Los gestos de la vida de cada bautizado, van hablando del deseo de servir a la misión. En el estilo de vida misionera que formula la beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento en la familia misionera que ella fundó, se es misionero desde que se llega y se comienza la formación inicial en cualesquiera de las ramas que integran esta obra misionera; se es misionero en la cocina, en el estudio, en la celebración de la Misa y en la oración; se es misionero en nuestro propio país y en el extranjero; se es misionero a tiempo y a destiempo. Anunciamos el mensaje cristiano con fuerza y con urgencia todos los miembros de la Familia Inesiana, solteros y casados, consagrados, clérigos y laicos, invitando a todos a un encuentro del que se tiene experiencia y del que se pueden constatar huellas en la vida de cada hermano. Se es misionero porque los propios hermanos de casa y la gente de fuera puede leer el Evangelio en cada uno y en cada una.
Se es misionero más por las obras y palabras sencillas que por discursos elaborados. Cada gesto, cada actitud, cada palabra de aliento, cada respuesta generosa es un servicio de misión. No hay quien resista a un gesto de humildad y de caridad. El papa Benedicto XVI, cuando estaba al frente de la Iglesia decía: “Es, pues, un deber urgente para todos anunciar a Cristo y su mensaje salvífico. «¡Ay de mí -afirmaba san Pablo- si no predicara el Evangelio! (1 Co 9, 16). En el camino de Damasco había experimentado y comprendido que la redención y la misión son obra de Dios y de su amor. El amor a Cristo lo impulsó a recorrer los caminos del Imperio romano como heraldo, apóstol, pregonero y maestro del Evangelio, del que se proclamaba "embajador entre cadenas" (Ef 6, 20). La caridad divina lo llevó a hacerse "todo a todos para salvar a toda costa a algunos" (1 Co 9, 22)».
Así, nuestro diario vivir se hace un caminar en servicio misionero, servicio a Jesucristo «Camino, Verdad y Vida» (Jn 14,6), servicio sencillo en búsqueda de la Verdad que se hace actitud de diálogo y de anuncio en cualquier lugar. La Iglesia se hace presente en cada uno de nosotros en cualquier parte en donde estemos, dentro y fuera de casa, en esta nación y en la otra, en español y en inglés para hacer presente a Cristo, porque sólo en Él se encuentra la verdad plena que hace libres a los hombres.[1] Como misioneros, vamos aprendiendo cada día a buscar la Verdad y a que reine esta Verdad, eso supone un encuentro personal de Cristo. A cada momento anunciamos el evangelio comunicando a los demás los planes salvíficos de Dios en Jesucristo.
A ningún misionero le puede ser indiferente el hecho de que millones de almas todavía no sepan cuánto les ha amado Dios, de aquí se entiende el ansia misionera de Madre Inés y de tantos santos misioneros como ella. Por eso necesitamos misioneros empapados de esa actitud de servicio a la verdad en sencillez de vida. Cada uno de nosotros ha de ser un custodio de la Verdad, por eso requerimos de tiempo de oración, de contemplación, de escucha a la Verdad, que es el mismo Cristo que suplica al Padre: «Santifícalos en la verdad» (Jn 17,17). La audacia de la beata María Inés, y en general, la audacia de los santos, se basa en esta búsqueda de la verdad por encima de la propia flaqueza humana. La única riqueza de estas almas generosas fue saberse amadas entrañablemente por Dios. La actitud de santo Tomás, quien después de haber llegado casi al final de la Suma Teológica, decide no escribir más, es fruto de una iluminación que le hace ver la limitación de su pobreza. Desde entonces, sus escritos le parecen menos importantes que la búsqueda de la Verdad. Los gestos y las escasas palabras de los santos, son siempre un reflejo de su búsqueda de la Verdad. No se sienten santos, sino que sencillamente transmiten a los demás lo que ellos sienten acerca de Cristo, Camino Verdad y Vida.
