El concepto de «redes sociales» entró en el magisterio de la Iglesia a partir del año 2009 con el Mensaje del Papa Benedicto XVI para la XLIII Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales que se celebró el 24 de mayo y que fue dedicado al tema «Nuevas tecnologías, nuevas relaciones. Promover una cultura de respeto, de diálogo, de amistad».
Pero sobre medios de comunicación en general, las enseñanzas y valoraciones de la Iglesia son abundantes y vienen desde antiguo. El documento conciliar «Inter Mirifica» —de 1963— habla de ello, y luego se tienen los mensajes anuales para las jornadas dedicadas a la comunicación social —el primero fue de San Pablo VI en 1967—. Está, como un documento de gran valor, la Carta Apostólica de San Juan Pablo II: «El rápido desarrollo de los medios de comunicación», del 24 de enero de 2005.
En los últimos años, con el adelanto de las tecnologías, Internet ha merecido la atención del magisterio de la Iglesia. Fruto de esa consideración son los documentos del Pontificio Consejo para las Comunicaciones Sociales «Ética en Internet» y «La Iglesia e Internet», ambos del 28 de febrero de 2002.
El año 2010, el mensaje para la jornada de las comunicaciones sociales recibió por título «El sacerdote y la pastoral en el mundo digital: los nuevos medios al servicio de la Palabra». El contexto general del año sacerdotal que en ese entonces se desarrollaba, brindó al Papa la posibilidad de repasar algunos puntos sobre el papel del sacerdote en el mundo digital.
El mensaje del Papa Benedicto XVI iniciaba con una clarificación necesaria: «La tarea primaria del sacerdote es la de anunciar a Cristo, la Palabra de Dios hecha carne, y comunicar la multiforme gracia divina que nos salva mediante los Sacramentos». Partiendo de esta base tocaba tres ámbitos: 1) los riesgos y oportunidades para los sacerdotes, 2) la acción propia del sacerdote en el mundo digital y 3) la especificidad del consagrado en general en las redes sociales. Me detengo para destacar algo de cada uno de ellos:
1) Los riesgos y oportunidades para los sacerdotes:
«La creciente multimedialidad y la gran variedad de funciones que hay en la comunicación, pueden comportar el riesgo de un uso dictado sobre todo por la mera exigencia de hacerse presentes, considerando internet solamente, y de manera errónea, como un espacio que debe ocuparse. Por el contrario, se pide a los presbíteros la capacidad de participar en el mundo digital en constante fidelidad al mensaje del Evangelio, para ejercer su papel de animadores de comunidades que se expresan cada vez más a través de las muchas «voces» surgidas en el mundo digital. Deben anunciar el Evangelio valiéndose no sólo de los medios tradicionales, sino también de los que aporta la nueva generación de medios audiovisuales (foto, vídeo, animaciones, blogs, sitios web), ocasiones inéditas de diálogo e instrumentos útiles para la evangelización y la catequesis».
2) La acción propia del sacerdote en el mundo digital:
«En el contacto con el mundo digital, el presbítero debe trasparentar, más que la mano de un simple usuario de los medios, su corazón de consagrado que da alma no sólo al compromiso pastoral que le es propio, sino al continuo flujo comunicativo de la «red». También en el mundo digital, se debe poner de manifiesto que la solicitud amorosa de Dios en Cristo por nosotros no es algo del pasado, ni el resultado de teorías eruditas, sino una realidad muy concreta y actual. En efecto, la pastoral en el mundo digital debe mostrar a las personas de nuestro tiempo y a la humanidad desorientada de hoy que «Dios está cerca; que en Cristo todos nos pertenecemos mutuamente. ¿Quién mejor que un hombre de Dios puede desarrollar y poner en práctica, a través de la propia competencia en el campo de los nuevos medios digitales, una pastoral que haga vivo y actual a Dios en la realidad de hoy? ¿Quién mejor que él para presentar la sabiduría religiosa del pasado como una riqueza a la que recurrir para vivir dignamente el hoy y construir adecuadamente el futuro?».
