sábado, 4 de abril de 2020

Quedarse en la Iglesia doméstica... Un pequeño pensamiento para hoy


Me ha llamado la atención estos días, que en los noticieros por televisión, cuando salen informes del coronavirus covid-19 y hacen tomas en las calles, se ve mucha gente fuera. Sé que muchos tienen necesidad de ir a trabajar a sacar el sustento de cada día o son los encargados de surtir de víveres a la familia —y más nos vale pedir unos por otros—, pero, por los rostros de algunos y por la forma que van, que miran, que caminan, se ve que no han obedecido a las reglas que las autoridades nos están dando de quedarse en casa si no hay necesidad de salir. Me ha sorprendido también ver en las redes sociales la cantidad de gente que dice estar aburrida o desesperada por no salir... ¿qué nos pasa a los seres humanos? Parece que en el interior seguimos siendo niños a quienes hay que darles un premio para que tomen su medicina e irónicamente pienso: «si el gobierno diera una cierta cantidad de dinero por quedarse en casa cada día... ¿habría la misma cantidad de gente en las calles? ¡Cuánta generosidad nos falta para descubrir verdaderamente lo que es amar al otro como a uno mismo desde la sencillez de las cosas ordinarias! Si queremos que la gente dé alguna ayuda hay que hacer rifas y tómbolas para que haya un premio, si queremos atraer a la gente, hay que dar regalos... hay que poner una especie de treta, para que vivamos lo que tenemos que vivir. ¡Cómo! 

El que piense que se puede seguir a Cristo buscando algo a cambio con miras egoístas anda por mal camino. Seguimos a un crucificado que lo único que hizo con intensidad fue amar, mostrándonos el amor infinito de nuestro Padre Dios. El rostro de Cristo con la cruz a cuestas continúa suplicante pidiéndonos vivir amando sin buscar nada a cambio, quemando la vida en servicio, en generosidad, en obediencia, en cooperación, en solidaridad por un ideal, el más noble de todos: amar como Dios nos ama. ¡Hay tanto que hacer en casa! Por lo menos yo veo a mi madre que, como a mí, no nos alcanza el día para tantas cosas que hay que hacer: rezar, acomodar, leer, limpiar, cocinar, conversar, ordenar papeles, darle una manita de gato a los ventiladores y electrodomésticos, ver alguna buena película, meditar, escuchar música, convivir y mil cosas más. Pero, ¿por qué muchos se cansan y se fastidian de estar en casa? ¿Qué hay allí que de tedio? ¿Qué falta en esos espacios que invitan solo al ocio «malsano» —porque todos necesitamos algo de recreo—, a la desesperación o al aburrimiento? ¿Cómo es posible que gente que se dice cristiana y católica no pueda estar en el lugar que la fe y la razón definen como «la Iglesia doméstica»? Debemos tener confianza en el Señor a sabiendas de que una situación así no se puede prologar eternamente, es por tiempo limitado. 

Tal vez nos faltaba profundizar en el regalo y el valor de la vida y del valor del hogar. ¿Será que yo, con tan endeble salud, he estado ya por lo menos cuatro veces a punto de dejar este mundo y aquí sigo, feliz y agradecido con Dios, que veo las cosas de esta manera? No lo sé, pero amo la vida ordinaria de cada día y encuentro en el ser y quehacer de cada día un espacio para encontrarme con el Señor. Por cierto, hoy celebramos a san Benito Massarari, un santo italiano denominado el «Negro» por el color de su piel. La historia nos narra que fue primero eremita, y entró después en la Orden de los Hermanos Menores, mostrándose siempre humilde en las cosas sencillas de cada día en el convento, y lleno de fe en la divina Providencia que nunca nos abandona. Aunque era un simple hermano lego que no sabía leer ni escribir, fue nombrado superior de su comunidad. Trató de renunciar al cargo, pero sus superiores mayores le impusieron el cargo por obediencia. Fue luego vicario del convento y maestro de novicios. Tenía una facilidad impresionante de desmenuzar las Sagradas Escrituras con los ejemplos de la vida sencilla de cada día, así como hacía Jesús con las parábolas y ejemplos que vemos en el Evangelio, que por cierto hoy nos presenta a Nuestro Señor atacado por quienes querían matarle por hacer tantos prodigios mostrándose siempre como un sencillo carpintero, un hombre más de entre los del pueblo que pasó 30 años en casa, aprendiendo de las cosas sencillas de cada día (Jn 11,45-56). ¡Quedémonos en casa si no necesitamos salir!, y aprendamos de lo ordinario a vivir, como Benito Massarari, como María, como Jesús; de manera extraordinaria. ¡Bendecido sábado! 

Padre Alfredo.

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