viernes, 17 de abril de 2020

«Leticia Michiko Negishi, una misionera excepcional»... Vidas consagradas que dejan la huella de Cristo L

En el año de 2006, tuve el gran regalo de estar en nuestra misión de Sierra Leona por primera vez. Guardo en mi corazón recuerdos imborrables de aquellos escasos 4 meses que Dios me regaló en mi querida misión de Mange Bureh.

Allá conocí a una mujer extraordinaria en todo sentido, la hermana Misionera Clarisa Leticia Michiko Negishi, de quien al poco rato de conocerla me dije: «esta hermanita es una japonecita fuera de serie». La vi llegar a la casa de Lunsar, allá en Sierra Leona, con su casco en la mano. ¡Sí, con su casco de motociclista! ¿Se imaginan ustedes a una monjita bajita, japonecita, muy sonriente y trepada en una motocicleta para trasladarse a su apostolado? Esa era ella... ¡única!

Leticia nació el 10 de septiembre de 1937 en la ciudad de Takasaki, en el estado de Gumma, en Japón. De familia busdista, se convirtió al catolicismo a los 18 años de edad recibiendo el nombre de Cecilia y como su santa patrona, tenía una voz bellísima para cantar.

Se graduó como profesora de kinder, primaria y secundaria en inglés y además de maestra de religión. Estuvo durante 4 años en la residencia Elizabeth Kay, que tienen las Misioneras Clarisas en Tokio, y terminados sus estudios pasó a la Universidad de Sofía. 

Atendiendo el llamado que Dios le hacía para consagrar su vida, ingresó a la congregación de las Misioneras Clarisas del Santísimo Sacramento el 8 de diciembre de 1962, emitiendo su primera profesión religiosa de vivir en pobreza, castidad y obediencia el 6 de enero de 1967.

La hermana Leticia conoció a su fundadora, la beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento y además de tratarla personalmente, mantuvo correspondencia con ella, manifestando, desde los inicios, su deseo expreso de ir a las misiones.

El 2 de junio de 1974 hizo su consagración religiosa de por vida y en 1976 se fueron haciendo realidad sus deseos de ir a la misión Ad Gentes, al ser enviada por la beata María Inés Teresa a iniciar la misión de las Misioneras Clarisas, después de haber sido enviada un año a Dublín a perfeccionar y practicar el inglés.

El primer año de la hermana Leticia en Nigeria fue difícil, pues comenzó a padecer fuertes dolores de estómago, por lo cual fue cambiada a la región de Estados Unidos en California. Al cabo de un tiempo, se le pidió acompañar a otra hermana a visitar la misión de Lunsar, en Sierra Leona y, como mejoró considerablemente su salud, allá se quedó, era el año de 1977. Su recuperación le permitió permanecer en África desde aquel entonces.

Su primer apostolado en Lunsar fue en la escuela secundaria «Our Lady of Guadalupe», donde además de dar clases de religión, inició, por su grande y desbordante amor a María, el movimiento la la Legión de María.

Viendo el sufrimiento y las necesidades de la gente que le rodeaba en esa querida misión africana, comenzó a pedir ayuda a personas e instituciones de su país de origen, poniendo en marcha, de esta manera, el programa de alimentación a todas las escuelas, el cual continúa vigente hasta nuestros días. La hermana tenía el don especial de conseguir ayuda, en primer lugar por su refinada educación y su amabilidad; además sabía exponer, de tal manera las necesidades, que las personas le ofrecían espontáneamente la ayuda requerida. Fue siempre agradecida con lo que recibía y mantenía correspondencia con los bienhechores, aún a costa de sacrificios, viviendo en un lugar sin electricidad y con una infinidad de escasez de medios.

La educación de la mujer fue su segunda prioridad, por lo que consiguió becas de estudio para muchas de ellas, hoy muy agradecidas.

Su entrega y su trabajo por la misión no conoció fronteras, pues siempre fue una misionera emprendedora, deseosa de la extensión del Reino de Cristo preparando infinidad de niñas y jovencitas a recibir los sacramentos, así como a preparar a las parejas que querían contraer matrimonio.

