sábado, 25 de abril de 2020

«San Marcos evangelista»... Un pequeño pensamiento para hoy


Este sábado celebramos la fiesta de San Marcos, un hombre del que muy pocas cosas sabemos, pero del que conservamos un tesoro, su Evangelio. Marcos nos ha legado, en su bellísimo escrito, los recuerdos de un testigo ocular, la narración de san Pedro, como él la recogió de la boca del apóstol, en su espontaneidad y frescura original. Como a menudo sucede a los pescadores, acostumbrados a espiar las mínimas señales de la presencia del pez, y también a los cazadores ejercitados en el acecho, Pedro sabía ver. Conservaba de su profesión una actitud particular para observar los detalles plásticos de una escena. Y Marcos supo ver con detalle. Pero, ¿dónde y cómo compuso san Marcos su Evangelio? La historia y la tradición nos narran que lo compuso tomando apuntes, en Roma, como afirman explícitamente algunas fuentes fidedignas. Y lo compuso teniendo presente lo que más había llamado la atención y convencido a aquellos caballeros y libertos imperiales que pidieron a Marcos que pusiera por escrito lo que Pedro decía. Así Marcos hace hablar a las obras, de modo particular a las milagrosas; tanto es así, que la primera parte de su narración está entretejida de milagros. El Evangelio de este día, tomado obviamente de san Marcos (Mc 16,15-20), nos presenta la escena de cuando Jesús envió a sus Apóstoles a predicar: «Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio a toda creatura» y Marcos siguió el consejo que el Señor dio a los Apóstoles. 

La tradición dice que fundó la comunidad cristiana de Alejandría, en Egipto, y que su sepulcro está en la basílica de su nombre en Venecia: las dos poblaciones en que se le profesa más devoción. Diversas tradiciones aseguran que san Marcos murió mártir y fue enterrado en una aldea poco distante de Alejandría. Y como un vivo durmiente, según la maravillosa iconografía que la Edad Media daba a las reliquias —reproducida en los mosaicos de San Marcos, en Venecia—, él realizará en tiempos aún más gloriosos, a principios del siglo IX, su triunfal viaje hacia Venecia. Durmiendo a popa sobre un cabezal, como había narrado de su Señor, y despertándose a tiempo, como su Señor, para que la nave no naufragase. San Marcos nos deja un ejemplo singular. Con un estilo sencillo, concreto —con más hechos y milagros de Jesús que discursos— nos ha dejado escrita la Buena Noticia que la comunidad cristiana va leyendo desde hace dos mil años. 

Si es verdad que su Evangelio es el primero que se escribió, se podría decir que fue el «creador» de ese género literario del Evangelio, que no es una crónica histórica, sino una notificación de la Buena Nueva. Lo que san Marcos pretende, y lo dice desde el principio, es presentarnos «el evangelio —la buena noticia— de Jesús, el Mesías, el Hijo de Dios». Hacia el final del libro pondrá en labios del centurión romano las mismas palabras: «verdaderamente, este hombre era Hijo de Dios». Cuánto bien nos ha hecho Marcos con su pequeño libro, llenándonos de alegría y animándonos al seguimiento de Cristo. Lo podemos leer en este tiempo de recogimiento que tenemos en nuestras casas por la pandemia que se extiende por el orbe entero, al fin no es largo y es muy ameno. Vale la pena leerlo para imitar a san Marcos, siendo testigos creíbles del Evangelio y anunciando la salvación de Dios: el amigo con los amigos, los padres con los hijos y los hijos con los padres, los educadores, los responsables de los medios de comunicación, los catequistas. De palabra o por escrito, y sobre todo con las obras, con un estilo contagioso de vida evangélica, deberíamos aprovechar estos días leyendo para salir luego diciendo a los demás quién es Jesús, el Enviado de Dios, el Salvador, la respuesta de Dios a todas nuestras preguntas. Que María Santísima nos ayude en la tarea. ¡Bendecido sábado!

Padre Alfredo.

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