Ojalá se pudiera resumir todo lo que nosotros hablamos y trabajamos como discípulos–misioneros de Cristo, con las mismas palabras del gobernador romano cuando habla de Pablo y su tarea: «un difunto llamado Jesús, que Pablo sostiene que está vivo» (Hch 25,19). El mundo de hoy, aunque en cierta medida aprecie a Jesús de Nazaret por su doctrina y su testimonio, porque pasó por el mundo haciendo el bien (Hch 10,38) y fue un hombre bueno, llega pocas veces a la convicción de su divinidad o de su resurrección. No se deja animar por la presencia, también hoy y aquí, de ese Jesús que vivo y Resucitado se ha quedado con nosotros en la Eucaristía para comunicar vida a su comunidad y transformar la sociedad y todo el universo regresándolo al diseño original que el Padre quiso para la humanidad: «Que todos sean uno» (Jn 17,21). De cada uno de nosotros se tendría que poder decir que sí, que realmente creemos en ese Jesús Resucitado, con el mismo ardor de Pablo, que lo demuestra defendiendo su fe, y que es Cristo quien da sentido a nuestra existencia y a nuestra actividad. Si no, ¿de qué habrán servido estas siete semanas de celebración pascual?
Como en Jerusalén los judíos más fanáticos tramaban contra la vida de Pablo, el tribuno decidió remitirlo al procurador romano de la provincia de Palestina, cuya residencia oficial estaba en «Cesarea Marítima», la ciudad romana que había fundado y construido el rey Herodes el Grande. Cesarea Marítima era el «brazo largo» de Roma en la escuálida Palestina de aquellos tiempos. Contemplando lo que queda de sus fastuosos monumentos junto al mar Mediterráneo, uno puede pensar que está en la ciudad imperial contemplando los vestigios del Foro Romano o del Circo Máximo, y eso que cuando yo fui llovía a cántaros y no pudimos adentrarnos entre las ruinas. Esta es la ciudad en donde el largo proceso contra Pablo (que es ciudadano romano y, por lo tanto, hace valer sus derechos) vive un episodio decisivo (Hch 25,13-21). Podríamos decir que Festo es a Pablo lo que Pilatos fue a Jesús: el representante de un poder que «no sabe ni contesta nada» en materia religiosa, pero que acaba con la vida de un inocente. Al final, a través de procedimientos tortuosos, San Pablo dará su vida por Cristo. Pablo y sus enemigos han sido escuchados por el gobernador, que no encuentra en la causa nada digno de castigo, y que ha decidido, después de escuchar al mismo Apóstol de las gentes, remitirlo a Roma, para ser juzgado allá por los tribunales imperiales. Todo esto le informa Festo al rey Herodes Agripa, descendiente de Herodes el Grande, que con su hermana Berenice ha ido a Cesarea Marítima a visitarlo.
Todos los ministerios en la Iglesia, todos los carismas, vocaciones y servicios al Reino de Dios (todos, los de San Pedro y de su sucesor el Papa, los de San Pablo y todos los demás) brotan, se centran y se expresan en el amor desinteresado y servicial a la persona de Jesús y a su Causa del Reino. Amor cuyo dinamismo nos dispone y nos lleva, de maneras diversas, hacia el «amor mayor» de dar la vida dando vida (cf. Jn 10,18). Así es el don de toda vocación eclesial al servicio del Reino de Dios, según Jesús. Ese es el estilo de su Espíritu. Las tres preguntas sucesivas que hace Jesús Resucitado a Pedro y que destaca el Evangelio de hoy, giran en torno al amor (Jn 21,15-19). ES interesante analizar el texto desde la lengua original en que fue escrito y darnos cuenta cómo en Pedro, el Señor nos manifiesta su amor a todos, a pesar de nuestra condición de pecadores, porque, como nos lo recuerda el Papa Francisco, todos lo somos. Jesús usa dos veces el verbo «amar» (agapás me) y Pedro contesta siempre con otro verbo: «te quiero» (filo se). La tercera vez Jesús toma el verbo de Pedro: «me quieres» (filéis me). También usa el Señor verbos distintos: «boske y póimaine», que al traducrilos del griego al español significan «apacienta y pastorea», teniendo el segundo un sentido más dinámico: «llevar a los pastos». En cuanto a corderos (arnía) y ovejas (próbata) indican matices que han sido interpretados muy diversamente. Según Teofilacto, los corderos serían las almas principiantes, y las ovejas las conducentes. Según otros, representan la totalidad de los fieles, incluso los pastores de la Iglesia porque el amor de Jesús en el Padre, por la acción del Espíritu Santo, es un amor universal. Todos cabemos en su corazón. Llevamos muchos días celebrando la Pascua al lado del Señor Resucitado: celebrando la fe, escuchando su palabra, observando las maravillas de su amor misericordioso. Hoy nos quiere examinar a fondo preguntándonos por el grado de nuestro amor y por la seriedad de los compromisos de vida que hemos hecho en este tiempo litúrgico que estamos por concluir. No desperdiciemos la oportunidad de provocar un reencuentro que sea fecundo en gracias. Pidámosle a la Virgen, la «Madre del Amor Hermoso» que ella, que supo amar con pureza de corazón, nos ayude a llegar al ya inminente día de Pentecostés amando más que ayer, más que antier, más que siempre. ¡Bendecido viernes y a preparar nuestro fin de semana para amar más!
Padre Alfredo.
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