lunes, 2 de abril de 2018

«Cansados pero alegres»... Un pequeño pensamiento para hoy

Todo este tiempo de Pascua, como «primera lectura», tendremos el libro de los Hechos de los Apóstoles, un libro que nos narra lo que fue la vida y el apostolado de la Iglesia en los primeros decenios (años 30-63 d. de C.), y el papel que en ellos desempeñaron Pedro (Hch 1-12) y Pablo (Hch 13-28). Los santos Padres, principalmente Policarpo, Clemente Romano, Ignacio de Antioquía, Ireneo y Justino, así como también la crítica moderna, atestiguan y reconocen que el autor es san Lucas, médico y colaborador de San Pablo, con quien se presenta él mismo en muchos pasajes de su relato (Hch 16, 10-17; 20, 5-15; 21,1-18; 27,1-28, 16). Lucas escribió hacia el año 63 esta obra en griego y la dedica a Teófilo (no se sabe quién era o si es un nombre significativo: «amigo de Dios»). Este admirable Libro, cuya perfecta unidad reconoce aún la crítica más adversa, podría llamarse también el libro de los «Hechos de Cristo Resucitado». Sin él, fuera de algunos rasgos esparcidos en las cartas de san Pablo no conoceríamos nada o casi nada del origen de la Iglesia y de la herencia que Jesús dejó a los primeros cristianos. 

El Señor Jesús viviente, glorificado, resucitado, actúa en su Iglesia naciente en la potencia del Espíritu. El dinamismo extraordinario de la Iglesia de los primeros tiempos proviene por entero de la convicción, de la fe, que animaba a los primeros creyentes: Jesús ha resucitado... Jesús está vivo... Jesús está presente entre nosotros. Por esta razón se leen los Hechos de los Apóstoles como prolongación de la Pascua, recordándonos año con año que la resurrección no es solamente un maravilloso hecho histórico del pasado, que se ha desarrollado en fecha precisa y en lugar concreto... sino que esta resurrección es un misterio actual que perdura siempre, un dinamismo vital que actúa continuamente hasta hoy. La resurrección de Jesús es un hecho sobrenatural admisible únicamente desde la fe. Cuando se cierra el corazón a la fe, la resurrección pasa automáticamente al terreno de la leyenda. Este lunes de la «Octava de Pascua» (Ocho días de la celebración de este «paso» de la muerte a la vida), junto a los Hechos (Hch 2,14.22-33) contemplando la valentía de Pedro para hablar de la resurrección, tenemos el encuentro del Resucitado con las dos Marías (Mt 28,8-15). Es a ellas a quienes Jesús les sale al encuentro en primer lugar, dice el evangelista. En este encuentro Jesús resucitado saluda e invita a las mujeres a no temer; ellas, se postran en señal de adoración y él las convierte en mensajeras de la buena noticia, en misioneras de la Buena Nueva. 

Así, hoy pienso en nuestros muchos misioneros que ya están de regreso en sus lugares de origen, cansados pero llenos de alegría. Cansados por el trabajo intenso de estos días pasados y alegres por esa transformación interior que el Espíritu ha hecho en quienes se abren al misterio de Cristo. Ahora tenemos 50 días para ir saboreando y asimilando lo vivido en torno a la celebración de la resurrección del Señor. Esta primera semana habremos de vivirla como una obertura a todo este tiempo pascual. A lo largo de estos días iremos conociendo varios encuentros del Resucitado; con María Magdalena y «la otra María», hoy lunes; con María Magdalena sola, el martes; con los discípulos de Emaús, el miércoles; con la comunidad de Jerusalén, el jueves; con sus discípulos junto al lago de Tiberíades, el viernes; y con todos en una especie de recopilación, el sábado; presentándonos una síntesis catequética de los diversos encuentros. En todos los relatos, la resurrección inaugura una urgencia: «¡Vayan!» Cuando nos ponemos en camino, la fuerza del Resucitado nos alegra y alegra a los demás. Todos estos cristianos —los que vieron al resucitado y los que sin haber visto creyeron— experimentaron la presencia de Jesús resucitado desde dentro y sintieron la necesidad de transparentarlo llenos de alegría. Es por lo que los judíos, por mucho que sobornaran a soldados e inventaran cualquier cantidad de calumnias y mentiras, no pudieron destruir nunca ese hecho interior irrefutable. Por eso una comunidad convencida de su fe puede pasar por todo tipo de persecuciones, calumnias o toda suerte de vejámenes, que nunca le podrán arrebatar la alegría de encontrarse con el resucitado, como lo muestran los rostros alegres de nuestros misioneros. Que María santísima nos ayude a mantener viva la alegría de la resurrección. ¡Bendecido lunes de la «Octava de Pascua»! 

Padre Alfredo.

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