Muchas tragedias psicológicas, espirituales y apostólicas nacen de no vivir en la verdad, de hacer cosas a escondidas al margen de lo que Cristo quiere, de no buscar sintonizar con sus planes. Con justa razón María santísima diría a cada uno lo mismo que dijo en Caná: «Hagan lo que Él les diga» (Jn 2,5). Para el que busca la Verdad sólo Cristo y la obediencia a Él da sentido a cada cosa y a cada acontecimiento. La eficacia apostólica depende de la capacidad de amar la Verdad, lo demás será solamente ruido, espectáculo que hoy emociona y que mañana se olvida.
Y ese servicio misionero, es un servicio de amor, un servicio de caridad. «Contemplando la experiencia de san Pablo, comprendemos que la actividad misionera es respuesta al amor con el que Dios nos ama. Su amor nos redime y nos impulsa a la missio ad gentes; es la energía espiritual capaz de hacer crecer en la familia humana la armonía, la justicia, la comunión entre las personas, las razas y los pueblos, a la que todos aspiran» (cf. Deus caritas est, 12). La caridad del misionero se expresa en una renuncia de saber estar dispuesto a dejarlo todo por la misión. El amor de Dios que ha descubierto el misionero, no es para guardarlo en el propio corazón, sino para transformarlo en un corazón sin fronteras que tiene urgencia de llevar el anuncio. Una comunidad que tenga fronteras en el corazón, de esas que se hacen por el egoísmo, la soberbia, las amistades particulares y la cerrazón, sería una «secta» o una enfermedad mortal. Quien se sabe misionero de verdad, vive inmerso en la caridad en ese grito que le hace exclamar: «¡Ay de mí si no evangelizara» (1 Cor 9,16).
Este es el celo misionero de los santos, es el celo de santa Teresita la Doctora de la Iglesia que abarca todo el universo, es el celo de san Rafael Guizar y Valencia, es el celo de Madre Inés, que quiere también abarcar todo el futuro histórico «hasta que se clausuren los siglos y comience la eternidad». Para el misionero de verdad, no hay más que amor que se derrama de un corazón sin fronteras.
Hacer amar al amor es la insignia del misionero que ha probado algo de la vida de intimidad con Cristo. Caridad sin fronteras es la ascética del que anuncia el evangelio. La caridad hace que el misionero haga caso omiso de la lógica y prudencia del ambiente. Él predica a tiempo y a destiempo,[2] sin temer a nada ni a nadie porque no tiene nada que perder. La caridad del misionero aprovecha cualquier circunstancia para evangelizar, porque sabe que este es un regalo que Dios le da para salvar almas, muchas almas y no un trabajo que realiza como quien cumple una simple obligación o una función que no le compromete a nada. Las prisas psicológicas en las celebraciones y en los apostolados son exponentes de carencia de caridad para la misión.
Basta pensar en el saludo gozoso de María a Isabel, que llenó de gozo salvífico y santificó a Juan el Bautista[3] para entender lo que es la caridad misionera, la caridad pastoral. Es el gozo contagioso de la misión que da sentido a las renuncias del apóstol y abre siempre nuevos espacios para la evangelización.
Se vive la caridad cuando se tiene conocimiento de la propia pobreza y pecado, cuando se experimenta la tarea de amar sinceramente a cada persona tal cual es, cuando uno se inclina por ver el lado positivo de las cosas, cuando se coopera positivamente en las iniciativas buenas de todos. Se vive la caridad también cuando se resiste a oír una crítica, cuando se rechaza el odio y la envidia de un corazón dividido, cuando se evita el sentido trágico de la vida, cuando no se favorece ni se aplaude a quien se sabe que va por malos caminos. Se vive la caridad cuando se arriesga todo por el anuncio del evangelio, cuando uno no se deja llevar por complejos de resentimiento, cuando se ayuda con soluciones prácticas y factibles a los problemas que van surgiendo, cuando se es principio de unidad para toda la comunidad. El saludo de María, que santificó al precursor, iba acompañado de un gesto de caridad. Ella se había encaminado presurosa movida por el amor. La caridad de donación no tiene fronteras geográficas si no las tiene tampoco en el corazón del misionero. Pero no hay que olvidar que la capacidad de darse o capacidad de amar, nace de la capacidad de reflexión, de silencio, de contemplación, de sufrimiento. Para pedir un favor, para recibir dirección espiritual, para encontrar consejo, hay que buscar a un apóstol que tenga tiempo para orar, porque seguro, vivirá la caridad de donación y nos dará el tiempo y la atención necesarios.