A fines de 1994, los rebeldes secuestraron a las hermanas de la misión de Milla 91, eGracias a Dios pudieron escapar y reunirse con las hermanas de Lunsar, entre ellas «sister Letty» como la llamaba mucha gente de la misión, para celebrar la Navidad y tener sus Ejercicios Espirituales con monseñor Juan Esquerda Bifet que había viajado a África para eso. Después de aquello, en febrero de 1995, fue evacuada, con el resto de hermanas Misioneras Clarisas para salvarlas de los ataques de los rebeldes en la guerra y fue enviada a Roma. Allí le tocó la gracia participar en la celebración del traslado de los restos de la aquel entonces Sierva de Dios María Inés Teresa Arias del panteón «Prima Porta» a su mausoleo en la casa general de nuestras hermanas.

A finales de ese año, tres hermanas regresaron a la misión de Lunsar sobre todo para apoyar a la gente que había quedado devastada por las consecuencias de la guerra. Leticia quería ir y se le concedió en febrero de 1996, pues al morir una de las hermanas, la hermana Rosa María Uribe, allá en la misión, había que suplirla. Se quedó para hacerse cargo de la secundaria.

Después de eso hizo un breve viaje a Japón para ver a su madre ya muy enferma, que por cierto murió cuando la hermana Leticia regresó a la misión. Son los sacrificios que pide el Señor a los misioneros, como a un servidor, que Dios no me permitió estar presente en el momento de la muerte de mi padre.

El 13 de febrero de 1998, los rebeldes atacaron Lunsar. Varios de los misioneros se refugiaron en casas de familias del lugar pero la hermana Leticia estaba en el convento con malaria. Por una gracia muy especial de nuestro Señor no la vieron, porque los rebeldes destruyeron las iglesias y conventos que pudieron. A penas les dio tiempo en la madrugada a las hermanas misioneras de regresar al convento, consumir el Santísimo Sacramento y sacar a la hermana para huir por entre la selva en tres días de una villa a la otra. Algunas veces hasta escondidas en chozas medio caídas y balaceadas por los guerrilleros y otras corriendo perseguidas y esquivando las balas que las rozaban. A veces a la hermana Leticia, que estaba tan mal por la malaria, algunos nativos le ayudaban cargándola en la huida. Así, 22 misioneros atravesaron la comarca hasta querer llegar a un lugar llamado Port Loko hasta que la hermana Leticia, la hermana Elisa y el padre Giani cayeron en manos de los rebeldes quienes los encañonaron. De un momento a otro, intempestivamente, los rebeldes los dejaron y los misioneros entendieron que su momento de ser llamados a la vida celestial no había llegado aún. Pudieron seguir su camino a Prot Loko y allí los sacerdotes de la parroquia los acogieron con inemnsa caridad facilitándoles ropa, alimento y poco de descanso, pero no había manera de moverse de aquel lugar.

Gracias a que los superiores generales de las diversas instituciones religiosas involucradas se pusieron en comunicación con el gobierno italiano. Un helicóptero militar de Port Loko los rescató y los trasladó a la capital de Sierra Leona, Freetown en donde, en la casa de los padres Josefinos, estuvieron a salvo. De allí los trasladaron a Roma sin pasaportes, sin dinero y sin ninguna identificación el 27 de febrero de 1998.

Los años 1998 y 1999, la hermana Leticia estuvo en la comunidad de Tokio, en Japón, en el mismo lugar en donde había conocido a las Misioneras Clarisas y después de lo vivido, ni tarda ni perezosa, aprovechó para hablar de la dura situación de la misión en parroquias, con grupos de posibles bienhechores y hasta en la televisión. Allí se aprovechó la oportunidad para que la checaran médicamente, pues era diabética y sufría de alteraciones de su presión arterial.

En el año 2000, sintiéndose bien de salud, fue enviada a la misión de Saratov, en Rusia mientrs se llegaba el día anhelado de volver a su querida misión en África.

