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Así, de esta manera, acompañando al que sufre y al que sirve, vino Cristo a instaurar el Reino de los Cielos, pero todo esto no fue captado por los escribas y fariseos que se convirtieron en sus adversarios (Jn 8,31-42) como vemos en el Evangelio de hoy. Detrás de cada palabra y hecho de Jesús al venir a establecer su Reino, hay una pretensión particular y única que plantea cuestiones fundamentales a los contenidos de la fe. la verdadera ofrenda ante Dios no es, como lo entendían los adversarios de nuestro Señor un sacrificio o un rito externo —como se practicaba en el Templo de Jerusalén— sino la aceptación primero de la gracia divina y la consecuente práctica del amor y la Justicia entre los hermanos. Nadie como Jesús ha tenido pasión por el hombre, nadie como él ha puesto al hombre tan alto, nadie como Jesús ha pagado el precio de la dignidad humana. Cristo vino a introducir una nueva escala de valores. Esta transformación de valores se inauguró con gestos sencillos como el del lavatorio de los pies, ¡y el mundo cristiano, asustado por un lado e inmerso en el materialismo por el otro, todavía no se ha dado cuenta! Jesús nos da una lección de grandeza, porque la grandeza ha cambiado de aspecto: no consiste en dominar, sino en hacernos ver que somos hijos de Dios en el Hijo y que nuestro Dios no nos abandona. Está con nosotros en medio de la adversidad.
El beato Luis Pavoni, que se celebra el día de hoy en la Iglesia, nació en Brescia. Vivió en una época caracterizada por muchísimas dificultades y profundos cambios políticos y sociales: la Revolución Francesa (1789), la Jacobina (1797), el dominio napoleónico con sus diferentes denominaciones y por fin, desde 1814, el Austriaco. Pero la «política»de Ludovico Pavoni, ordenado sacerdote en 1807, fue siempre y únicamente la misma de Cristo, la política del amor. Renunciando a alcanzar altos cargos eclesiásticos, supo dedicarse con creatividad generosa a quien tenía más necesidad: los jóvenes y entre éstos los más pobres. Para ellos abrió un centro formativo en 1812. Al mismo tiempo, se entregaba a instruir por medio de homilías, de catequesis, de ejercicios espirituales sobre todo a la juventud y especialmente a la más pobre que tenía mayor necesidad, con muy buenos resultados. A él también le tocó vivir una epidemia, la del cólera en 1836 y en medio de la adversidad tuvo siempre corazón para orar por todos los enfermos y buscar medios para que se restablecieran el mayor número posible de ellos. A raíz de todo aquello fundó la Congregación de los Hijos de María Inmaculada el 11 de agosto de 1847 y el 8 de diciembre de 1847, solemnidad de la Inmaculada, Pavoni emitió su profesión perpetua en el instituto que él fundó. Junto a los sacerdotes religiosos insertó la nueva figura del religioso laico, trabajador y educador: el hermano coadjutor pavoniano, insertado directamente en la misión específica de la Congregación, con igualdad de derechos y de deberes con los Sacerdotes. Murió luego de una enfermedad a los sesenta y seis años, entre las lágrimas de sus hermanos y de sus chicos el Domingo de Ramos, 1º de abril de 1849. La víspera, el beato había oído todo el día y toda la noche el rugido de los cañones que bombardeaban la ciudad de Brescia. Fue beatificado por San Juan Pablo II el 14 de abril de 2002. Que él, junto con Santa María, la Madre del Señor nos acompañe en estos tiempos en que tanto lo necesitamos para superar la adversidad. ¡Bendecido miércoles!
Padre Alfredo.
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