La caridad es donación porque es desposorio con la vida de Cristo, «Yo me ocuparé de tus intereses y tú te ocuparás de los míos» decía Madre Inés. Así, esa caridad que es donación, va siempre acompañada de un compromiso personal y misionero que quiere —como dice el Papa Francisco— primerear. La caridad busca el bien del hermano incluso dando la propia vida en sacrificio y victimación continua. Amor verdadero y concreto que brota del desposorio con el Señor cuando se comparte el mismo cáliz. La caridad misionera auténtica, que es caridad de donación, llegará a su máximo exponente cuando el misionero sepa morir en el surco, en momentos de aparente fracaso y cruz, de actitud de bienaventuranza o de reaccionar amando.
La formación en la caridad pastoral o en el celo apostólico, que también así le pudiéramos llamar, es punto clave en todo el proceso de formación del misionero. Su ascética o espiritualidad específica es la de hacerse disponible para dar la vida por los demás. La caridad es la fuente de toda actuación y de toda actitud.
Veamos ahora algo de lo que la beata María Inés teresa del Santísimo Sacramento dice tocante a la caridad:
«Si estudiamos la vida de cualquier santo, encontraremos que fue hombre o mujer de oración, de vida interior, lleno de humildad, que vivió la mortificación, las privaciones, las penalidades permitidas por Dios en la paz y la alegría. No hay uno solo que haya llegado a la santidad, ni en los tiempos antiguos, ni lo llegará en los modernos: buscándose a sí mismo, en el egoísmo, en la vanidad, en la crítica, en las faltas de caridad. ¿Verdad que esto sería imposible?»
«Los institutos se fundaron para dar gloria a Dios, para salvarle almas, para alcanzar más eficazmente la propia santificación y la de los demás, mediante la oración, el sacrificio oculto, el apostolado la caridad, la obediencia y el espíritu y práctica de la pobreza. Si esto en una casa no se realizara, ¿tendría razón de ser? Estoy segura que ustedes mismos me contestarían que no».
«Quiero terminar hijos, recomendándoles su unión y caridad. Que jamás vaya a haber en ese pequeño grupo (o grande, cuando sean más los misioneros), ni rivalidades, ni envidias, ni celos, ni si tu, ni yo; sino solamente Cristo reinando entre ustedes. Y, Cristo crucificado por amor a ustedes, a cada uno de ustedes. El día que cada uno de nosotros entendamos esto, que armonía, que paz, que alegría y facilidad en vivir unidos todos en nuestro pequeño instituto».
«Ojalá que cada una de nuestras comunidades fuera un hornito de caridad en que todos se honraran a porfía viviendo en alegría y sencillez, haciéndose cada uno responsables de la unidad que debe reinar en ellos. Sí, hijos, nuestra vida común debe convertirse no en nuestro verdugo sino en un trampolín que nos ayude a ir más rápido hacia él».
«Ojalá que cada misionero fuera un ángel de bondad... ¿Verdad que nos gustaría que cada uno de nuestros hermanos lo fuera? Pues empecemos cada uno y así llegaremos a serlo todos y llevaremos a nuestros hermanos con nuestro ejemplo, a Dios y como "la caridad no puede permanecer inactiva", llevaremos la bondad y el amor que vivamos en nuestra vida fraterna, no sólo a quienes nos rodean y con quienes tratamos directamente, sino que nuestra caridad abarcará a todos los confines de la tierra».
«No olviden, hijos, que para vivir en paz y en unión con Dios, no hay como la caridad».
