jueves, 26 de abril de 2018

«El conocimiento amoroso de Cristo»... Un pequeño pensamiento para hoy

Siempre resulta interesante leer el libro de los Hechos de los Apóstoles y vivir de cerca el caminar de los primeros miembros de la Iglesia compartiendo sus gozos, y alegrías, sus anhelos y fracasos; sus logros y su amor en la ardua tarea de implantar la fe en donde no se conocía la Buena Nueva. A pesar de que muchas veces la experiencia de la predicación era adversa, los creyentes y conversos, como Pablo, enamorados de Cristo, guardaban la esperanza de que el pueblo de Israel aceptara el «camino» de Jesús. Por esto, vemos cómo san Pablo (Hechos 13, 13-25 ) se esfuerza en presentar a Jesús como término de las expectativas mesiánicas del antiguo Israel, señalando su ascendencia davídica, el testimonio del profeta Juan y el cúmulo de expectativas monárquicas. Pero cuando el Apóstol subraya la actualidad del amor del Señor resucitado en quien ellos no creen, se da cuenta del rechazo de aquellas gentes. Pablo estaba convencido que no bastaba con repetir o comentar los pasajes del Antiguo Testamento que ya se conocían y que conducían hacia el Mesías anhelado. Había, como hasta ahora, que descubrir el misterio «actual» de Cristo que nos ama y nos salva en el aquí y ahora. 

La tarea de la Iglesia no es poner al gusto del día una antigua doctrina solo como un recuerdo, sino que, en la fidelidad a lo antiguo, debe proclamar la actualidad de la acción salvadora de Jesús que está vivo y presente entre nosotros en el Santísimo Sacramento del altar. En este momento, ¡Jesús salva! La Iglesia debe contemplar la acción de Cristo en todos los acontecimientos del hoy. Cada vez que leemos la Palabra de Dios, no escuchamos solo una bella narración histórica que nos emociona, sino que nos encontramos con el Dios vivo por quien nos hemos dejado alcanzar. En cada Eucaristía, dándosenos como Pan y Vino de vida, Jesús viene a nuestro encuentro para hacernos participar de su entrega de la cruz por la vida de los demás. Él mismo fue quien nos encargó que celebráramos la Misa no como un simple recuerdo histórico de algo hermoso que sucedió, sino como algo que acontece ahora: «hagan esto» en memoria mía. Pero también nos encargó que le imitáramos, como nos recuerda el Evangelio de hoy en el lavatorio de los pies: «hagan ustedes» otro tanto, lávense los pies los unos a los otros. Ya que comemos su «Cuerpo entregado por...» y bebemos su «Sangre derramada por...», todos somos invitados a ser cada día, personas «entregadas por...», al servicio de los demás (Cf. Juan 13,16-20). 

Hoy también muchos, como aquellos judíos que en la sinagoga rechazan el mensaje que Saulo les lleva de la Buena Nueva o tal vez como Judas, quieren escuchar solamente afirmaciones lógicas y bonitas, sin implicarse en el seguimiento de Jesús y la imitación de sus actitudes. La angustia existencial de muchos proviene, como afirmaba el célebre filósofo mexicano Agustín Basave Fernández del Valle cuando nos daba clases en el seminario, «del saber que la existencia está amenazada por la muerte, la cual conduce al hombre —según ellos— a la nada». Ante esta actitud, recalcaba este extraordinario filósofo mexicano de feliz memoria, «la metafísica cristiana, propone el conocimiento amoroso de Dios para redimir al hombre de su angustia» (Sergio Alejandro Valdez del Bosque, “Lenguaje e Inmortalidad en la Poesía de Rosario Castellanos”, México 1995). Esto es lo que hemos de buscar y de anunciar: «un conocimiento amoroso de Dios». Quien es receptivo a las palabras y al actuar de Jesús, se encuentra y crece en este conocimiento amoroso del que Basabe nos hablaba en medio de sus disertaciones filosóficas. Imitar a Cristo, actuar como él actuó y ser como él fue, será la mayor dicha que puede alcanzar un ser humano. Sentirá en su interior la alegría de conocer verdaderamente a Dios, que es libertad, armonía, paz, solidaridad y justicia, lo amará y buscará hacerlo amar. Pero la dicha de seguir a Jesús, si el compromiso es real, traerá también dificultades y rechazo. En una sociedad materialista y consumista, donde los valores de Jesús obstaculizan los planes de muchos, se generarán fuerzas opuestas a todo aquel que quiera conocerlo, amarlo y hacerlo amar. Pero si la decisión de comprometerse con la causa del Todopoderoso es firme, se asumirá el riesgo de correr la misma suerte de Cristo. Es el riesgo que contrajo María con su «sí», es el riesgo que acompaña a los que, como los doce, se dejan «lavar los pies» para hacer ellos lo mismo. La fuerza para seguir nos vendrá siempre de la Eucaristía. Bueno, parece que hoy he amanecido tarde y «muy filósofo», recordando al filósofo Agustín Basabe, uno de los pensadores más notables de México y del mundo contemporáneo... pero termino con las palabras de un teólogo, un hombre de Dios que sintoniza perfectamente con todo esto, san Fulgencio de Ruspe que dice: «Hay que aprender en la Eucaristía y sacar fuerzas para hacer realidad que habiendo recibido el don del amor, muramos al pecado y vivamos para Dios». ¡Feliz jueves eucarístico! 

Padre Alfredo.

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