Cuando la guerra llegó a su fin, la hermana Leticia fue enviada nuevamente a Sierra Leona para levantar todo aquello que estaba en ruinas. Fue cuando regresó feliz con la moto que la caracterizaba entre las callejuelas de aquel lugar devastado.

Leticia Negishi volvió a dar vida a la escuela vocacional y fue por un buen tiempo directora de la «Escuela Vocacional María Inés Teresa Arias» que nuestras hermanas tienen en Lunsar. Allí Sister Letty —como le llamaban algunos— entregó lo mejor de su vida y movió, desde ese recóndito y hermosísimo lugar, el corazón de muchos de sus compatriotas que, alentados por el testimonio de esta incansable misionera que tocaba puertas solicitando ayuda de toda clase, le daban lo que necesitaba para ayuda de la misión. 

La caridad de sister Letty Negishi era increíble y dicen que para muestra basta un botón. Ella sabía de mi compañera de camino, la osteoartrosis, y me vio varias veces batallando para caminar sumergido en el húmedo clima de Sierra Leona. Ni tarda ni perezosa, pidió unas varas de un incienso tradicional de Japón y el aditamento especial para ponerlo como digitopuntura en la planta de los pies para aplacar un poco los dolores. Eso, estando ella en África, lo pedía a Japón y me lo entregaban en México... ¿cómo le hacía?, no lo sé.

En el año 2010 viajó a Japón para recibir un premió que le entregó el gobierno japonés por la labor que como misionera, en nombre de todos sus compatriotas realizaba en la misión. Allá recibió muchos elogios por buscar el desarrollo integral de las personas en l misión en medio de la adversidad.

Dos años después, en el 2012, se empezó a sentir mal, fue trasladada desde el África hasta Japón en donde se le descubrió un Linfoma maligno que se empezó a tratar pero tuvo metástasis en el cerebro. Innumerables personas, religiosas, sacerdotes, voluntarios, bienhechores, desfilaron ante la hermana reconociendo su entrega y generosidad en la misión. Muy rápidamente fue empeorando su salud y fue perdiendo la vista y el habla.

Leticia se había caracterizado siempre por su sencillez, su alegría, su entrega y su obediencia siempre fiel vivida con humildad, pues a pesar de que recibía grandes elogios y en su tierra, allá en Japón aparecía hasta en la televisión, no se ensoberbecía, siendo siempre muy pobre en sus cosas de uso personal. Todo eso la gente lo supo reconocer.

El 1 de noviembre de 2013, la hermana Leticia dejó este mundo para volar al encuentro del Señor en el juicio de amor que a todos nos espera para seguir implorando la caridad y la misericordia para los más necesitados. Era el día de todos los santos.

En su funeral hubo gente de todo tipo, de diversas religiones y condiciones sociales. Todo Japón conoció la noticia que llegó, por supuesto, hasta su querida misión de Sierra Leona. En Lunsar y sus alrededores, la noticia de la partida al cielo de esta singular misionera, fue llorada por muchísimas personas que la querían y agradecían su caridad. El domingo 3 en Sierra Leona, hubo un programa especial de radio y el viernes 8 del mismo mes de noviembre, en la Mezquita de Lunsar, los musulmanes oraron por ella, agradeciendo sus valiosas aportaciones en el ramo educativo. el sábado 9 en Lunsar mismo, fue el funeral católico, presidido por el administrador apostólico con asistencia de muchísima gente.

Les invito a que conmigo, den gracias a Dios por la vida de entrega fiel de esta extraordinaria hermana misionera y por el gran testimonio que brindó a quienes le rodeaban hasta el último momento, su celo y trabajo misionero, especialmente en la misión de Sierra Leona fue el sostén de su vida. Por esa querida misión ella ofreció todos sus dolores y sufrimientos en la enfermedad que la llevó a entregar su alma en las manos del Padre.

Descanse en paz su alma, y que, en la infinita misericordia de Dios, se encuentre desde los brazos de la Dulce Morenita del Tepeyac, contemplando  eternamente el rostro amoroso de quien la eligió para ser misionera.

Padre Alfredo.

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