«Si quieren que Dios los bendiga siempre, tengan siempre mucha caridad... Sepan disculpar y tener en cuenta que también tienen que tener sus defectos, deficiencias, por lo mismo que son criaturas. ¿Verdad que queremos que nuestras casitas tan queridas sean un consuelo para el corazón de Jesús? Pues no critiquen y jamás consientan, hijos, en una crítica. Los bendice su madre».
«Pero no olviden hijos que, las vocaciones se logran ante todo: con una vida de verdadero testimonio de Cristo. Y, esto no se dará, si los miembros, en cada casa, no vivieran íntimamente unidos en esa caridad divina que todo lo perdona, que todo lo disimula, que pronto olvida, etc. etc. Qué bueno sería que, con bastante frecuencia los misioneros leyéramos esas grandiosas epístolas de san Pablo. Si quieren verdaderamente agradarme, hijos, léanlas, medítenlas mucho, mucho, pidiendo al Espíritu Santo su ayuda para comprenderlas y practicarlas. Dios se los pague».
«Para una persona educada es tan fácil la caridad. ¡Sólo le basta con sobrenaturalizar sus acciones! Eso de levantar la voz, de gritarse... ¡qué mal suena! A mí me hace la impresión de placeritos... Un misionero en todo tiempo y lugar es y debe ser siempre...muy educado, muy caritativo: volver bien por mal, y... como dijo nuestro Señor: poner la mejilla derecha a quien me hiriere en la izquierda. Cuando hagamos esto... vaya que habremos logrado bastante en la perfección. Y esto, sin ruido, sin sentirnos heroicos. ¡Cuántas ganancias incalculables, estamos dejando pasar! ¡El tiempo se nos va! Lo que no hicimos en el momento presente... en cada uno de nuestros momentos... ¿quién lo puede recuperar? Por favor hijos, no los desaprovechen. son oro molido».
«Que no se pierda ese espíritu de trabajo y de entrega, que estemos llenos de caridad y sepamos soportarnos mutuamente... y Dios nuestro Señor nos bendecirá abundantemente».
«Les encargo continúen con esa unión, caridad, comprensión, disimulo de pequeñas debilidades, ayudándose mutuamente con sugerencias y alientos a que jamás se rompa la unión, ya que, de mañana y tarde, y de un día para otro, tenemos que vernos unos a otros con ojos nuevos, no recordando más lo que nos haya desagrado, ya que esto sucederá, pues somos humanos, y solamente en el cielo estaremos sin defecto».
«Que nuestra vida venga a ser cada día más del agrado de Dios nuestro Señor. Jamás se permitan críticas, comentarios desfavorables que lleven a despreciar a alguien, o a estimarlo menos. Mediten con amor también las epístolas de san Pablo referentes a la caridad. Sigan hijos, viviendo con alegría y entusiasmo su vida religiosa que es tan hermosa, y así lograrán salvar muchas almas, y atraer a otros a imitar nuestra propia vida. Pero si hubiera desunión y crítica, no se logrará nada. De la aceptación de la voluntad de Dios depende la gloria que le demos, y él tiene derecho a esperar toda gloria de sus hijos y ministros».
Por otra parte, las citas bíblicas sobre la caridad que pueden iluminar nuestra reflexión son innumerables. Al llegar la plenitud de los tiempos, Jesús, enviado del Padre, hace de la caridad el mandamiento nuevo (cf Jn 13, 34). Amando a los suyos «hasta el fin» (Jn 13, 1), manifestando el amor del Padre que ha recibido y nos deja como fruto del amor entre ambos, al Espíritu Santo. Amándose unos a otros, los discípulos imitan el amor de Jesús que reciben también en ellos. San Pablo, en el capítulo 13 de la Primera Carta a los Corintios, nos deja todo un tratado en el llamado: «Himno a la Caridad». Están también estas: Jn 15,12-14.17; Jn 13,35: 1 Jn 4,7-8.11-12.19-21; 1 Jn 5,1; Rm 15,5; Ef 5,2; Jn 13,13-17; Hb 13,16.
Padre Alfredo.
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