domingo, 20 de mayo de 2018

«¡Hoy es domingo de Pentecostés!»... Un pequeño pensamiento para hoy


¡Hoy es domingo de Pentecostés!, y en este día se cierran los 50 días de Pascua que hemos dedicado por entero a celebrar el gozo de la resurrección del Señor, la novedad de vida de los primeros bautizados y el comienzo de la Iglesia animada por el Espíritu Santo. Pentecostés es el día 50 después de la resurrección del Señor, pero no una fiesta desligada de los 49 días que le preceden. Hoy, al cerrar este ciclo litúrgico, con el gozo de la fiesta del Espíritu Santo, damos gracias a Dios por la Iglesia, que se renueva y está constantemente preñada por la presencia del Espíritu Santo vivificador. En Él está su fuerza, su potencial, su riqueza y su motor para seguir anunciando que Jesús es el Señor, el principio y el fin de todo. Es el Espíritu Santo quien mantiene la actividad de la Iglesia y nuestros esfuerzos, como discípulos–misioneros de Cristo para alcanzar la santidad evangelizando al mundo entero. En una de sus cartas a la familia misionera por ella fundada, la beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento escribe: «Será el Espíritu Santo quien ilumine y guíe nuestros pasos, nuestros corazones, para hacer lo que él quiera». 

Los textos de la Misa del día de hoy nos ayudan a entender esta acción del Espíritu Santo. Tenemos, además, una bellísima «Secuencia del Espíritu Santo», un texto maravilloso, utilizado también como himno en la Liturgia de las Horas y que es, sin duda, una de las composiciones litúrgicas más sublimes que se conocen. El relato de los Hechos de los Apóstoles es de una belleza y plasticidad singulares (Hch 2, 1-11), el viento tenaz, las lenguas como de fuego, la capacidad para hacerse entender en diversas lenguas e, incluso, el comentario asombrado de quienes escuchan. Y es que el prodigio, en la narración, acaba de empezar y este mismo prodigio continúa vivo hasta hoy. La respuesta al salmo responsorial (Sal 103), es también de una gran gallardía y es portadora de esperanza: «Envía, Señor, tu Espíritu a renovar la tierra. Aleluya». La tierra entera tiene que ser renovada en estos días que a decir verdad no son tan buenos que digamos. San Pablo, en una gran definición Trinitaria enmarcada en la vida de la Iglesia, va a definir de manera magistral que hay muchos dones, muchos servicios muchas funciones, pero un solo Espíritu, un mismo Señor y un mismo Dios (Gal 5,16-25). El Evangelio de San Juan nos completa el relato (Jn 15,26-27;16,12-15). Será Cristo resucitado quien abra a los Apóstoles el camino del Espíritu. El camino de la Iglesia queda abierto. La labor corredentora de los Apóstoles y de sus sucesores está en marcha dejando actuar al Espíritu Santo. 

Desde entonces, el Espíritu está siempre presente en la vida del pueblo elegido, actuando sin descanso, pasando por encima de las miserias de los hombres empujando la barca de Pedro hacia el puerto prefijado por Dios, en medio de las más terribles tempestades, de las más hondas borrascas derramando sus dones: El don de sabiduría, que nos capacita para distinguir la realidad de la fantasía viviendo en consecuencia y encontrando el secreto de la felicidad que es la vida según Cristo. EL don de inteligencia, que nos ayuda a aceptar los cambios que se producen en la sociedad para el bien común cuidando de mantener siempre una mente abierta a las inspiraciones divinas. El don de consejo, que nos lleva a indagar bajo lo visible descubriendo las causas ocultas para poder ayudar al que nos lo pide. EL don de piedad, que nos protege del egoísmo y del materialismo siempre acechantes en este mundo que camina entre la confusión de valores y la pachorra sin pasión. El don de ciencia, que nos marca una dirección consistente en nuestro diario andar y nos ayuda a conocer cómo son realmente las cosas. El don de temor de Dios, que, entendido en el buen sentido, es beneficioso y nos hace realizar obras buenas, como el niño que respeta a su querido padre y no quiere defraudarle. El don de fortaleza, tan necesario para un verdadero amor, pues nos da valor para asumir un compromiso auténtico y maduro. En medio de un mundo agazapado por tantas cosas terribles que suceden día a día; en una sociedad que se divide por la época de elecciones —por lo menos aquí en el país de la tortilla, el chile y el frijol— y en un pueblo que se empobrece o lo empobrecen cada día más, arrebatándole no solo el dinero sino los valores familiares y civiles, necesitamos ese soplo del Espíritu que nos conceda un poco de paz y de calma. Que Él, el Espíritu Santo, nos conceda ese oasis de felicidad y de ternura, de sosiego y de optimismo, de futuro y de bienestar espiritual y material que trajo a María y a los Apóstoles y que tanto necesitamos. ¡Espíritu Santo, que tu presencia espiritual nos asista, que tu fuerza nos sostenga y que tu recuerdo constante nos aliente! Amén. 

Padre Alfredo.

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