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La exaltación de la santa cruz, esta fiesta antiquísima en la Iglesia que hoy celebramos en México, debe ser para nosotros ocasión de hacer memoria, de recordar y proclamar que Cristo ha sido exaltado en la cruz y que todos los que son de Cristo no pueden apetecer otra gloria que ésta, porque a través de la Cruz se llega a la resurrección. Si somos discípulos–misioneros de Cristo, no podremos entender nuestra vida sin momentos de Cruz, aunque sean tan insignificantes o pequeños como los que me toca a mí vivir casi siempre. En México se celebra en este día porque en el año 326, Santa Elena encontró la cruz y así recordaban a nuestros antepasados los misioneros europeos al traer la fe. Ellos colocaban la Cruz en todas las nuevas construcciones que se iban realizando y eso es algo que hasta la fecha se sigue haciendo, por lo cual es también el día del albañil y es una bonita ocasión para pedir por tantos y tantos mexicanos que, en esta ardua ocupación, encuentran la manera de ganar el pan de cada día. Los albañiles acostumbran colocar, en lo alto de la fachada de toda obra en construcción, una cruz de madera adornada con flores y papel de china, previamente bendecida por un sacerdote. Esta tradición data de la época colonial a partir de la formación de los gremios y fue impulsada por Fray Pedro de Gante. El misterio de la cruz en la vida de Jesús —y por tanto, en la nuestra— no es una exaltación del dolor y del sufrimiento, sino la revelación cumbre del amor. Jesús pudo salvarnos desde el triunfo y la gloria, pero prefirió hacerlo desde nuestra condición humana, desde la humildad, desde el servicio, la obediencia y la renuncia, en vez de imponerse desde el dominio y el poder. «Actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo levantó sobre toda y le concedió el "Nombre sobre todo nombre"» (Cf. Flp 2,6-8).
Jesús nos invita a seguirlo abrazando la cruz de cada día. Saber sufrir con Cristo compartiendo sus amores es la sabiduría de Dios. La pasión de Cristo está todo el año —incluida la Pascua— y todos los días en nuestras calles, en cada hombre o mujer que sufre, en cada situación complicada que se nos presenta, en cada pequeña o grande dificultad, en cada uno de nuestros enfermos y en tantos pobres de nuestra sociedad. Cristo «sufre y muere» en la Cruz que cargamos cada día, pues se identifica con nuestras congojas, sean grandes o pequeñas. Como decía Blas Pascal: «Jesús estará en agonía hasta el fin del mundo». El misterio de la fiesta litúrgica del día de hoy es preludio de la resurrección del Señor. La cruz es su máximo abajamiento, pero paradójicamente es también su máxima exaltación a la gloria. El Crucificado resucitó de entre los muertos y nos redimió. María, que estuvo al pie de la Cruz (Cf. Jn 19,25-30), sabe muy bien de todo esto. Con la mirada iluminada por el fulgor de la Resurrección, nos detenemos hoy 3 de mayo a considerar, como ejemplo a seguir, la adhesión de la Madre a la pasión redentora del Hijo. Volvemos de nuevo, ahora en la perspectiva de la Resurrección, al pie de la cruz, donde María «sufrió intensamente con su Hijo y se unió a su sacrificio con corazón de Madre que, llena de amor, daba su consentimiento a la inmolación de su Hijo como víctima» por nuestra salvación. (Cf. LG 58). Antes de terminar, no puedo dejar de pensar en una mujer asombrosa que hoy celebraba su santo y su cumpleaños, mi querida «Crucita», la mamá del padre Carlos Careaga. ¡Qué extraordinaria mujer y que amor tan grande a la Cruz! Traer a mi mente y a mi corazón a Crucita, es traer el signo de la Cruz que ella repartía a diestra y siniestra convencida de que no hay vida en abundancia si no había Cruz. ¡Bendecido día de la Santa Cruz!
Padre Alfredo.
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