3) La especificidad del consagrado en general en las redes sociales:
«Quien trabaja como consagrado en los medios, tiene la tarea de allanar el camino a nuevos encuentros, asegurando siempre la calidad del contacto humano y la atención a las personas y a sus auténticas necesidades espirituales. Le corresponde ofrecer a quienes viven éste nuestro tiempo «digital» los signos necesarios para reconocer al Señor; darles la oportunidad de educarse para la espera y la esperanza, y de acercarse a la Palabra de Dios que salva y favorece el desarrollo humano integral. La Palabra podrá así navegar mar adentro hacia las numerosas encrucijadas que crea la tupida red de autopistas del ciberespacio, y afirmar el derecho de ciudadanía de Dios en cada época, para que Él pueda avanzar a través de las nuevas formas de comunicación por las calles de las ciudades y detenerse ante los umbrales de las casas y de los corazones
».
Hasta el día de hoy, la Iglesia con su magisterio nos dice que muchas cosas se pueden hacer por Internet utilizando las redes sociales, pero hay cosas que aunque parezca fácil y al alcance, no se pueden realizar porque perderían su sentido.
No se puede uno confesar por teléfono o por medio de alguna de las redes sociales, pues las normas actuales de la Iglesia Católica no permiten el uso de esas tecnologías para la recepción de los sacramentos. Y es que, en concreto para el caso de la confesión, estos medios no salvaguardan la secrecía que exige el sigilo sacramental, porque sabemos que cualquier cosa que se sube a una red queda allí, ya para siempre, mientras exista esa red, y es vulnerable a cualquier tipo de violación. En este caso, si se necesita la confesión y no hay un sacerdote presente, la Iglesia nos recuerda que hay que hacer un acto de contrición perfecta, es decir arrepentirse de todo corazón de todos los pecados cometidos haciendo el propósito de confesarse a la brevedad posible.
Se puede ver a través de la televisión, la radio o Internet una Misa, pero no es propiamente una participación en el sacramento, pues la Misa se vive de manera «presencial». El precepto de participar en la Santa Misa consiste en asistir «personalmente» al Templo. No satisface el precepto quien la sigue por televisión. Aunque ver y oír Misa por televisión, radio o Internet siempre será algo muy recomendable (en lugar de ver otros programas televisivos inútiles), pero hay que ser conscientes de que esto no suple la obligación. En caso grave, como sucede cuando hay alguna guerra o epidemia, es muy saludable que, si por estos u otros motivos han de ser cerrados los templos, se pueda seguir la Misa por esos medios, pero nunca será un cumplir con el precepto: Por eso, cuando algo así sucede, el Obispo o el ordinario del lugar «dispensa» de la obligación de asistir pero no puede obligar a ver u oír la Misa por televisión, radio o Internet, porque es consciente de que esto no suple la participación en la Misa. Es un medio que ayuda y así se participa o se sigue la celebración. La liturgia exige que se haga uso de todos los elementos corporales: el tacto, el gusto, el olfato, la vista y el oído. Además, el precepto festivo de la misa no puede ser satisfecho más que con la participación personal a la Eucaristía dominical.
Hay un principio moral que dicta que «ninguno está obligado a cumplir actos “imposibles”». de esta manera sabemos que quedan disculpados de asistir a la Misa dominical los que tienen algún grave impedimento, como puede ser una enfermedad que no permita salir de casa, un viaje que no te dé tiempo de asistir a misa, el vivir lejos de la iglesia y no tener transporte o alguien que lo pueda llevar, o una ocupación que no puede abandonarse, por ejemplo: los que cuidan enfermos y no tienen quien los sustituya, en estos casos o circunstancias es muy saludable el seguir la celebración Eucarística por los diversos medios de comunicación y redes sociales.
