A veces me pregunto cuántos leerán esto que he llamado desde hace tiempo «Un pequeño pensamiento para hoy». No lo sé ni lo sabré nunca, porque da la vuelta por el blog, por WhatsApp, por Facebook y no sé por dónde más. Pero sí sé que todos y cada uno de los que leen mis letras habrán sabido alguna que otra vez lo que es sentirse tristes, acongojados, apachurrados, frustrados... no creo equivocarme. Estamos cerrando la Octava de Pascua con esta hermosa fiesta de la Divina Misericordia y en estos días, como han podido ver por el tono de mis escritos, he pensado mucho en lo difícil que para aquellos primeros seguidores de Jesús fue creer en la resurrección del Señor. Los relatos dicen que no lo reconocían del miedo, que creían que era un fantasma y hasta llegan a decir que no creían... ¡de pura alegría! Claro está que los Once y aquellos primeros discípulos como la Magdalena y los de Emaús se sentirían así, tristes, apachurrados porque todo se había venido abajo. Hoy toca el turno a Tomás, que a pesar de ver la euforia de sus compañeros, no les creía.
También nosotros hemos de estar convencidos de la presencia del Señor, y, sobre todo, aunque no lo veamos, también nosotros le hemos de descubrir en su Palabra. También nosotros nos gozamos de la presencia y la donación de Cristo y somos dichosos sin necesidad de tocas sus llagas con nuestras manos. En medio de esta situación tan irregular y escabrosa que vivimos por esta pandemia como nunca antes se había visto, nos hace falta y todos echamos de menos «el Domingo» como tal, como día del Señor. Nunca será igual participar del sacramento de la Eucaristía que verlo por las redes sociales, en televisión o escucharlo en la radio. Pero nos ha tocado un tiempo de gracia especial en donde Cristo nos muestra su cercanía de una manera especial y extraordinaria. Como a los apóstoles, Él nos da su Espíritu, nos comunica su paz, nos envía a anunciar la reconciliación y alaba nuestra fe porque creemos a pesar de que a la mayoría de los creyentes les falta la participación sacramental en la Santa Misa Dominical precisamente en unos tiempos en que antes de que esto pasara, peligraba mucho su misma existencia como día del Señor, o al menos su sentido profundo. Como Tomás, como la Magdalena, como los de Emaús, como todos los Apóstoles y discípulos, estamos llamados a creer en el Señor y a convencernos de que, en su infinita misericordia, Él no nos abandona.
Lo que decimos y pedimos en la oración colecta de la Misa de hoy, puede ser un buen resumen del estado de espíritu con el que hemos de vivir todo este tiempo en una situación tan discrepante: Dios nos llena siempre de su misericordia, es una alegría poder celebrar cada año la Pascua, somos un pueblo unido por la fe, la fiesta de la Divina Misericordia reanima y refuerza la fe que da sentido a nuestra vida en medio de la adversidad, necesitamos siempre los dones de la gracia de Dios, y queremos vivir más intensamente el bautismo que nos hizo hijos de Dios, el Espíritu que llevamos dentro y que nos convierte en hombres nuevos, el valor de la sangre de Jesucristo que nos ha rescatado y nos ha abierto caminos definitivos de vida. Hoy celebramos a san León IX, Papa, que primero fue obispo de Tulle, en Francia, durante veinticinco años, defendiendo enérgicamente a su grey, y una vez elegido para la sede romana, reunió varios sínodos para la reforma de la vida del clero y la extirpación de la simonía y pienso en el Papa Francisco y en todo lo que está sufriendo con nosotros y por nosotros. Un Papa carga con todo y con todos y ahora que lo hemos visto, primero en esa bendición Urbi et Orbi extraordinaria del 27 de marzo pasado, luego en las celebraciones de Semana Santa en una basílica vacía y sus Misas diarias en Santa Marta, sin la gente con la que siempre le gusta estar... ¡cuánto cuesta la santidad y cuanto hay que sobrellevar! Pidamos en este Domingo de la Misericordia dirigiendo nuestras miradas a la Madre de Dios que sufre también con el pueblo de su Hijo que somos todos, por el Papa y por cada uno de los que, de una manera muy extraordinaria y diversa, vivimos la fiesta del día de hoy, sobre todo, en lo más profundo de nuestro corazón que quiere palpitar la unísono del corazón misericordioso de Cristo. ¡Bendecido Domingo de la Divina Misericordia!
Padre Alfredo.
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