Ahora es cuando realmente comienza su tiempo, el tiempo de los discípulos–misioneros, el tiempo de la Iglesia. Es decir que, a partir de ahora, los discípulos deben dedicarse a «evangelizar», siguiendo siempre el ejemplo de su Maestro. La Iglesia que Cristo fundó, será desde este momento, la auténtica protagonista de la evangelización. La Iglesia —es decir todos los cristianos— debemos ser la boca, los pies, las manos, el cuerpo de Cristo. Somos nosotros, con la ayuda del Espíritu de Cristo, los que tenemos que llevar a nuestra sociedad el Evangelio de Cristo. Dios no nos va a abandonar, ni dejar solos, él va a estar con nosotros hasta el fin del mundo, pero Dios quiere que, a partir de ahora, sea la Iglesia la responsable directa de predicar y tratar de construir entre todos el Reino de Dios, tal como lo hizo Cristo mientras estuvo físicamente en la tierra. Esta es la tarea que Cristo nos ha encomendado: «"Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio a toda creatura...» (Mc 16, 15-20).
La Ascensión no es un mero simbolismo que haya inventado la Iglesia. Se trata del final de una etapa y es la que Jesús quiso pasar en la tierra para construir la Redención, y poner en marcha el camino hacia al Reino. Bajó primero y volvió luego al Padre. Y de acuerdo con su promesa sigue entre nosotros. Su presencia en el Sacramento de la Eucaristía, es un acto de amor supremo. Y nadie que reciba con sinceridad el Sacramento del Altar puede dejar de sentir una fuerza especial que lo impulsa a anunciar la Buena Nueva siguiendo junto a Jesús cuando la Misa termina y llevando su misericordia al mundo enterlo. Ya casi terminamos la Pascua, falta una semana para celebrar «Pentecostés». Hoy i luminados por la luz del Espiritu Santo debemos reflexionar sobre cómo ha sido nuestro camino en la Pascua, de cómo hemos reconocido en el mundo, en la vida, en la naturaleza, el cuerpo de Jesús Resucitado. Y de cómo, asimismo, hemos subido un peldaño más en la escalera de la vida espiritual ayudados de María y la primera comunidad cristiana, a la que hemos acompañado en la primera lectura de este tiempo pascual. En la solemnidad de tu Ascensión a los cielos miramos, como Iglesia a lo alto para contemplar la gloria del Señor. Pero también miramos a esta tierra a la que Él nos has enviado. Sabemos que Cristo va con nosotros y mantiene viva en nosotros la llama del deseo del cielo. «Urge que Cristo reine» (1 Cor 15,25). ¡Feliz fiesta de la Ascención del Señor en este domingo!
Padre Alfredo.
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