Viendo las cosas de esta manera, es evidente que una Misa en televisión, en radio o Internet, que de ninguna manera sustituye la participación directa y personal a la asamblea eucarística, tiene sus aspectos positivos: la palabra de Dios es proclamada y comentada «en directo», y puede suscitar a la oración; en especial el enfermo y el anciano pueden unirse espiritualmente a la comunidad que en ese mismo momento celebra el rito eucarístico; la oración universal puede ser compartida y participada. Falta ciertamente la presencia física, pero la imposibilidad de llevar una ofrenda al altar no excluye la de hacer de la propia vida (enfermedad, debilidad, memorias, esperanzas, temores) una ofrenda para unir a la de Cristo. Y la imposibilidad de acercarse al banquete eucarístico puede ser hoy superada, en muchos casos, por el puntual servicio de los ministros extraordinarios de la comunión En todo caso, cuando se está en la Misa por televisión, radio o Internet es conveniente a la hora de la comunión, hacer la ya conocida «comunión espiritual».
Así, ver las misas por televisión es excelente, pero a sabiendas de que los sacramentos no se dan a larga distancia. Jesús se nos hace presente a través de signos visibles y nosotros tenemos que estar presentes a Él en ese momento.
Hablando de la Adoración al Santísimo también hay algo que decir: Nada —ya nos ha quedado claro— sustituye la visita personal al Templo. Orar físicamente ante el Santísimo es estar ante Jesús, realmente presente en la Eucaristía; percibirlo oculto bajo la apariencia del Pan Eucarístico, tal como lo prometió (ver Mt 26, 26-27; 28,20). Pero si por enfermedad, avanzada edad u otra razón válida no se puede ir a visitarlo, Internet ofrece una gran alternativa, considerando lo siguiente: En la pantalla no está el Señor, sino su imagen. No se trata de adorar la pantalla ni la imagen en la pantalla. La transmisión en vivo es mejor que ver una foto, pues facilita «trasladarse espiritualmente» a adorarlo allí donde está siendo expuesto. Aunque no esté físicamente el Señor, se respeta su imagen.
Hablando de la Adoración al Santísimo también hay algo que decir: Nada —ya nos ha quedado claro— sustituye la visita personal al Templo. Orar físicamente ante el Santísimo es estar ante Jesús, realmente presente en la Eucaristía; percibirlo oculto bajo la apariencia del Pan Eucarístico, tal como lo prometió (ver Mt 26, 26-27; 28,20). Pero si por enfermedad, avanzada edad u otra razón válida no se puede ir a visitarlo, Internet ofrece una gran alternativa, considerando lo siguiente: En la pantalla no está el Señor, sino su imagen. No se trata de adorar la pantalla ni la imagen en la pantalla. La transmisión en vivo es mejor que ver una foto, pues facilita «trasladarse espiritualmente» a adorarlo allí donde está siendo expuesto. Aunque no esté físicamente el Señor, se respeta su imagen.
Sucede lo mismo con las bendiciones, en las que se requiere la presencia de la persona o el objeto a bendecir (exceptuando las bendiciones que se hacen como saludo o despedida en la conversaciones por teléfono o redes sociales, que son de otro carácter no sacramental). La única bendición que llega a todo el mundo por los medios de comunicación y por redes sociales «siempre que sea en vivo y en directo», es decir en el preciso momento en que se está impartiendo, es la bendición «Urbi et Orbi» que imparte el Papa, que es el único autorizado para hacer esto por su calidad de Sumo Pontífice de la Iglesia Católica, recordando que «católica» significa universal.
Por último cabe decir que la Iglesia católica trabaja y seguirá trabajando en Televisión, radio e Internet, pero no para sustituir la riqueza del trato personal real de la vivencia de nuestra fe. Los medios electrónicos de que ahora disponemos son eso «un medio», no un fin. La era digital que nos está tocando vivir, nos ofrece innumerables posibilidades y abre las puertas a participar de muchas maneras en la vida de la Iglesia, ofreciendo una manera en la cual los fieles puedan acercarse a la vida de la gracia e incrementar su fe.
Padre Alfredo.
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