Dicen por ahí que no siempre el esfuerzo del valiente es reconocido mas que por aquellos que en su momento se vieron beneficiados de su generosidad. Hoy celebramos a un un santo cuyo «sí» generoso benefició a la Iglesia de los inicios y de quien no sabemos nada más que únicamente su nombre y el momento de su elección, que tiene lugar tras una oración comunitaria que el texto de los Hechos de los Apóstoles resume para los futuros lectores: «Tú, Señor, que conoces los corazones de todos, muéstranos a cuál de estos dos has elegido, para ocupar en el ministerio del apostolado el puesto del que Judas desertó para irse a donde le correspondía» (Hch 1, 24-25). San Matías, el festejado de hoy, es un don del Espíritu a la Iglesia de Jesús para llenar el puesto que había sido dejado vacío por Judas Iscariote en el colegio de los apóstoles (cf. Mt 27, 3-10). San Clemente y San Jerónimo dicen que fue uno de los 72 discípulos que Jesús mandó a misionar de dos en dos y una antigua tradición cuenta que murió crucificado, por eso lo pintan con una cruz de madera en su mano y los carpinteros le tienen especial devoción en varias naciones.
Matías es el apóstol «póstumo» de Jesús, porque fue incorporado al colegio apostólico cuando Nuestro Señor estaba ya en el cielo. Elegido por los 11 apóstoles inspirados por Dios y recurriendo a una táctica bastante común en sus tiempos y en los nuestros —«echaron suertes»—, es un apóstol que por lo visto no brilló de manera especial con algún encargo notable, sino que fue como tantos de nosotros, un discípulo entre todos, algo así como una hormiga... en un hormiguero. De esta manera, la fiesta que la Iglesia celebra hoy en su honor, debe animarnos a todos, porque nos enseña que el santo no es en sí el famoso o el reconocido, sino el que, como dice el Papa Francisco en su exhortación Gaudete et Exultate: pasa por este mundo «viviendo con amor y ofreciendo el propio testimonio en las ocupaciones de cada día, allí donde cada uno se encuentra». El que quiera ser santo, como Matías, vivirá feliz y con una serena alegría, asumiendo los diversos acontecimientos de la vida poniéndose en las manos de Dios. A igual que San Matías, el discípulo–misionero de nuestros tiempos es elegido gratuitamente por Dios que conoce la interioridad de las personas. Como él, hay que vivir la dinámica del seguimiento de Jesús y ser testigo de su resurrección. Como a él y a los otros apóstoles, a cada uno de nosotros es confiado el tesoro del Evangelio para que lo difunda por el mundo, empezando por los que nos rodean.
Si la vida de San Matías Apóstol es una vida humilde y desconocida, así de escondida es también nuestra vida (cf. Col 3,3). La mayoría de nosotros pasaremos a la historia no por el brillo relumbrón, sino por la fidelidad a la misión encomendada, porque los bautizados estamos llamados, en primer lugar, a vivir en plenitud la felicidad, la alegría que nace de la elección que el Señor ha hecho de nosotros para ser portadores de la Buena Nueva pasando por el mundo como Cristo «haciendo el bien» (Hch 10,38). En el Evangelio de hoy (Jn 15, 9-17), Jesús nos pide que nos amemos unos a otros y nos invita a «permanecer» en su amor. Esta es la clave de nuestra vida, la pieza perfecta del rompecabezas de nuestro diario vivir: Permanecer en el amor de Cristo, ese amor que nos hace hermanos e hijos de un Padre Común que, enviando con Él al Espíritu Santo, nos capacita para perseverar amando aún en medio de la oscuridad y caminando guiados solamente por la brújula de la fe. «Permanecer en el amor» es ser feliz trabajando en el camino de santificación en lo que nos toca hacer cada día. «Permanecer en el amor» es cumplir los mandamientos en clave de amor para dar gloria al Señor y servir con alegría a los hrmanos; «permanecer en el amor» es dejarse guiar por el Evangelio, y vivendo en alegría y santidad aligerando la carga a los demás. Estamos llamados por Dios, con nombre y apellido cada uno de nosotros a ser santos, a anunciar la alegría del Evangelio y a permanecer en el amor. La Virgen María, la «Madre del Amor Hermoso», estaba cerca de Matías y de los demás apóstoles con lso primeros cristianos; puedo imaginarme sus hermosas y valiosas conversaciones. Ella, seguramente le alentó, le animó para aceptar el encargo. Ella en su vida ha dado el «ejemplo de aquel amor de madre que permanece y debe animar a todos los que colaboran en la misión apostólica de la Iglesia para engendrar a los hombres a una vida nueva» (cf. Lumen gentium n° 65). ¡Bendecido lunes celebrando a San Matías!
Padre Alfredo.
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