Hoy hacemos un pequeño paréntesis en la liturgia del tiempo de Pascua para celebrar a san Marcos evangelista, el amanuense o intérprete de san Pedro que hoy, en la primera lectura, tomada de una de sus cartas (1 Pe 5,5b-14), nos invita a centrar nuestra vida en Cristo, descargando en él todo agobio, porque él se interesa por todos. Pedro ha hecho experiencia de lo que afirma y por ello, nos anima a tener la misma fe que él tiene. Pedro nos recuerda que hay «Alguien» en el que podemos descargar nuestros agobios, nuestras preocupaciones... Y no sólo es que las podemos descargar, sino que, además, él se interesa por nosotros... No por nuestras preocupaciones o nuestros problemas... sino por nosotros y ese «Alguien» es Jesús, a quien Marcos, el amanuense de san Pedro nos muestra en su Evangelio. Marcos escribió su relato evangélico entre los años 65-70, siendo así el primero de los evangelios cronológicamente hablando. Marcos escribió para los paganos de la región itálica, con el objetivo de demostrarles que Jesús era verdadero Dios y verdadero hombre. La perícopa que la liturgia de su fiesta ha elegido, es una parte de la conclusión de su relato evangélico (Mc 16,15-20): «Vayan al mundo entero y prediquen el Evangelio a toda criatura».
Esta fiesta litúrgica, es una buena ocasión para tomar conciencia de la responsabilidad que a cada uno nos corresponde como discípulos–misioneros en el tiempo presente. Somos, en efecto, prolongadores de la realización de aquel mandato del mismo Jesucristo, ese «Alguien» que hoy san Marcos nos recuerda en su Evangelio. De palabra y por qué no por escrito, como este santo evangelista, es necesario dar a conocer cada día con más urgencia, la gran noticia de que Dios nos ha creado para una existencia que no es solamente terrena: que, por Jesucristo con Él y en El, llegamos a ser verdaderamente hijos de Dios, capaces de vivir eternamente en la intimidad del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo. Dios ha escogido siempre a algunos hombres y mujeres, como escogió a los Doce Apóstoles, para que, libres de otras ocupaciones materiales nobles, se dedicaran exclusivamente a la extensión del Reino de Dios como personas consagradas y no es lo habitual que los laicos tengan como ocupación exclusiva la evangelización. Pero, esta especial dedicación de unos pocos, en relación con el conjunto de la sociedad, no impide a los demás fieles cristianos la difusión del Evangelio, ni les excusa de la responsabilidad de ser discípulos–misioneros; que no es otra cosa que manifestar de modo convincente, con la propia vida, que somos hijos de Dios.
Sea cual sea nuestra vocación —la forma en que respondamos al mandato del Señor— una cosa es segura: Dios sostiene a quien elige e inspira a quien envía. Lo dice muy claramente la Carta de Pedro: «El Dios de toda gracia, que los ha llamado en Cristo a su eterna gloria, los restablecerá, los afianzará, los robustecerá». Y también el Evangelio según san Marcos: «El Señor cooperaba confirmando la palabra con las señales que los acompañaban». Así pues, dichosos nosotros, que reconocemos lo que ese «Alguien» obra en nosotros, que prestamos nuestra voz a su Palabra. En la fiesta de san Marcos, Pedro y él, se muestran a todos los cristianos como modelo de escucha, reflexión y transmisión de la palabra del Señor, pero no podemos olvidar al modelo excepcional de escucha, reflexión y transmisión de la Palabra que nos deja María santísima que, acompañando a los discípulos primeros, es para nosotros testigo de la fe en la divinidad de Jesucristo y en su humanidad salvadora. Ella nos empuja a predicar el Evangelio a toda la creación y a hacer las mismas obras que Jesús hizo durante su vida. En este tiempo de Pascua y siempre, la Iglesia, la comunidad de creyentes, pastores y rebaño, tiene el encargo, la fuerza, el poder, el ministerio, el servicio, la orden... de predicar y hacer aquello que dijo e hizo Jesús. El beato Pablo VI, en una de sus homilías para la fiesta de san Marcos lanzó esta invitación con la que yo me quedo hoy: «Hagan siempre como San Marcos, estén en la escuela y a la vera de San Pedro, y serán también ustedes un poco evangelistas de Jesús (cf. 1 P 5, 13)» (Homilía del beato Pablo VI en la Misa a los monaguillos de Roma el 25 de abril de 1964). Termino mi reflexión en la madrugada de esta fiesta, mientras espero mi avión a Monterrey, en el aeropuerto de CDMX para visitar a mis padres y acompañar a Irina mi sobrina en su boda con Pablo Elizondo el viernes. Felicito, además de todo corazón, a nuestro hermano Vanclarista Marcos Rendón y a todos los que llevan este nombre, o, que sin llevarlo, son... un discípulo–misionero como él!
Padre Alfredo.
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